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Magda Gibelli Haifa (Israel), 8 nov (EFE).- "Vivimos un infierno", asegura Mario Brukman, un pizzero argentino-israelí de 67 años que reside desde hace casi tres décadas en Haifa. A pesar de la amenaza de los cohetes lanzados por Hizbulá, él y su esposa Silvina Borovinsky, de 53 años, decidieron seguir adelante. En Haifa, principal núcleo urbano del norte de Israel, y localidades cercanas, las sirenas suenan a diario varias veces al día, recordando a sus habitantes que la guerra contra la milicia chií libanesa sigue, al igual que la cotidianidad gracias a un eficaz modelo de alertas y prevención. "Vivimos en Carmiel, y todos los días tenemos 30 km para ir y venir, (...) venimos con la radio prendida para ver si hay alarmas, bajarnos del auto, tirarnos al piso y pedir que no nos caiga algo encima. Pero decidimos que tenemos que seguir trabajando, no hay alternativa", explicó a EFE sobre su rutina diaria de camino a la pizzería que regenta desde hace cuatro años cerca de Haifa. "Ya me acostumbré", dice Silvina sobre el ruido de los cohetes y el estruendo de las intercepciones, aunque lamenta que las ventas del negocio se han reducido un tercio, porque la vida no es igual en el entorno de Haifa, la tercera mayor área metropolitana de Israel. La vida cambió en el área metropolitana de Haifa el 8 de octubre de 2023, cuando Hizbulá comenzó el lanzamiento de cohetes y misiles hacia Israel en solidaridad con las milicias palestinas de Gaza, un conflicto que escaló este septiembre, cuando el Ejército israelí intensificó sus frecuentes ataques a Líbano e incluso inició una incursión terrestre. Esa tensión en el flanco norte israelí derivó en el desplazamiento de 60.000 personas de sus hogares en Israel, cifra que se eleva a más de 1,5 millones en Líbano, donde además han muerto más de 3.000 personas, la mayoría desde septiembre. Del lado israelí, 73 personas han muerto por ataques lanzados desde Líbano, de las cuales 43 eran civiles. Base militar en una escuela A pocos metros de la pizzería de Mario, un colegio fue transformado en una base militar, desde donde se dirigen operaciones de vigilancia y rescate en Kiryat Motzkin entre los dibujos en las paredes de los 200 alumnos que aún no han vuelto a clase. En algunas zonas del norte del país el ejército elevó el nivel de actividad permitida a comienzos de octubre, y los niños que recibían clases telemáticas volvieron a escuelas con refugio, pero no a esta, transformada en un comando militar. “Nuestro trabajo como comando de búsqueda y rescate es ayudar a mantener la vida normal”, explicó Aviv comandante de este pelotón. En la cercana ciudad de Haifa, se ha habilitado una sala de situación en un refugio subterráneo, cuya ubicación exacta se mantiene en secreto. Allí se reciben llamadas telefónicas de emergencia las 24 horas y los equipos de vigilancia supervisan constantemente a través de cámaras de seguridad numerosos puntos de la ciudad. Ese búnker está "lejos del edificio municipal porque nos enteramos de que el ayuntamiento está en el punto de mira (de los ataques de Hizbulá)", comentó el alcalde de Haifa, Yonav Yahav, de 80 años. El objetivo es transmitir confianza a la población para que la ciudad pueda continuar funcionando pese a los ataques, y que los servicios de emergencia puedan desplazarse con rapidez. Haifa ostenta el hospital subterráneo más grande del mundo, además de una red de refugios, túneles y alarmas, tanto en megáfonos como en sus móviles, que permite que los residentes reciban advertencias anticipadas y puedan resguardarse en caso de ataques. Yahav insistió en que su deseo es que se detenga la guerra, pero mientras dure hay que trasladar a sus habitantes la mayor sensación de normalidad y seguridad. "No estoy a favor de destruir la mitad del Líbano, ni de matar gente, pero ahora ya estamos en una guerra. Y después ¿cuál será la segunda etapa? Tenemos que llegar a un acuerdo con las grandes potencias, si no cada pocos años nos encontraríamos en la misma situación”, afirma el alcalde sobre la amenaza de Hizbulá, detrás de la cual ubica a Irán. Yahav aspira que el modelo de Haifa, donde asegura que árabes y judíos conviven sin conflictos, se convierta en un ejemplo para la paz de Israel con sus vecinos. Tras la conversación, el sonido de las alarmas rompió el silencio. En segundos, todos bajaron de los autos y corrieron a refugiarse con el miedo reflejado en sus rostros: solo tienen 60 segundos para resguardarse antes de que algún artefacto o restos de metralla por las intercepciones puedan caer al suelo. Pasado un minuto, la vida continua con una extraña normalidad que se ha vuelto parte de la rutina. (c) Agencia EFE