Gabriela Hassel, la actriz que nunca quiso fama y lo dejó todo por su familia
¿Recuerdan la canción Me vas a hacer llorar, de Marco Antonio Solís? Es aquella que versa más o menos así: "Pregúntale en 10 años a tu espejo si hay forma de comprar un buen amor". Bueno, pues en el videoclip de aquel sencillo la mujer que le rompe el corazón al Buki y se mira al espejo es Gabriela Hassel. Seguro su nombre les viene a la mente.
Si hacen memoria, la recordarán como Vanessa del Moral, la villana que le hizo la vida imposible a la cándida Paola Armendáriz (Natalia Esperón) y al jovial de Martín (Flavio César) en la telenovela Agujetas de color de rosa (1994). Era envidiosa, caprichosa, malvibrosa e intrigosa. Vaya, el vivo retrato de la maldad juvenil hecha persona. Nada que ver con la tierna y dulce Fabiola de La fuerza del amor (1991), melodrama que le puso como galán a Alfredo Adame. Sí, el mismo que ahora es un meme.
Ese gran momento que vivía Gabriela Hassel como actriz y rostro joven de la televisión venía precedido por un ascenso en el cine. Primero apareció en una de las películas poco habladas de Felipe Cazals, Las inocentes (1986). El director de Canoa (1976) y El apando (1976) realizó ese título en formato de video, pero cuenta una historia dura sobre el abuso sexual a religiosas. Después de ese trabajo, la actriz participó en un filme de terror dirigido por Rubén Galindo Jr. Se trató de El secreto de la ouija.
Posteriormente figuró en el reparto del melodrama juvenil Un sábado más (Sergio Véjar, 1988). Compartió créditos con Pedrito Fernández, estrella masculina del momento, Tatiana y Adela Noriega, quien también estaba conquistando la televisión con Quinceañera (1988). En este sentido, las carreras de Hassel y Noriega iban a la par. Ambas compaginaban la pantalla grande con la pantalla chica y se perfilaban a ser las artistas juveniles de mayor presencia en el espectáculo. Lo que sí sucedió con Adela.
¿Qué ocurrió con Hassel? Regresemos al periodo de mediados de los noventa. Continuó apareciendo en proyectos televisivos, aunque de manera esporádica. Sus papeles dejaron de ser protagónicos. Cambió incluso de televisora, sin embargo, su imagen fue alejándose paulatinamente de las pantallas. En cine dejó de aparecer desde 1990, año en que hizo su último trabajo cinematográfico bajo las órdenes de Mario Cid (papá de Mara Escalante) en Infierno en la frontera junto a Sergio Goyri.
¿Acaso Vacaciones de terror (René Cardona Jr., 1989) le habrá traído como condena que no volviera a mostrarse en películas? Recordemos que ella la protagoniza con Pedro Fernández. Se trata de un título que el paso del tiempo ha tratado bien y le ha hecho justicia al grado de ser una obra de culto de la filmografía mexicana. En aquel entonces no fue tan bien recibida. Por varios años fue catalogada de “churro”, “producto de mala calidad”. No obstante, hoy día es apreciada a nivel internacional por cinéfilos de distintas partes del mundo.
Precisamente la revisión de esa película en la actualidad trae al presente el rostro y el nombre de Gabriela Hassel, actriz que le resulta desconocida a la generación actual. No pasa lo mismo con quienes la tienen ubicada con claridad como Paulina, la chica que no deja de gritar como causa del horror que provoca la muñeca maldita de la historia. ¿Será que Vacaciones de terror traía maldición encima? Quién sabe.
Lo cierto es que ella se alejó de la actuación. Pero no lo sufrió. Fue una decisión consciente y sin lágrimas de por medio. Conoció al amor de su vida, se casaron, tuvieron hijas y Gabriela quiso dedicarse de tiempo completo a ser mamá. Su propósito fue consolidar su núcleo familiar. En 2018 concedió una entrevista al programa Intrusos, de Televisa, y allí comentó que nunca le interesó el estrellato, que solamente quería actuar bien, ser una buena actriz.
Gabriela Hassel y la memoria del público noventero saben que, por más que el tiempo avance y distancie al pasado, Vacaciones de terror siempre estará ahí. ¿Y Agujetas de color de rosa? También.