Estrenos de teatro. Inferno es una buena comedia metafórica de enredos

Violeta Urtizberea, Guido Losantos, Nicolás Varchausky, Andrea Garrote y Rafael Spregelburd, en Inferno
Violeta Urtizberea, Guido Losantos, Nicolás Varchausky, Andrea Garrote y Rafael Spregelburd, en Inferno

Autor y director: Rafael Spregelburd. Intérpretes: Rafael Spregelburd, Andrea Garrote, Violeta Urtizberea y Guido Losantos. Músico: Nicolás Varchausky. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Escenografía: Santiago Badillo. Sala: teatro Astros, Corrientes 746. Funciones: miércoles, a las 20.30. Duración: 120 minutos.

Como en La terquedad, que Rafael Spregelburd estrenó en la sala María Guerrero del Cervantes en 2017, un atractivo “caos escénico” vuelve a estar presente en Inferno, una pieza que a nadie deja indiferente. Esta es una de esas obras imprevisibles, que sorprenden, atrapan y cuestionan desde distintos frentes. Una extensa caja escénica, con grandes fotografías de fondo y abarrotada de muebles de distintos diseños y estilos que refieren a los años 50, le dificultan, a propósito, el tránsito a una serie de personajes. Entre ellos un periodista, una crítica de arte, un profesor de matemáticas, una abogada, un editor de un diario y una psicoanalista. Todos ellos conforman una “micro sociedad” que, de algún modo, refleja un tiempo en el que todo se cuestiona, se critica, se manipula y se le hace decir al otro, algo que quizá no dijo.

Inferno es una obra exuberante en la que cada personaje parece poblar un universo propio, que intenta confrontar , polemizar a través de discusiones que parecen no tener sentido, pero que al fin y al cabo son el reflejo de un mundo en constante ebullición y cambio de paradigmas. Por eso, tal vez, se convierte en una propuesta teatral inquietante, que cachetea, sorprende, o tal vez hace que uno se pregunte: ¿qué hago acá viendo esto? Pero los actores están allí y hacen reír, pensar o refrescan hechos políticos, discriminatorios, devastadores, nocivos, o que dejaron inerte ante el recuerdo de un determinado momento de la historia.

El tono de comedia irónica, punzante, absurda, va definiendo este gran friso escénico, en el que coinciden elementos de la performance y la instalación plástica , con imágenes intervenidas por el maestro Marcos López. Esto y mucho más es Inferno, que llegó a la calle Corrientes sólo por cuatro funciones, aunque antes, en 2016, fue comisionada por el teatro Vorarlberger Landestheater, de Bregenz, Austria , para conmemorar los 500 años de El Bosco . Pintor enigmático si los hay, pero que al observar sus crónicas pictóricas, le propone al espectador cuestionar su presente, pensar en su país de origen, su continente. Sus metáforas pictóricas son hipnóticas, unidas a un detallismo exacerbado y de apabullante minuciosidad, que se vuelven inabarcables, por la grandilocuencia de su contenido. Algo de eso sucede en esta pieza trabajada, como si fuera un orfebre, por Spregelburd.

Spregelburd, Urtizberea y Losantos, en una escena de Inferno
Spregelburd, Urtizberea y Losantos, en una escena de Inferno - Créditos: @Alejandro Palacios

Inferno está inspirada en el tríptico El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch , El Bosco (Museo del Prado) que data del 1500. Sus imágenes remiten a una Babel, en la que cabe, en apariencia la confusión absoluta, lo religioso, el sacrificio, lo pagano, lo surrealista. No sabemos por qué Rafael Spregelburd se interesó por El Bosco. Pero esto viene de hace varios años, cuando el dramaturgo, actor y director estrenó su Hepatología de Hieronymus Bosch, integrada por siete piezas (La inapetencia, La extravagancia, La modestia, La estupidez, El pánico, La paranoia y La terquedad). Inferno es producida por la misma compañía creada por el autor, director y actor, El Patrón Vázquez y es un texto que se divide en siete cantos, o partes: Caridad, Fe, Esperanza, Templanza, Justicia, Prudencia y Fortaleza. Estas son quizá, las pruebas por las que tendrá que atravesar su protagonista, un periodista que se dedica a escribir artículos de turismo en un diario y al que dos catequistas que llegan imprevistamente a su casa, le dicen que el infierno no existe más. Ahora es una metáfora que está en todas partes, en las palabras, el lenguaje.

Como en una comedia de enredos, los personajes van asumiendo con comodidad –y sugerentes y acertados matices interpretativos– cada uno de los personajes y hasta se animan a jugar situaciones divertidamente eróticas. Un hallazgo resultan la crítica de arte de Andrea Garrote y la psicoanalista de Violeta Urtizberea . La riqueza de las tonalidades rítmicas de Nicolás Varchausky le aportan el clima necesario a insólitas situaciones que no dejan de sorprender al espectador.