James Cagney: el tipo duro que se enfrentó a un estudio, organizó a los actores en Hollywood y tuvo un asteroide con su nombre

James Cagney: el tipo duro que deslumbró a Orson Welles, se enfrentó a un poderoso estudio y tuvo un asteroide con su nombre
James Cagney: el tipo duro que deslumbró a Orson Welles, se enfrentó a un poderoso estudio y tuvo un asteroide con su nombre

Las calles sucias y salvajes convirtieron a un niño en un hombre. Fue uno de los pocos hijos de un inmigrante irlandés, boxeador y bartender, que logró sobrevivir a las condiciones insalubres de uno de los barrios marginales de Manhattan. En el barrio, el niño que no era el más alto de la cuadra aprendió que si quería ganarse el respeto de los otros pibes tenía que aprender a defenderse a las trompadas. Pero, quizás, para él la apariencia de tipo duro haya sido una estrategia de supervivencia, una fachada : podía ser un bailarín agraciado, una persona muy atenta con sus compañeros, que prefería leer poesía en soledad, o alguien que tenía actitud de compadrito. James Cagney tenía una sensibilidad distinta.

Cagney intentó salir de la pobreza estudiando, pero se impuso la realidad. Para ayudar a su madre, viuda, empezó a trabajar en una librería. Hasta que, con su gracia para atender a los clientes, llamó la atención de una actriz que le insistió para que se probara en el teatro. Venció su timidez y lo hizo. Su primer papel fue uno muy secundario, vestido de mujer, con peluca y pollera, en un musical cómico. Tiempo después, un evento fortuito lo hizo crecer .

“Necesito un trabajo”

El joven Cagney, que había intentado hacer carrera como arquitecto, tenía una memoria prodigiosa. Cuando el actor principal del musical faltó de improviso a una de las funciones, el director tuvo que conseguir un reemplazo de urgencia. Cagney sorprendió a todos: había estudiado todos los movimientos. Los sabía de memoria. Empezó como secundario, pero terminó como protagonista.

Se casó con una corista, con la que tuvo dos hijos por adopción. Es uno de los pocos casos de Hollywood en que el matrimonio duró toda la vida. No tuvo historias de celos, escándalos o infidelidades.

James Cagney y Jean Harlow, protagonistas de Enemigo público
James Cagney y Jean Harlow, protagonistas de Enemigo público

No le iba mal en teatro, pero la economía familiar no podía depender de una profesión tan volátil. Decidió probar suerte en una industria que no paraba de crecer: el cine. No llegó a Hollywood con la cabeza baja, al contrario. Cuando tuvo su primera entrevista, en Warner Bros., le preguntaron por qué quería ser actor de cine. “Necesito un trabajo”. Esa actitud desafiante contrastaba con todos los otros postulantes, que soñaban con el glamour, la fama y una vida de lujos. Cagney era un trabajador hecho y derecho.

A la vida le gustan las simetrías. Cagney empezó a filmar Enemigo Público como un actor secundario, hasta que el director de la película lo llamó para hablar en privado. No era para regañarlo: el cineasta había quedado sorprendido por el talento del ignoto joven. In situ, le ofreció el papel protagónico. El enemigo público, un relato violento ambientado en la era de la prohibición, no solo fue un éxito comercial que catapultó a James Cagney al estrellato: también definió el estilo de gran parte de su carrera.

Por esa película cobró $400 dólares semanales, de los cuales $300 eran siempre apartados para su familia. En su trayectoria como actor, Cagney siempre se preocupó por los demás. Podía hacerse el enfermo para retrasar el rodaje un día y que todo el equipo de técnicos, los que estaban detrás de cámara, pudiera cobrar un día más para tener un salario más digno. En la pantalla también desafiaba a la autoridad: se burlaba de los policías y se rodeaba con los trabajadores portuarios. Fuera de la pantalla, la gente lo quería.

El héroe atípico

Era la época de la Gran Depresión. El sueño americano parecía ser una pesadilla. El pueblo estaba cansado del abuso de las grandes empresas y de los fallidos intentos del gobierno para levantar la economía. El cine era más que un paraguas contra una realidad durísima. Un gángster, como el protagonista de El enemigo público, podía ser un héroe atípico.

James Cagney en El enemigo público, de 1931
James Cagney en El enemigo público, de 1931

La película tuvo una escena que marcó a fuego el estilo de muchos personajes de Cagney, que no dudaban en pegarles cachetazos a las mujeres. En El enemigo público, el jefe del crimen organizado discute con su pareja y le revienta la cara de un frutazo. Fuera de cámara, Mae Clarke siempre reconoció que Cagney era muy profesional para preparar las escenas violentas con sus compañeras. Las pensaba como si fueran coreografías. Si tenía que agarrar de los pelos a una mujer, para arrastrarla por toda la habitación, se aseguraba de que la actriz agarrara su brazo como si estuvieran luchando: de esa manera no hacía ningún tipo de fuerza contra el cuero cabelludo de su compañera. La ilusión funcionaba.

Empezó a ser reconocido no solo por su talento, sino también por su buena predisposición para tratar a sus compañeros, sean o no famosos como él . Nunca se quedaba con más del 50 por ciento de su propio salario: le gustaba donar gran parte de sus ganancias a organizaciones que lo necesitaran más que él. Pero rechazaba de pleno cualquier tipo de acto solidario si le pedían contribuciones para hacer caridad. Decía que no le gustaba la idea de dejarse mandar para ser solidario. Él solía decir: “No acepto nada de nadie. Ni siquiera espero a que las cosas sucedan”.

Su capacidad de organización y contribución para el bienestar de sus compañeros lo llevó a crear el Screen Actors Guild, el sindicato de actores de los Estados Unidos que él mismo fundó, y donde ocupó el puesto de vicepresidente. El crecimiento político de Cagney empezó a llamar la atención de enemigos poderosos.

¿David venció a Goliath?

Las películas que solía hacer se vieron afectadas por el Código Hays: las escenas de violencia, sobre todo contra las mujeres, eran inaceptables. Sus personajes, bandidos que se burlaban de la ley, inmorales. Fuera de la pantalla, Cagney se enfrentaba en un litigio histórico contra Jack L. Warner. Un actor osaba desafiar a uno de los productores (y estudios) más poderosos de Hollywood. La pelea tuvo un resultado inesperado: David venció a Goliath. Cagney ganó. Pero hubo un giro aún más inesperado: Warner quería seguir trabajando con él. El “laburante del cine” impuso sus nuevas condiciones: quería empezar a explorar roles distintos a los que estaba acostumbrado.

La fama de rebelde con causa hizo que el FBI empezara a investigarlo. No tardaron en aparecer los que denunciaban que Cagney era un comunista.
La fama de rebelde con causa hizo que el FBI empezara a investigarlo. No tardaron en aparecer los que denunciaban que Cagney era un comunista.

Como adulto, también tuvo que pelear contra algo más que el abuso de los estudios de Hollywood. Cuando Cagney se juntaba con sus amigos, Pat O’Brien y Spencer Tracy, la prensa los apodaba la “mafia irlandesa”. La fama de rebelde con causa hizo que el FBI empezara a investigarlo. No tardaron en aparecer los que denunciaban que Cagney era un comunista. La opinión pública, que lo veía como un héroe, empezaba a tener sospechas del patriotismo de este hombre que llenaba las salas.

La respuesta de Cagney fue brillante. Decidió que era la hora de alejarse de su fama de matoncito. Pidió hacer la película más estadounidense posible. El proyecto fue una de las primeras biopics musicales de Hollywood: la vida de George M. Cohan, el padre de Broadway. Triunfo supremo fue el título de Yankee Doodle Dandy en la Argentina, pero el triunfo fue de verdad supremo cuando se abrieron las boleterías.

La película que fue diseñada para alentar el patriotismo de un pueblo quebrado, comenzó el rodaje apenas un día después del ataque a Pearl Harbor. Se estrenó en 1942, cuando la nación de Roosvelt estaba en guerra. Las masas acudieron a las salas para ver a Cagney cantar, bailar y emocionarse hasta las lágrimas cuando Cohan despide a su padre en su lecho de muerte. Las funciones terminaban con ovaciones y aplausos. Triunfo supremo fue el único Oscar que ganó el actor de Ángeles con caras sucias.

El éxito comercial fue acompañado por el prestigio que tenía con la crítica y sus compañeros en la industria. De nuevo, su presencia como estrella encandilaba a todos. Intentó dar un paso más allá para erigirse él mismo como empresario cinematográfico. Las tres películas que produjo tenían un aire mucho más poético y sensible que las historias de mafiosos que solía protagonizar. Pero todas fueron fracasos de taquilla. De nuevo con los pies en la tierra, volvió a Warner.

Tiempo de despedidas

En 1949 protagonizó Alma negra, el film noir admirado por Martin Scorsese. En la película, Cagney es un psicópata que ama a su madre y planea un salvaje atraco contra una planta de químicos. Cagney pensó en los ataques de violencia que tenía su propio padre, un alcohólico empedernido, para construir al personaje que lo devolvió a la gloria. Aunque la película es un clásico reverenciado, que incluso fue nominado al Oscar por su guion, el actor nunca le tuvo mucho aprecio. La veía como un proyecto desalmado, al que solo accedió porque necesitaba la plata.

“Las películas se inventaron para James Cagney, y James Cagney se inventó para las películas”, dijo Clint Eastwood sobre el actor
“Las películas se inventaron para James Cagney, y James Cagney se inventó para las películas”, dijo Clint Eastwood sobre el actor

Aunque fue una estrella, en 1987, un asteroide de 9 kilómetros de diámetro fue nombrado en su honor: 6377 Cagney. El actor de Taxi no solo despertaba admiración en la comunidad científica. Para Orson Welles fue “el mejor actor que haya aparecido frente a cámara en la historia”. La misma opinión compartía Stanley Kubrick, que eligió a Cagney como su actor favorito. Para otras figuras, como Michael J. Fox y Paul Newman, fue una importante fuente de inspiración. Clint Eastwood pensaba de la misma manera: “ Las películas se inventaron para James Cagney, y James Cagney se inventó para las películas ”.

Cagney no se llevó tan bien con todos los directores. Cuando trabajó en Mr. Roberts, en 1955, chocó con la colérica personalidad de John Ford. Decía que el actor de La diligencia era un “viejo malo”. El cineasta, de sangre irlandesa, lo invitó a resolver sus diferencias a las trompadas. Cagney no se acobardó y se plantó en el set para empezar a las piñas: fue la única vez que John Ford gruñó y dejó pasar una pelea.

Ya estaba en la última etapa de su carrera, en 1961, cuando se dio cuenta que era hora de retirarse. En el rodaje de Uno, dos, tres, la comedia de Billy Wilder, tuvo problemas para recordar sus líneas. Su memoria no era la misma. Tuvo que rodar una escena más de 50 veces porque no podía memorizar un texto bastante largo, que Wilder insistía hacer sin cortes. Cansados, le dieron un ultimátum: o salía bien la próxima vez que se encendieran las cámaras, o se terminaba la película. La siguiente toma finalmente salió perfecta. Cagney, aún en sus últimos trabajos, era un trabajador profesional.

Dónde ver sus películas:

  • Triunfo supremo: Apple TV+ (alquiler)

  • Ángeles con caras sucias: Qubit

  • El enemigo público: Google Play (alquiler)

  • Alma negra: Apple TV+ (alquiler)