Jamás creí que lo diría pero 'La casa del dragón' superó todas mis expectativas

Lo reconozco. Por mucho que el autor de Juego de Tronos, George R.R. Martin, compartiera que la nueva serie y precuela sobre Poniente que HBO Max estrena el 22 de agosto le había dejado impresionado, personalmente albergaba cierto escepticismo. Después de todo, los intentos de secuelas, spin offs y remakes no siempre salen del todo bien, y menos cuando se trata de un fenómeno como este. Es decir, una serie que nos hizo vibrar durante ocho temporadas, generando conversación, fervor y pasión a lo largo y ancho del planeta, haciéndonos vivir secuencias que nos dejaron, literalmente, sin respiración y con la boca abierta. (Cómo olvidar la primera vez que vimos el resurgir de Jon Nieve durante la Batalla de los Bastardos, aun se me eriza la piel al recordarlo. Digo primera vez porque algunos la vimos varias veces).

Sin embargo, me toca quitarme el sombrero porque La casa del dragón ha superado todas mis expectativas. Es más, tras haber visto algunos de sus capítulos, estoy convencida que la ponientemanía vuelve por todo lo alto. Y con derecho propio.

Imagen de 'La casa del dragón' (cortesía de Warner Bros. Discovery)
Imagen de 'La casa del dragón' (cortesía de Warner Bros. Discovery)

La casa del dragón llega a HBO Max con el primero de sus diez (y costosos) episodios con un capítulo por semana y adaptando algunas partes de Fuego y sangre, la novela que Martin publicó en 2018 y que detalla la dinastía Targaryen desde la conquista de Aegon I hasta Aegon III. La historia comienza en el noveno año del reinado del rey Viserys I Targaryen (Paddy Considine), precisamente 172 años antes del nacimiento de Daenerys. Se trata de una era de dominio absoluto de la familia de los dragones. Los Targaryen controlan Poniente desde hace siglos, no existe la lucha entre reinos por el trono y estamos ante un rey pacífico que, sencillamente, no quiere conflictos. Más bien huye de ellos y cualquier intento de violencia. Y a diferencia de Juego de Tronos, aquí nos quedamos en Desembarco del Rey con una historia que desarrolla quién será el heredero al trono dentro de la familia protagonista.

La esposa del rey está embarazada y como su primogénita es una mujer -Rhaenyra (inicialmente en la piel de Milly Alcock)-, los Siete Reinos están ansiosos esperando que el bebé sea un heredero masculino para el trono de hierro. Es decir, si Poniente ya era machista en Juego de Tronos, casi dos siglos antes era peor. Sin embargo, en medio de la trama se encuentra el arrogante y maquiavélico hermano pequeño del rey, el príncipe Daemon (Matt Smith), y supuesto heredero al trono. Pero al que le va a dar una rabieta cuando la trama le juegue en su contra disparando, así, diferentes arcos narrativos plagados de épica e intriga palaciega. Y sí, con dragones también.

Para el final del primer episodio todos los jugadores ya están predispuestos, comenzando una partida donde no faltarán las disputas políticas, traiciones, alianzas, batallas, discordias y todo aquello que hizo de Juego de Tronos el ejemplo culmine del género épico.

La casa del dragón es, en pocas palabras, Juego de Tronos en todo su esplendor con sus desnudos -pero menos sexo-, batallas, dragones y drama, pero quitando el laberinto narrativo de todas las casas de los Siete Reinos para centrarse exclusivamente en la dinastía Targaryen. Lo sé, soy consciente que estoy haciendo una comparativa arriesgada pero no hay otra forma de definirla de manera rápida. Porque como fiel seguidora de Juego de Tronos, esta precuela me ha hecho revivir sensaciones visuales y sensoriales que creía que jamás volvería a sentir por esta historia. Solo escuchar su banda sonora legendaria me provocó mariposas en el estómago que ni pensé que viviría.

Imagen de 'La casa del dragón' (cortesía de Warner Bros. Discovery)
Imagen de 'La casa del dragón' (cortesía de Warner Bros. Discovery)

Por eso, cuando digo que jamás creí que lo diría pero que La casa del dragón ha superado cualquier expectativa, es precisamente porque tan solo igualar la magia y poderío de la serie original sin caer en la sensación de déjà vu barato me parecía una tarea muy difícil de conseguir. Por ejemplo, en mi mente había dos alternativas, o La casa del dragón la pifiaba sin poder llenar los enormes zapatos de su pasado, o nos convencía pero las comparaciones se alzarían por encima de cualquier opinión convertidas en palos innecesarios. Después de todo, vivimos en una era donde los fans de sagas de éxito se han convertido en los verdugos más crueles ante lo más mínimo (lo hemos visto con Star Wars o con la misma temporada final de Juego de Tronos).

Sin embargo, La casa del dragón no solo consigue igualar el torbellino épico de la serie original, sino que logra algo que creía imposible: mantener el espíritu de Juego de Tronos pero creando una serie más centrada, redonda y condensada que, a pesar de emularla casi de manera fiel, se siente única e independiente.

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Es cierto que hay muchas similitudes entre ambas series, comenzando con el parecido evidente entre Milly Alcock (Rhaenyra) con Emilia Clarke y su Daenerys, desde la apariencia física a los rasgos de personalidad que nos recuerdan a la Khaleesi del principio. Así como los decorados, vestuario (da la sensación que simplemente lo desempolvaron), efectos especiales, narrativa, diseño visual y los apellidos de las familias que tan bien llegamos a conocer.

Pero La casa del dragón se siente como una serie más centrada y seria, carente del humor que a veces daba respiros necesarios ante la avalancha de información y personajes que derrochaba cada capítulo de Juego de Tronos. Todo su reparto está perfecto en sus papeles, destacando sobre todo el trabajo de Paddy Considine como ese rey acorralado entre su responsabilidad y rechazo a los conflictos; a Rhys Ifans como Otto Hightower, la Mano del Rey, que plasma con elegancia un personaje que todo lo dice y hace con intenciones escondidas. Pero, sobre todo, Matt Smith, el actor que consigue abducirnos en este viaje épico con un personaje plagado de matices, ambiguo y al que no puedes quitarle la mirada.

No me cabe duda de que la serie está diseñada para satisfacer el hambre de los fans, con más referencias y nombres de los que tu memoria puede retener (o recordar), y que nos remontan a ese universo que seguimos con ahínco entre 2011 y 2019. Es emocionante y tiene un aspecto visual impresionante con un diseño artístico que es todo un disfrute visual. Mención aparte merece la dedicación que han dado a la relación de la familia protagonista con el fuego (ese símbolo de sus preciados dragones) a través de escenas iluminadas por velas ardiendo, el romance de sus cuerpos (manos) sobre las llamas y otras secuencias más.

En resumen, La casa del dragón recupera lo mejor de Juego de Tronos desempolvando las mejores bazas a su favor, demostrando que la cadena tomó nota y aprendió de los errores aprendidos tras los fallos de las últimas temporadas.

Para un amante de la ficción audiovisual no hay nada más bonito que vibrar con una serie o película, y La casa del dragón lo consigue con creces. Se avecina fenómeno.

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