Juego, admiración y búsqueda histórica en una lúcida relectura de Mafalda
Releyendo Mafalda, serie documental. Dirección: Lorena Muñoz. Guión: Julián Troksberg. Montaje: Pablo Notarianni y Pablo Martín. Editores: Pablo Benjardino y Gianluca Monti Genovese. Disponible en Disney+ y Star+. Nuestra opinión: muy buena.
Una de las muchas cosas sobre Mafalda que nos recuerda la serie documental que acaba de sumarse al catálogo de la plataforma Disney+ es la fecha, ya muy lejana, de la despedida del personaje en la tira cómica que llevaba su nombre. Fue el 25 de junio de 1973 en el semanario Siete Días.
Cincuenta años después, los cuatro episodios de Releyendo Mafalda llegan al streaming como demostración perfecta de que en la Argentina, en buena parte de América latina, en España y en Italia se sigue hablando de la creación más famosa de Joaquín Lavado (Quino) en tiempo presente. Hay memoria y vigencia al mismo tiempo en esta reivindicación que suma al compromiso afectivo (todos quieren a Mafalda) un cuidadoso trabajo de búsqueda, documentación y rigor analítico.
Lo primero que nos dice esta serie es que el afecto incondicional por Mafalda supera cualquier brecha generacional. Hay un propósito muy claro por demostrar la vigencia plena que tiene el personaje dentro de una conciencia social que supera cualquier brecha entre generaciones y va más allá de la idiosincracia argentina, porque sus inquietudes y el efecto humorístico que aplica para mostrarlas tiene una comprensión universal.
Para lograr ese propósito fueron convocadas varias figuras del espectáculo (algunas muy conocidas) del mundo de habla hispana para leer a cámara momentos icónicos de la vida en cuadritos de Mafalda y sus amigos. Para que se aprecie mucho más ese compromiso, cada una de ellas recurre a sus propios libros (algunos muy gastados). De esos testimonios, más el aporte de unos cuantos especialistas y sobre todo de la palabra del propio Quino, se nutre la serie, una de las más logradas de su tipo en la actual temporada de estrenos en streaming.
Su mayor virtud queda a la vista cuando consigue enlazar esta vigencia con una impecable descripción del tiempo en el cual Mafalda nació, creció y se instaló en el imaginario colectivo. Releyendo Mafalda es un gran retrato de época cuyo eco llega hasta la actualidad y perdura entre nosotros sin caer en la trampa de la pura memoria nostálgica. Hace tiempo que Mafalda conquistó, como dice sobre el final Juan Sasturain, la categoría de clásico. Esta serie nos ayuda a entender por qué.
En el trabajo de orfebrería que Lorena Muñoz y su equipo lograron a través de una edición muy paciente y cuidadosa está el secreto del atractivo profundo de Releyendo Mafalda. Cada abordaje se convierte en una afirmación muy sólida a través de una suma de testimonios fragmentados que encuentran al unirse en el montaje una rara y siempre precisa coherencia. La condición de historia oficial (hay un visible aporte de los herederos y actuales dueños del legado del dibujante mendocino) no le quita rigor y profundidad a toda esta búsqueda. Hasta podría decirse que la enriquece al sumar material documental sobre el autor raramente visto.
Ayuda por cierto a la búsqueda de este objetivo el modelo visual elegido. La cámara de Muñoz acompaña con movimientos muy tenues cada testimonio, como si quisiera lograr con esa fórmula algo parecido al armado de una tira sobre el papel desde el trazo de su autor. De hecho, lo más interesante de todo es ver cómo varios colegas de Quino aluden a Mafalda desde distintas miradas mientras la van dibujando, cada uno con su sello. Lo hace por ejemplo Liniers a través del gesto amoroso que se desprende de su sonrisa (no debe haber mejor manera de hablar de Mafalda desde la admiración que esta) y también Maitena, pero en su caso con didáctica elocuencia.
Desde cada cuadrito dibujado, la evolución de Mafalda domina todo el escenario de la serie. Para darles sentido pleno y contexto, Muñoz recurre a valiosos fragmentos de entrevistas de archivo con Quino (a cargo del español Joaquín Soler Serrano y el boliviano Carlos Mena Gisbert) y datos que surgen de un acervo conservado por los herederos del legado del autor. A partir de todo este entramado recorremos una historia conocida, pero con algunos detalles no demasiado notorios: el origen de la tira como apoyo a una campaña publicitaria de una empresa de electrodomésticos, su llegada al semanario Primera Plana, el paso a la publicación diaria en El Mundo, la última (y mejor) etapa en Siete Días.
En forma paralela, con el aporte de especialistas locales y del exterior (es notable el arraigo de Mafalda en México y en España) vemos cómo va en aumento de a poco el “universo Mafalda”: la familia, los entrañables amiguitos (Susanita, Miguelito, Felipe, Manolito), el hermanito (Guille) que va creciendo en cada nueva tira, el contacto con el mundo, la problemática internacional, el remate humorístico convertido muchas veces en guiño y declaración política.
El impecable retrato de época se enriquece todavía más con la reivindicación que la serie hace del humor gráfico desde una actualidad dominada por la comunicación virtual y el poder de las pantallas. Volver al papel, al dibujo y al sentido completo que adquiere un relato como el de Mafalda es toda una hazaña. Liniers y sus colegas nos muestran cómo algunas de las tiras creadas por Quino funcionan en términos visuales y narrativos como si fuesen pequeñas películas.
Releyendo Mafalda también funciona como el rescate (y tal vez hasta el descubrimiento) de una manera de narrar y contar la realidad que a primera vista hoy permanece ajena al conocimiento de las nuevas generaciones. Lo hace con un lenguaje claro, preciso y atractivo que también sale en busca de la precisión histórica y aprovecha muy bien las imágenes de archivo con imágenes de la vida cotidiana durante la década dominada por el personaje (la tira se publicó entre 1964 y 1973).
Se nos revelan, por ejemplo, las circunstancias históricas del exilio forzoso de Quino cuando en 1975 el gobierno peronista de entonces quiso utilizar a Mafalda de manera equívoca para una campaña oficial y la negativa de su autor derivó en amenazas y un viaje precipitado a Milán para evitar males mayores. O cuando Ediciones de la Flor agotó en una semana la primera edición de Mafalda 1 (compilación de sus tiras en forma de libro) de 200.000 ejemplares, una cifra inverosímil para nuestros días.
Esta bienvenida serie nos contagia las ganas de volver a leer a Mafalda como un juego. Y también como un acto de reconocimiento y admiración.