La historia de “Yira yira”: el padecimiento de un porteño como tantos otros, pero también de un poeta único

El gran Discepolín compuso
El gran Discepolín compuso "Yira yira" en medio de todo tipo de padecimientos, tanto económicos como existenciales

Considerado uno de los tangos fundamentales, “Yira Yira” (1929), narra la historia de un hombre que ha vivido convencido de la fraternidad entre sus pares, hasta que, al llegar a la edad madura, se ve desilusionado por la realidad que lo circunda, entre la soledad y la desesperanza.

Con letra y música del enorme Enrique Santos Discépolo, autor de otros “tangos de oro” como “Cambalache” (1934), “Uno” (1943) o “Cafetín de Buenos Aires” (1948), la pieza habla de los “trabajos, fatigas, luchas y contratiempos” de su protagonista; “de las dificultades diarias, de la injusticia, del esfuerzo que no rinde, de la sensación de que se nublan todos los horizontes, de que están cerrados todos los caminos”, según reflexiona el mismo Discépolo en sus Escritos Inéditos publicados por Ediciones del Pensamiento Nacional (1986), donde refiere en detalle cómo escribió aquella popular canción, documento vivo del sentir de los porteños.

“‘Yira yira’ surgió, tal vez, como el más espontáneo, como el más mío de los tangos, aunque durante tres años me estuvo ‘dando vueltas’. Porque sí está inspirado en un momento de mi vida. Venía yo, en 1927, de una gira en la que nos había ido muy mal. Y después de trabajos, fatigas, luchas y contratiempos regresaba a Buenos Aires sin un centavo. Me fui a vivir con mi hermano Armando a una casita de la calle Laguna. Allí surgió ‘Yira, yira’, en medio de las dificultades diarias, del trabajo amargo, de la injusticia, del esfuerzo que no rinde, de la sensación de que se nublan todos los horizontes, de que están cerrados todos los caminos. Pero en aquel momento, el tango no salió. No se produce en medio de un gran dolor, sino con el recuerdo de ese dolor”, apuntaba Discépolo en aquellos escritos, con introducción y comentarios de Norberto Galasso, sobre aquel tango que daba cuenta del hombre de Buenos Aires. Discépolo se inspiraba en la vida de los porteños, sus dificultades y sus desafíos, que también eran los suyos.

“‘Yira yira’ nació en la calle. Me la inspiraron las calles de Buenos Aires, el hombre de Buenos Aires, la rabia de Buenos Aires. La soledad internacional del hombre frente a sus problemas. Yo viví la letra de esa canción. Más de una vez. La padecí, mejor dicho, más de una vez. Pero nunca tanto como en la época en que la escribí. Hay un hambre que es tan grande como el hambre del pan. Y es el hambre de la injusticia, de la incomprensión. Y la producen siempre las grandes ciudades donde uno lucha, solo, entre millones de hombres indiferentes al dolor que uno grita y ellos no oyen. Londres gris, Nueva York gris, Buenos Aires, todas deben ser iguales. Y no por crueldad preconcebida sino porque en el fárrago ruidoso de su destino gigante, los hombres de las grandes ciudades no pueden detenerse para atender las lágrimas de un desengaño. Las ciudades grandes no tienen tiempo para mirar el cielo. El hombre de las ciudades se hace cruel. Caza mariposas de chico. De grande, no. Las pisa. No las ve. No lo conmueven”, discurría Discépolo sobre el sentir que volcó en su inoxidable tango, uno de los más recordados de todo su repertorio, junto a otras grandes composiciones como “Malevaje”, “Sueño de juventud”, “Esta noche me emborracho” o “El choclo”, entre muchas otras de su autoría, que sin dudas lo convirtieron en emblema del tango argentino.

Otra vez, el mito tanguero de retorno al barrio, las calles de la infancia y, en el medio, la desilusión por los sueños y los ideales que se extraviaron en el camino, como el amor, la amistad, la alegría, la justicia. “Yo no escribí ‘Yira yira’ con la mano. La padecí con el cuerpo. Quizás hoy no la hubiera escrito porque los golpes y los años serenan. Pero entonces tenía veinte años menos y mil esperanzas más. Tenía un contrato importante con una casa filmadora que equivocadamente se empeñaba en hacerme hacer cosas que me desagradaban como artista, como hombre digno. Y me jugué. Rompí el contrato y me quedé en la calle. En la más honda de las pobrezas y en la más honrada soledad”, sigue el relato del artista que, en su paso por la radio, en 1951, llevó adelante “¿A mí me la vas a contar?”, el segmento donde presentó a Mordisquito, personaje que había inventado para burlarse de quienes se oponían al peronismo.

“‘Yira yira” fue una canción de la calle, nacida en la calle cuando les mordía el talón a los pasos de los hombres. Grité el dolor de muchos, no porque el dolor de los demás me haga feliz, sino porque de esa manera estoy más cerca de ellos. Y traduzco ese silencio de angustia que adivino. Usé un lenguaje poco académico porque los pueblos son siempre anteriores a las academias. Los pueblos claman, gritan, ríen y lloran sin moldes. Y una canción popular debe ser siempre el problema de uno padecido por muchos”, cerraba el gran Discepolín sobre el origen de este tango de clara evocación nostálgica, donde su protagonista asoma como un hombre gris, cansado de sí mismo, desilusionado de las circunstancias que lo rodean.

“Cuando la suerte, que es grela / fayando y fayando te largue parao/ cuando estés bien en la vía / sin rumbo, desesperao / cuando no tengas ni fe / ni yerba de ayer / secándose al sol / cuando rajés los tamangos / buscando ese mango / que te haga morfar / la indiferencia del mundo / que es sordo y es mudo / recién sentirás”.

Con la Revolución del 43, la nueva dictadura militar derrocó al gobierno del presidente Ramón Castillo y obligó a suprimir el lenguaje lunfardo, como así también cualquier referencia a la embriaguez o expresiones consideradas “inmorales o negativas para el idioma o para el país”. Por ese motivo, para permitir su difusión radiofónica, “Yira yira” pasó a llamarse temporariamente “Camina, camina”. Las restricciones continuaron al asumir el gobierno constitucional del general Perón, hasta que luego de una entrevista junto a directivos de Sadaic, el mismo general afirmó que ignoraba la existencia de aquella normativa y la dejó sin efecto.

Clásico de la música ciudadana, con el transcurso de los años “Yira Yira” fue interpretado por distintos artistas de diversos géneros. Lo estrenó Olinda Bozán en el teatro Sarmiento allá por 1929 y la Orquesta Típica Víctor la grabó por primera vez al año siguiente. Sin embargo, su versión más difundida fue grabada por el mismísimo Carlos Gardel en 1930, para un cortometraje dirigido por Eduardo Morera. El film se estrenó el 3 de mayo de 1931 en el cine Astral, junto a otra serie de quince cortos con Gardel y sus guitarristas Guillermo Barbieri y Ángel Domingo Riverol. También la grabaron cantantes como Tania, Ada Falcón, Ignacio Corsini, Edmundo Rivero, Hugo del Carril, Francisco Canaro, Virginia Luque, Sara Montiel y Roberto Goyeneche. Y más acá en la línea del tiempo, Julio Iglesias, Raphael, Los Piojos, Javier Calamaro y Omar Mollo.

También conocido como Discepolín, Enrique Santos fue compositor, músico, dramaturgo y cineasta. Nacido en el barrio porteño de Balvanera en 1901, con apenas 16 años debutó como actor y poco tiempo después comenzó a escribir sus primeras obras de teatro y letras de tango como “El bizcochito” y la más conocida “Qué Vachaché”, de los años 20. Enseguida, sus letras serían interpretadas por las más grandes figuras del ambiente como Gardel, Julio Sosa o Tita Merello, y conquistaron a las multitudes que se sentían identificadas. Sin embargo, su posicionamiento político alineado con el peronismo le valió muchas críticas y amenazas. Cada vez más aislado, murió sólo en su casa, el 23 de diciembre de 1951.