"Mostrar a un niño jugando en Instagram es como mostrarlo desnudo": lo que arriesgas cuando expones la vida de tus hijos en redes
Cierto día en una librería de Barcelona, durante la presentación de un libro sobre desarrollo emocional infantil, le escuché decir a la psicóloga encargada de moderar el evento una frase que tenía mucho sentido “…mostrar a un niño jugando en Instagram es como mostrarlo desnudo… el momento de juego es un momento de libertad e intimidad”.
La desnudez en general se vincula solamente con el cuerpo, pero esta desnudez a la que se refería la psicóloga es la que expone lo íntimo de la psique y del alma de nuestros hijos, la desnudez de su inconsciente, de su imaginación, sus emociones, su vulnerabilidad y creatividad expresadas en el acto sagrado infantil del juego simbólico.
Resulta que se me ocurrió publicar la frase en mi cuenta de Instagram indicando a su autora y el contexto donde la escuché, generándose uno de los más fuertes debates que he tenido que gestionar en mis redes. Hubo personas que entendieron de inmediato el sentido profundo de la sentencia y manifestaron su resonancia con ella, hubo madres que se atrevieron a bajar las defensas y reflexionar hasta llegar a un “darse cuenta”, hubo gente que no estuvo de acuerdo pero que discrepó desde el respeto, y como siempre, no podían faltar las personas a quienes les pareció una exageración radical y directamente atacaron con insultos y comentarios violentos.
Así que antes de continuar sobre este espinoso tema, me tomo la licencia de aclarar que mi objetivo es dar voz, tratar de expresar el punto de vista del niño y de la niña. No estoy por la labor de juzgar a los progenitores. No se trata de señalar culpables, ni desviar el foco hacia el cansino e infructuoso debate sobre buenas o malas madres, con el que los adultos tenemos la mala costumbre de desplazar nuevamente las necesidades del niño a la periferia y ocupar el centro ante cualquier intento de llamado a la reflexión en beneficio de la infancia.
Recalco que mi propósito es mantener las necesidades y los derechos de los niños en el centro, mientras tratamos de ampliar la mirada y la consciencia sobre la creciente y delicada práctica de exponer sus vidas íntimas en redes públicas.
Exponer en redes sociales a los menores a nuestro cargo me parece un tema bastante delicado por muchas otras razones además de la que presenté antes. Primero por los riesgos inherentes al uso de estas plataformas que pueden compararse con los riesgos de andar por la calle, pero a escala global.
Aunque ciertamente hay siempre personas que agradecen y se sienten inspiradas por el relato o la reseña personal compartida sobre la vida de nuestros hijos o hijas, también navegan personas capaces de hacer daño. Desde organizaciones criminales de pederastas o trata de niños, hasta gente que descarga sus frustraciones con mucha facilidad contra cualquiera, lapidando con críticas y comentarios violentos en los que se verán involucrados tus hijos... En segundo lugar, aunque no menos importante, porque exponer a los niños públicamente en redes puede ser una violación a su derecho a la intimidad, a la propia imagen, su honor y dignidad.
Hay casos donde esta exposición a redes sociales se realiza de manera invasiva y pormenorizada dejando rastros y detalles de la ubicación de la escuela, la casa, los lugares que visitamos con los niños. Publicaciones en las que casi cada día se suben fotografías, comentarios, videos con relatos de la vida íntima de los niños en escenas de juego, de manifestaciones emocionales intensas como llantos y rabietas, del momento de dormir, comer, bañarse, jugar en la casa, entrar o salir de la escuela… . Incluso cabe considerar el hecho de que cuando hablamos o escribimos sobre nuestra vida personal en redes con comentarios que involucran a nuestros hijos, los estamos exponiendo.
Probablemente un registro anecdótico esporádico no suponga mayor importancia ni el mismo riesgo que los que se hacen sistemáticamente. Quizás será menor o mayor el impacto en la medida en que esta exposición sea más pormenorizada, frecuente o en la medida en que el intercambio se haga en redes abiertas a todo público o en redes privadas solo con familiares y gente muy cercana. Igual siempre valdrá la pena repensárselo a la luz de que cualquier fotografía o video una vez subido a redes se perderá de nuestro control a diferencia, por ejemplo, de la alternativa de una conversación online entre familiares o amigos que se ponen al día o disfrutan compartiendo sus relatos sobre los peques de casa.
¿Y qué pasa con la mamá influencer o emprendedora que publica regularmente la historia personal de sus hijos en las redes que usa como plataforma para vender su imagen, marca, servicio o productos? Esta es una pregunta que me han hecho algunas lectoras, quienes sienten la ambivalencia entre el beneficio de los contenidos de valor que reciben, versus la sensación o sospecha de estar ante la presencia de niños sobreexpuestos o explotados.
Lo que tengo para decir es que precisamos evaluar hasta qué punto sin darnos cuenta y seguramente sin malas intenciones, quizás con el propósito de inspirar a amigos, familiares o seguidores que se benefician de la experiencia, terminamos usando e incluso explotando a los hijos menores para la propia gratificación o beneficio.
Al margen de que los hijos den su consentimiento, preguntémonos qué tan confortables o qué tan presionados se sienten por complacernos y mantener la mirada y la aprobación materna o paterna cuando “nos permiten” con un “sí mamá”, que expongamos sus vidas privadas en redes sociales. Planteémonos cómo podría verlo, cómo se sentirá nuestro hijo o hija cuando sea mayor, cuando alcance a tener la experiencia vital y la madurez para dimensionar las consecuencias de la impronta digital de su vida personal expuesta en redes públicas.
Es verdad que los relatos personales generan mucha empatía y crean más interés en el público y por tanto más movimiento en nuestras redes. Pero aunque resulte retador, nuestros hijos merecen que repensemos formas de llegar a la audiencia o de comunicar nuestro mensaje sin recurrir a la publicación constante de su vida íntima.
Preguntémonos si nos gustaría que otro adulto haga lo mismo con nosotras. Tu pareja o una amiga te toma videos a capricho en momentos de tu vida íntima para colgarlos en redes dejando registro público para siempre. Te graba o toma fotos cuando le apetece interfiriendo con la vivencia de tu experiencia privada e íntima, irrumpiendo tu energía, concentración, contacto íntimo con la actividad o tus emociones al momento de comer, vestirte, dormir o bañarte, cuando te enfadas o cuando has tenido un mal día, lloras y gritas… luego sube estos registros a las redes sin pedir tu consentimiento o bajo una sutil manipulación en la que te hace sentir importante, tomada en cuenta en la medida en que le complaces, y usa los videos, fotos o relatos detallados de tu vida privada para contarle a los demás la experiencia de su relación contigo y obtener “megusteos”, comentarios, inspirar a las personas, vender sus servicios o productos, sentirse mirado o mirada, etc... ¿Cómo te sentaría todo esto?
Recuerdo que no estoy por la labor ni de juzgar ni de decir lo que debes o no hacer. Solo intento sensibilizar para ponernos un poco más en la piel de los niños. Invito a reflexionar, a hacernos preguntas para llegar a nuestras propias respuestas, tomar nuestras propias decisiones y acciones conscientes en beneficio de los niños y niñas a nuestro cargo.
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