La agresividad entre niños: cómo deben actuar los padres ante la violencia o el abuso

Recurrente en distintas formas y etapas evolutivas del niño, la agresividad infantil (pegar, morder, lanzar objetos, los empujones, peleas entre pares o entre niños de distintas edades, la autoagresión...) es un tema que preocupa mucho a los adultos de referencia.

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De las distintas manifestaciones de la agresividad infantil, una que preocupa mucho a los adultos es la violencia entre pares. Con frecuencias mamás y papás preguntan cómo intervenir o actuar cuando, por ejemplo, en el parque, su hijo o hija es objeto de agresión o cuando detectan que sus hijos son agredidos en la escuela. También está la otra cara de este problema. La de los padres preocupados por los hijos que agreden a otros niños.

La agresión o violencia entre pares o compañeros puede ser física a través de golpes, o psicológica a través de burlas, ridiculización, humillación, exclusión, desprecio, chantajes, sobornos, amenazas... Se pueden presentar uno o varios tipos de agresión o abuso al mismo tiempo, de forma sistemática o como un hecho aislado. La agresión infantil es un tema que da para mucho. Pero en esta nota me voy a referir concretamente a cómo actuar de cara a la situación en la que ocurre la agresión entre pares.

¿Qué hacer?

Lo primero que debemos observar es el entorno violento al que exponemos diariamente a nuestros niños con modelos educativos represivos y directivos, la influencia de sociedades que naturalizan la violencia, el consumo excesivo de pantallas con contenidos competitivos, sexistas, violentos, y sobre todo, precisamos observar nuestro modelaje como adultos cuidadores.

Notemos cuán violentos o agresivos somos con nuestros hijos (naturalizamos gritos, castigos, golpes “para educar”, negamos mirada y compromiso emocional para modificar conductas…) Cuán violentos somos con los demás (basta echarse una pasadita por redes sociales y verlas inundadas de comentarios cargados de insultos, falta de respeto y violencia explícita…) o cuánta violencia permitimos infligir sobre nosotros mismos sin ser capaces de poner límites claros. Hay muchos patrones insanos, creencias cuestionables, conductas tóxicas que debemos cambiar los adultos si queremos dejar de transportar violencia a las nuevas generaciones.

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Una vez que se produce la agresión entre pares ¿cómo actuar?

Lo primero: si tu hijo o hija es el agredido o si es el agresor, igualmente debes intervenir siempre. No podemos banalizar la violencia con el argumento de que “son cosas de niños”. Los adultos debemos actuar para detener la violencia entre niños, como lo hacemos cuando se trata de adultos que abusan o agreden a otros adultos.

No podemos dejar a los chicos solos resolviendo la situación. Los adultos somos responsables de actuar oportuna y adecuadamente para detener de inmediato las situaciones de violencia entre pares, entre otras razones porque si bien toda resolución de conflictos es retadora incluso entre los propios adultos, no podemos esperar que los niños que aún no han completado el desarrollo de habilidades sociales, lo hagan por sí solos, de manera que es muy probable que las agresiones o abusos entre niños sigan su curso en escalada y que en cualquier momento (días, meses, años más tarde) se agraven hasta incluso terminar en las páginas de sucesos de los periódicos, como ha pasado con los casos de suicidios y otras lamentables tragedias fruto del acoso, por ejemplo.

No importa la edad de los niños. Pegarse, insultarse, hacerse daño no es cosa de niños. Es cosa seria y somos los adultos los responsables. Así que actúa.

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Lo segundo a observar es la diferencia de edad entre agresor y agredido. La ventaja o diferencia de recursos psíquicos, y físicos (tamaño, fuerza, capacidad cognitiva o de autoprotección…) es un criterio importante a tomar en cuenta. A mayor diferencia de proporción de fuerzas, tamaño y recursos entre el agredido y el agresor o agresores, mayor posibilidad de daño y con más razón se requiere una intervención inmediata por parte del adulto.

Lo tercero a tomar en cuenta es que siempre debemos intervenir sobre nuestro propio hijo y no sobre el otro niño o niños implicados. Intervenir sobre los otros niños nos pone en riesgo de abusar de nuestro poder sobre ellos.

En cuarto lugar, sea nuestro hijo el agredido o el agresor actuamos separándolo de la situación de agresión. Es recomendable acompañar esta acción física con palabras que describan los hechos desde nuestro punto de vista de adultos responsables (no me gusta que te hagan daño, no quiero que te peguen, que se burlen o que te insulten, alejémonos de aquí...) Esta acción de alejamiento de la escena de agresión y de acompañamiento con palabras que describen los hechos comportan una manera de transmitir límites, de modelar principios y acciones que el niño o niña integrará para actuar de cara a futuras situaciones de agresión. Luego escucharemos al niño, que nos cuente su historia, lo que ha vivido, cómo se ha sentido.

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Si somos conscientes de que se trata de una agresión puntual, los niños podrían retornar al juego una vez que se calmen los ánimos. Si percibimos que son repetidas y que los padres del niño agresor no intervienen para gestionar el conflicto, lo mejor es marcharse del lugar aclarando a nuestro hijo o hija la razón para que no se sienta derrotado sino empoderado entendiendo que tenemos derecho de alejarnos de las personas que nos tratan mal.

Si nuestro hijo es el agresor igual intervenimos apartándolo de la situación de agresión y acompañándolo con palabras que narren la experiencia y los límites que queremos transmitir (las personas no pegamos, ni insultamos a los demás, no me gusta que pegues o empujes a otros, las personas buscamos otras maneras de resolver las cosas sin hacernos daño, etc..).

Insisto sobre la importancia de permitir que los niños –sean agredidos o agresores– manifiesten sus sentires y emociones. Que nos cuenten su historia sin avasallarlos con nuestras propias emociones exaltadas o con sermones. Permitamos que expresen su punto de vista, que se manifiesten sin dañar ni dañarse. En todo momento acompañar al niño. Mantenernos disponibles. No castigar o culpabilizar.

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Si lo creemos necesario podemos pedir nosotros disculpas al niño agredido. Nunca forzar a nuestro hijo a pedir disculpas, mucho menos en medio de una vivencia emocional intensa, porque no serían disculpas reales, sentidas, integradas con lo cual no sería una reparación real, comprendida, ni mucho menos sostenible, además de que podemos incluso crear sentimientos de humillación y rabia que cebarían la escalada de violencia.

Podemos, si las circunstancias lo permiten, hablar con los adultos responsables del niño o niños que agreden para determinar la causa, sin culpabilizar y encontrar soluciones a la situación de cara al futuro inmediato.

Podemos enseñar a nuestros hijos a hacer gestos firmes de rechazo ante una agresión inminente de otros niños y pedir ayuda a un adulto de referencia. Si no estamos nosotros, que llame a la maestra o al adulto encargado de cuidar en el recreo. Es importante que nos quede muy claro a los adultos la importancia de intervenir siempre, que los niños sientan la seguridad de recurrir a los adultos responsables de su cuidado. También si el niño o niña está de acuerdo podemos apuntarle en clases de defensa personal.

Podemos enseñar a nuestros hijos que la violencia no es una vía para resolver problemas o relacionarnos, comenzando por dar el ejemplo. No gritarles, no castigarles o pegarles, no ridiculizarlos, no descalificarlos o humillarlos.

Cuando son niños mayores de 4 o 5 años podríamos intentar proponer juegos de intercambio de roles en los que se pongan en el lugar del otro, donde se planteen representaciones acerca de otras opciones para resolver el conflicto. ¿Qué harías si estuvieras en el lugar del otro niño? ¿Cómo te sentirías? ¿Que otra manera se te ocurre para resolver sin pegarse ni gritarse o insultarse, sin excluir? Los adultos podemos intermediar acompañando, escuchando y ofreciendo posibilidades y herramientas para solucionar conflictos de manera no violenta.

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