Finch: Tom Hanks, un perro y un robot para una fábula que se esfuerza demasiado por agradar

Finch: Tom Hanks, un perro y un robot para una fábula que se esfuerza demasiado por agradar
Finch: Tom Hanks, un perro y un robot para una fábula que se esfuerza demasiado por agradar

Finch (EE.UU., 2021). Dirección: Miguel Sapochnick. Guion: Craig Luck e Ivor Powell. Fotografía: Jo Willems. Elenco: Tom Hank, Caleb Landry Jones y Seamus The Dog. Música: Gustavo Santaolalla. Duración: 115 minutos. Disponible en: Apple TV+. Nuestra opinión: regular.

Un viejo adagio del espectáculo, atribuido al legendario gruñón W.C. Fields, advierte que nunca se debe trabajar con animales ni con niños (“Ni con Charles Laughton” habría agregado más tarde Alfred Hitchcock) porque demandan demasiado trabajo y luego se roban la atención del público. Claramente Tom Hanks confía plenamente en la invulnerabilidad de su propio carisma porque en este nuevo film no solo comparte cartel con un encantador perrito sino también con un robot que equivale a un niño o a algo mejor, porque transmite la misma ternura y fragilidad y nos exime de todos los mohines calculados que hacen tan indigeribles a los niños de Hollywood. Si estos dos recursos en un mismo film parecen una apelación excesiva a la emoción fácil y melosa, hay uno más que ya delata desesperación por ganar la simpatía de la audiencia: Hanks, la estrella más entrañable del cine actual, tiene, además, una enfermedad terminal.

Aunque la película sucede en un futuro posapocalíptico -la Tierra se volvió un desierto luego de que una erupción solar despojara a la atmósfera de su capa de ozono-, es menos una historia de ciencia ficción que una “dramedy” para toda la familia. Como otras producciones de Amblin, la compañía de Steven Spielberg que quedó establecida tras el éxito global de ET, ésta también apuesta a la fórmula de humor familiar y lágrimas. Bajo el comando de Spielberg -o el de otros realizadores de su escudería como Robert Zemeckis, quien aquí oficia de productor-, la emoción no resultaría tan prefabricada y, sobre todo, el humor familiar funcionaría efectivamente para toda la familia y no solo para los niños. El realizador inglés de ascendencia argentina Miguel Sapochnick explota la torpeza del robot como una gracia recurrente que, más que volver querible al personaje, infantiliza la película.

El film es puro concepto, que puede ser resumido en “Soy leyenda se encuentra con Corto circuito”. Finch (Hank) es uno de los últimos sobrevivientes en un mundo recalentado por la radiación solar que, además, produjo un envenenamiento irreversible. Este hombre naturalmente solitario y desconfiado vive con un perro callejero que depende de él para sobrevivir (el único alimento que quedó está en latas de conserva). De modo que construye un robot para dejar a la mascota a su cuidado tras su inminente muerte. Pronto queda claro que Finch era un ingeniero sobresaliente y que el robot que construye no es tan solo una máquina programable, sino la primera inteligencia artificial (la aparición de una inteligencia no humana en un planeta moribundo abre posibilidades intrigantes para la ciencia ficción que esta película, solo enfocada en agradar, ni siquiera se plantea). Por el apuro para poner el robot en marcha, su inteligencia no nace plenamente formada sino que, a pesar de sus terabytes de información, carece de toda experiencia y debe aprender los detalles de la interacción con humanos.

Una vez que muestra sus cartas, la historia no encuentra donde ir salvo seguir obedientemente la hoja de ruta trazada al comienzo. La única pregunta proviene de la posibilidad de que se aparte de los designios que se autoimpone, cosa que nunca sucede. En consecuencia, el relato carece de sorpresa y no tiene tercer acto: los últimos 20 minutos, cuando debería producirse alguna revelación que nos envíe a un destino inesperado, se sienten como una coda de la que se puede prescindir.

La película fue filmada en 2017 y, en ese momento, su apocalipsis debía ser entendido como una alusión a la crisis ecológica y al calentamiento global. En 2021, esta metáfora mutó automáticamente a una referencia a la pandemia. En cualquiera de los dos casos, no le agregan ni un ápice de interés a una película que ya fue hecha bajo otros maquillajes.