No has visto el color azul hasta que no hayas visto San Andrés

Los habitantes de San Andrés están orgullosos de su “Mar de los siete colores”, en el que se intercalan diferentes tonos de azul. (Toh Gouttenoire/The New York Times)
Los habitantes de San Andrés están orgullosos de su “Mar de los siete colores”, en el que se intercalan diferentes tonos de azul. (Toh Gouttenoire/The New York Times)

En San Andrés, una pequeña isla colombiana situada en un archipiélago frente a la costa caribeña de Nicaragua, contar los azules del famoso “Mar de los siete colores” es una de las tareas pendientes de todo visitante. Es una actividad de mediodía que se realiza en ruta mientras se navega entre los cayos que salpican la parte oriental de San Andrés: manchas deshabitadas (en su mayoría) de baja altitud que no son más que corales coronados de palmeras y rodeados de bancos de arena.

Desde donde estaba, conté seis: un zafiro profundo, un azul oscuro, franjas de verde azulado, turquesa y cerúleo y, a lo lejos, una franja de un cian brillante contra el borde de una pequeña isla rodeada de palmeras.

“¿Ves siete?”, me preguntó el capitán del barco.

Cuando le hablé sobre mi recuento, se rio. “¿Seis?”, dijo. “Eso significa que puedes relajarte un poco más”.

San Andrés no aparece en el radar de muchos viajeros estadounidenses, pero en Latinoamérica, y en especial entre los colombianos, es un codiciado destino de luna de miel o un retiro de fin de semana largo: un lugar en medio del océano para olvidarte de todos tus pesares en tierra firme.

Conexión con la historia

Un cartel en Haynes Cay indica cómo se sentirán los visitantes. Para llegar a la isla, hay que vadear aguas que llegan hasta la cintura, sujetándose a una cuerda inestable que conecta el cayo con un restaurante sencillo construido sobre un banco de arena. (Toh Gouttenoire/The New York Times)
Un cartel en Haynes Cay indica cómo se sentirán los visitantes. Para llegar a la isla, hay que vadear aguas que llegan hasta la cintura, sujetándose a una cuerda inestable que conecta el cayo con un restaurante sencillo construido sobre un banco de arena. (Toh Gouttenoire/The New York Times)

El archipiélago de San Andrés y Providencia está a más de 643 kilómetros al norte del territorio continental de Colombia y a unos 160 kilómetros al este de Nicaragua, pero gracias a un detalle histórico que aún no se ha resuelto, forma parte de Colombia.

Kent Francis James, de 73 años, fue gobernadora del archipiélago durante la década de 1990 y asesoró al actual gobierno local y nacional en cuestiones fronterizas con Nicaragua. Pero su pasión, dijo cuando me reuní con él en San Andrés, es ayudar a los turistas a desarrollar una conexión más profunda con la historia de la isla.

“Queremos que vengan aquí no solo para broncearse, sino para que se lleven a casa una mejor comprensión de la historia del Caribe”, me dijo, mientras estábamos sentados en el balcón de su casa y disfrutábamos de la vista del agua a lo lejos, enmarcada por buganvillas y palmeras.

Aunque se cree que los holandeses y Cristóbal Colón desembarcaron en el archipiélago, fueron los británicos quienes se establecieron en San Andrés hacia 1630. El inglés fue el primer idioma de la isla y sigue siendo el idioma que hablan los isleños nativos.

A diferencia de la mayoría de los lugares de Latinoamérica, en San Andrés no hay constancia de la existencia de pueblos indígenas. Parecía deshabitada cuando llegaron los europeos. Por eso, cuando los lugareños hablan de los isleños “nativos”, se refieren a los descendientes de los colonos británicos originales o, con más frecuencia, a los descendientes de los africanos esclavizados que esos colonos trajeron.

Este grupo étnico afrocaribeño recibe el nombre de raizal, que proviene de la palabra raíz.

Posadas Nativas

Cleotilde Henry, de 75 años, es una de las líderes raizales de la isla. Su familia se remonta a la trata de esclavos africanos, explica mientras coloca crujientes rebanadas de árbol del pan frito y bolas de coco dulce en la mesa del comedor. No los preparó solo para mí, sino para los turistas que alquilan habitaciones en el piso de arriba de su casa a través del programa de posadas nativas de la isla.

“Nací en esta casa”, dijo la mujer y señaló hacia una pequeña sala donde había unas amarillentas fotografías familiares en marcos de madera y los manteles de ganchillo. “Así que cuando pensé en qué podía hacer para ganar dinero con el turismo, lo único que tenía era esta casa”.

Hoy Henry, quien también es presidenta de la Asociación de Posadas Nativas del archipiélago, alquila 12 habitaciones, que se pueden encontrar bajo el nombre de “Cli’s Place” en sitios web de reservaciones de viajes como http://Booking.com .

A lo largo del archipiélago se ha designado a cerca de 200 hogares como “posadas nativas”, que ofrecen a los turistas una oportunidad de hospedarse con una familia local — por lo general, bajo la atenta mirada de la matriarca— en su hogar, y de comer comida local raizal.

Es la solución local a un reto universal: cómo conservar la identidad única de un lugar cuando el turismo empieza a crecer. Hace menos de 20 años, los raizales representaban el 57 por ciento de la población de San Andrés, pero cada año esa cifra se reduce, a medida que los colombianos del continente se sienten atraídos por las aguas azules de la vida isleña.

Un bikini y un carrito de golf

Aunque las playas de San Andrés no están entre las más bellas del mundo, el agua a poca distancia de la costa sí lo está, gracias a los arrecifes hundidos, por lo que muchos visitantes prefieren darse un chapuzón que explorar el interior de la isla.

Cada cayo es diferente del siguiente. Johnny Cay, situado frente a la parte norte de San Andrés, más poblada, parece la definición de una “isla desierta”: un grupo de palmeras rodeadas de arena blanca. Rocky Cay no es mucho más que su roca homónima, con un bar en la playa y un naufragio oxidado que sobresale del agua. Para llegar a Haynes hay que vadear aguas que llegan hasta la cintura, sujetándose a una cuerda inestable que conecta el cayo con un restaurante sencillo construido sobre un banco de arena. Un día típico de vacaciones en San Andrés incluye pasear entre los cayos, detenerse a dormitar contra sus palmeras o nadar en el agua que los rodea y, por el camino, contar los distintos tonos de azul.

Al igual que los piratas del pasado, los buceadores de hoy se deleitan con los barcos hundidos que salpican las aguas y exploran los ecosistemas submarinos creados por esos naufragios. En el año 2000, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura creó la enorme Reserva de la Biosfera Seaflower, una vasta zona marina protegida que rodea las islas.

“Es como una cordillera bajo el agua y por eso tenemos zonas profundas, pero también estos bancos de arena y cayos”, explicó Jorge Sánchez, de 68 años, antiguo instructor de buceo en la isla, que me invitó a su casa una tarde para ver mapas topológicos del fondo oceánico de la zona. Agitando la mano sobre un mapa, añadió: “Las especies oceánicas no saben dónde está la frontera entre Colombia y Nicaragua, así que este es un lugar estupendo para ver todo tipo de animales de distintos lugares”, agregó.

Incluso si no te gustan las olas, San Andrés es un escenario precioso para disfrutar de los siete tonos de azul desde lejos. Y las colinas no demasiado escarpadas y las carreteras lo bastante llanas hacen que la forma más fresca y divertida de hacerlo sea alquilando una mula, un pequeño carrito de golf, la forma típica que tienen los visitantes de desplazarse por la isla.

Si vas

El Aeropuerto Internacional Gustavo Rojas Pinilla tiene conexiones directas con Ciudad de Panamá, Panamá, y múltiples ciudades de Colombia, y desde San Andrés se puede tomar un vuelo a la vecina isla de Providencia.

Una vez en la isla, la mejor manera de moverse es en taxi, fácil de encontrar en el centro de San Andrés o de reservar con antelación, o en mula, que puede alquilarse por unos 200.000 pesos colombianos (unos 51 dólares) al día.

El hospedaje en una posada nativa es la máxima experiencia de inmersión en la isla y, a menudo, la opción más asequible; se pagan unos 235.000 pesos colombianos por noche con desayuno incluido. Cli’s Place Posada Nativa, Posada Nativa Licy y Miss Trinie’s Posada Nativa son algunas de las más conocidas.

Para una experiencia más lujosa, Decameron gestiona muchos hoteles en la isla, incluido el Decameron Isleño en la playa de Spratt Bight, una opción céntrica con todo incluido por alrededor de un millón de pesos colombianos la noche. El Hotel Casablanca ofrece habitaciones con vistas a Johnny Cay por unos 1,1 millones de pesos colombianos la noche. También hay opciones de alquiler a corto plazo a través de Airbnb. Muchos están dentro de complejos de condominios y cuentan con servicios como piscinas, porteros y gimnasios.

Niko’s Seafood es un restaurante de gama media cerca del centro de San Andrés que sirve pescado fresco cocinado por unos 50.000 pesos colombianos.

La Regatta quizá sea el restaurante más elegante de San Andrés, especializado en mariscos, como el ceviche por 75.000 pesos colombianos o la langosta a la parrilla con arroz de coco (215.000 pesos colombianos) servido en un patio sobre el agua cerca del centro de San Andrés. Es necesario reservar, pide tu mesa en el patio.

Miss Janice Place en el extremo sur de San Andrés, en San Luis, ofrece comida típica raizal por 40.000 pesos colombianos los platos principales acompañados de arroz con coco y jarras de jugo de fruta natural.

Namasté Beach Club San Andres está cerca de Rocky Cay y cuenta con elegantes tumbonas y un menú que va desde aperitivos playeros, como empanadas (unos 30.000 pesos colombianos), hasta cenas propiamente dichas, como pescado local frito (50.000 pesos colombianos).

c.2024 The New York Times Company