Por qué los padres nunca deben engañar a los hijos cuando se separan (y la importancia de no usarlos como rehenes)

Me gusta repetir que no existe familia modelo, sino modelos de familia. Me refiero a que la familia conformada por un matrimonio heterosexual vitalicio con hijos biológicos ha dejado de ser sagrado e intocable, pasando a convertirse en una opción más dentro del universo de modalidades entre las cuales encontramos familias con un solo progenitor (por lo regular es la madre), familias con hijos adoptivos, familias homoparentales con hijos...

El matrimonio dejó de ser algo que debe mantenerse para siempre, a costa de lo que sea. Cada vez se van normalizando más los divorcios y las personas separadas que luego se vuelven a casar o unir con otras para construir un modelo de familia distinto al convencional con los hijos de uniones anteriores más los hijos de la unión actual, denominadas familias ensambladas.

(Getty Creative)
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En cualquier caso no es precisamente el modelo de familia, sino el estilo de crianza o de cuidados que reciben nuestros hijos e hijas lo que determina su sano desarrollo. La manera como un padre o una madre trata a sus hijos es principalmente lo que organiza o desorganiza la salud emocional del niño o niña, al margen de que los padres permanezcan casados, juntos o se divorcien y se vuelvan a casar.

Leí una vez esta frase del psicólogo Álvaro Cabo Rivas, que viene a cuenta para lo que quiero decir a continuación en relación a los divorcios o separaciones, “para un niño tener dos hogares es como tener dos nacionalidades, puede ser ventajoso, salvo que los países entren en guerra”.

En nuestras crisis con la pareja lo primero a tomar en cuenta como una regla de oro es que nunca debemos usar a nuestros hijos como rehenes de dichos conflictos. Nuestros hijos no tienen por qué atrincherarse a favor o en contra de ninguna de las partes. Nuestros hijos necesitan sentirse amados y aceptados por sus progenitores y por la pareja actual de éstos. Necesitan tener la libertad de amarnos y aceptarnos sin que los hagamos sentir culpables o hacer pensar que traicionan a alguien. Nuestros hijos especialmente cuando son menores necesitan ingreso irrestricto al territorio emocional de sus progenitores aún cuando estemos divorciados, solos, solas, emparejados o emparejadas otra vez, así como formando nuevas familias.

Cuando incorporamos cotidianamente en nuestras vidas la transparencia y la honestidad, el vínculo con nuestros hijos y una nueva pareja se va construyendo al mismo tiempo, de forma natural, sin secretos, ni mentiras, sin necesidad de ocultar la realidad. Por tanto, la entrada de nuestra nueva pareja a la vida de nuestros hijos también sucede de un modo transparente y natural. Los secretos y las mentiras dañan los vínculos de formas que a veces resulta muy difícil repararlos.

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Recientemente la madre de una pequeña de tres años me comentó preocupada que se había separado del padre de su hija hacía meses. Cuando su hija le pregunta dónde está papá, le responde que está en otra casa. Cuando su hija le repregunta por qué no viene, la mamá le dice que se tiene que quedar en la otra casa para cuidarla. Cuando la hija le pregunta por qué, la mamá le responde porque la casa está sola sin gente que la cuide. Entiendo que muchas veces hacemos cosas como estas creyendo que protegemos a los hijos, pero en realidad conseguimos justo lo contrario.

Los hijos merecen que les digamos siempre la verdad, porque además ellos la intuyen y, si ocultamos o mentimos lo que pasa, les creamos confusión, distorsiones en su percepción de la realidad, culpas, mayor malestar, incertidumbre y sufrimiento.

La verdad puede ser difícil de digerir pero nunca es cruel. Hablar con la verdad ayuda siempre a ordenar el campo emocional y a preservar la salud de las relaciones. No se trata de contarle a los niños detalles escabrosos o pormenorizados que no vienen al caso, pero es deseable y saludable relatar la realidad de lo que acontece de forma sencilla y al alcance de su comprensión. No importa la edad del niño o de la niña, ellos son pequeños pero no tontos. Mentir no es opción saludable.

Algo importante en el contexto de las separaciones, sobre todo cuando son conflictivas, es tener en cuenta que nuestra rabia, celos, resentimientos, dolor no es lo más importante o, en todo caso, se trata de un asunto que debemos resolver sin implicar a los hijos propios o ajenos. Lo que realmente debe importarnos es que los hijos se sientan acogidos, amados y bien tratados por nuestro ex o por nuestra ex y su nueva pareja. Cuando los adultos alcanzamos madurez emocional, somos capaces de proteger, acompañar y cuidar a los hijos, sobre todo menores, de nuestra pareja.

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Al vincularnos con una nueva pareja, resulta retador pero a la vez necesario, hacer partícipes de forma transparente y abierta a los hijos de ambos tomando en cuenta sus deseos y opiniones sobre las decisiones de vida que este nuevo vínculo conlleva, mudanzas, viajes, la planificación para traer al mundo nuevos hermanos o hermanas… Asumámoslo: al iniciar otra relación, más allá́ de la nueva pareja, los lazos se extienden con sus hijos, su expareja, su familia consanguínea o política, etc. Es deseable mantenernos disponibles para llegar a acuerdos a favor de cultivar relaciones respetuosas.

No hay que perder de vista que cada caso particular requiere soluciones a la medida. Habrá por supuesto excepciones donde las visitas o el acceso a alguno de los progenitores se vea limitado por causa mayor o por situaciones que ponen en riesgo la integridad física o emocional de los pequeños o van en contra de la satisfacción de las necesidades esenciales para un sano desarrollo (casos de abuso, maltrato por omisión, alcoholismo y otras adicciones por parte de algún progenitor, condiciones que suponen sobre exigencia y vulneran el bienestar y las necesidades esenciales de los niños y niñas…). En estos casos debe prevalecer siempre el Interés Superior del Menor. La infancia siempre es objeto de especial protección de acuerdo a tratados internacionales. Anteponer las necesidades del niño a nuestros deseos o prioridades organizativas no es una elección, es un deber.

Mirar a nuestro hijo o hija, sentirlo, interpretarlo correctamente, validar si se siente o no confortable, si se siente seguro o ansioso con la dinámica acordada por sus progenitores para regular las visitas o custodia compartida y tomar decisiones que redunden en su beneficio antes que en nuestro deseo o necesidades organizativas, poniendo en primer lugar la salud emocional de los niños. A veces las custodias compartidas pueden implicar exigencias desmedidas que afectan la estabilidad y continuidad del vínculo con cuidadores principales o de rutinas necesarias para la construcción de la predictibilidad propia de un ambiente sano de crianza. Durante la primera infancia, especialmente los cuatro primeros años, y sobre todo si el niño se está amamantando, la custodia compartida o visitas con pernoctas pueden ser perjudiciales en tanto que interfieran con las necesidades propias del desarrollo de las criaturas en una etapa bastante sensible de dependencia corporal y psicoafectiva con la madre.

Mantener las necesidades del niño en el centro de nuestras decisiones sin involucrarlos en nuestros conflictos de pareja, supone a menudo deponer la autocomplacencia que demanda estar con los hijos de la manera, a la hora y en los términos que queremos o que nos conviene a nosotros por encima de las verdaderas necesidades de nuestros hijos.

La humanización de la crianza exige crecer, ensanchar nuestra conciencia deponiendo el ego, supone el esfuerzo de cultivar nuestra madurez emocional, de prepararnos y estar disponibles frente al desafío y la entrega que implica la inmensa responsabilidad de cuidar a nuestros niños y niñas. Esto pudiera ocurrir o no en cualquier modelo de familia incluyendo las ensambladas.

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