Una historia de pulque, migración y una Selección que nos rompió el corazón en 2022

En las haciendas de Hidalgo y el Estado de México se cuenta la historia de cómo el pulque estuvo varias décadas al borde de la desaparición. Rafael es descendiente de productores que vivieron generaciones enteras del agave pulquero. A él le tocó resolver uno de los graves problemas de la bebida de los dioses: su rápido proceso de descomposición. Junto con los pocos productores que quedaban, en los noventa encontró que la pasteurización era la respuesta.

Esto le permitió llegar a un mercado que lo añoraba y tenía el poder adquisitivo para comprarlo. Los paisanos, los del otro lado, tomaban cajas enteras. Pero al menos hasta ahora, no está ni cerca de ser del agrado americano.

Es como el futbol, no lo entienden, no saben lo bueno que es“, le dijo Rafael al tendero chicano que le recibía la carga de miel de maguey, aguamiel en polvo y por supuesto, el ansiado pulque, un 16 de junio. Le habían pedido una entrega doble y urgente.

Al día siguiente se jugaba México el pase a los cuartos de final en el mundial de Japón y Corea. Los anaqueles estaban vacíos, peor aún que el 5 de mayo o el 16 de septiembre. Se preparaban para celebrar una victoria frente a quien casi por tradición, lo perdemos todo.

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Rafael nunca tuvo que emigrar. Antes de la pasteurización, su familia se las arregló para rentarle tierras a los cerveceros, y con eso fue suficiente para vivir sin lujos, pero también sin hambre. Cuando empezó a hacer negocios en la frontera, ni siquiera conocía el otro lado. No entendía muy bien la relación de los paisanos con México.

Por el cargamento, no tuvo otra opción que ver el juego allá. Lo invitó Kevin González, su mejor cliente y además ya no le daba tiempo de regresar hasta Calpulalpan en el camión. Desde la tarde cuando llegó a la casa de su anfitrión, se sintió en el mes patrio: papel picado verde, blanco y rojo, canciones de José Alfredo Jiménez, las mesas en el jardín, el asador al rojo vivo y la hielera con pulque y cerveza desbordada y mal tapada.

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Toda su familia de verde, pero más de la mitad sin poder hablar un español medianamente aceptable. Rafael fruncía el ceño cuando nadie lo veía. “¿Estaré viendo el juego de visita o de local?”, pensaba. Lo cierto es que cuando comenzó el partido y salió el equipo de Javier Aguirre a la cancha, empezó el griterío.

“Si Italia terminó pidiendo la hora, a estos les metemos cuatro”, le decía Kevin a Rafael y este cerraba los ojos y asentía. “Estamos en cuartos”, hubo un periódico que se atrevió a encabezar su portada luego de que se concretara el cruce en octavos de final con Estados Unidos. En México ya se hacían pronósticos del siguiente partido que sería contra los alemanes.

Ni diez minutos pasaron cuando McBride le clavó el primero al Óscar El Conejo Pérez. Un par de sobrinos de Kevin gritaron el gol, pero era un grito confundido, medio ahogado. Voltearon a ver a su tío y a sus papás que veían la pantalla sin parpadear y con la boca entreabierta.

Ahorita empatamos, es que salieron confiados“, dijo Rafael, pero con la garganta seca a pesar de las tres latas de pulque y dos cervezas que tenía encima. Pero nada más lejos de lo que pasó. Sobra describir las axilas empapadas del Vasco Aguirre, sus cambios sin sentido, el gol de Donovan y la expulsión de Márquez.

Los sobrinos de poco español no le dieron tanta importancia. Se fueron a su cuarto a jugar Playstation y en una hora ya tenían cualquier cosa en la cabeza menos el partido. Para los tíos, la fiesta se convirtió en sepelio. Kevin no levantaba la cabeza. Pero no hubo comentarios del partido. Le dio un sorbo al pulque y viendo hacia el lado mexicano de la frontera, le contó a Rafel una historia.

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“Hace 30 años llegué yo acá con los pinches polleros. En el camino dejaron a una muchacha que se lastimó el pie y no podía correr. Le dieron una botella de agua y le dijeron que los esperara, que iban a regresar por ella. Un mes después me enteré que la encontraron muerta, sola. Luego a cuidarte de la migra, agarrar trabajos que estos huevones no quieren hacer. Lavando platos todo el día, haciendo encargos. En el campo, en la ciudad.

“En medio de eso, un montón de güeros racistas que te gritan que te regreses. No me malinterpretes, también hay gente buena, pero los que no, te hacen sentir una auténtica mierda. Al final te adaptas, haces familia y encuentras una manera hornada de vivir. Pero siempre te queda una sensación de que algo te falta. Y yo le agradezco a este país que, con todo, me dé una vida mejor. Le agradezco con trabajo, con dinero y con todo lo que se debe.

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“Con eso que te falta y que no siempre lo tienes, con lo poco que no es de ellos, hoy pensé que pagaban todas. Hoy pensé que al menos en mi cabeza nos poníamos a mano. Y que mañana podría decirles que en todo nos pueden chingar: en la economía, en la calidad de vida, en los olímpicos, en el tenis, en el beisbol, en el americano, pero no en futbol, o el soccer, como estos le dicen. Ni eso ya me queda“.

Rafael no dijo nada. No se puede consolar a nadie cuando uno está igualmente desconsolado. Se quedaron juntos hasta las tres de la mañana. Las latas de pulque abiertas y abandonadas empezaban a oler mal. Le agradeció todo y se fue a dormir por no tener algo más que decirle.

Al otro día salió por la mañana. En las noticias estadounidenses el partido no fue relevante. Le dedicaban poco tiempo en la televisión y había reseñas escuetas en los impresos. Igual que a los cientos de migrantes muertos en el desierto y maltratados por las “patrullas ciudadanas”, igual que al pulque, ignoran todo lo que no les pertenece.

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