El largo adiós de Rápidos y furiosos empezó a lo grande, con nervio, músculo y corazón
Rápidos y furiosos X (Fast X, Estados Unidos/2023). Dirección: Louis Leterrier. Guion: Dan Mazeau y Justin Lin. Fotografía: Stephen F. Windon. Música: Bryan Tyler. Edición: Dylan Highsmith y Kelly Matsumoto. Elenco: Vin Diesel, Michelle Rodriguez, Jason Momoa, Brie Larson, Charlize Theron, Jordana Brewster, John Cena, Jason Statham, Alan Ritchson, Tyrese Gibson, Chris “Ludacris” Bridges, Sung Kang, Helen Mirren, Rita Moreno. Duración: 141 minutos. Distribuidora: UIP. Calificación: apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: muy buena.
Rápidos y furiosos X confirma a pleno lo que Vin Diesel venía adelantando. Estamos frente al primer episodio de una trilogía que pondrá fin a la serie estable de acción y aventuras más grande, más larga y más ambiciosa concebida por un gran estudio de Hollywood para ser vista y disfrutada en el cine, porque hacerlo de otra manera contradice por completo la naturaleza de esta creación.
La historia de Rápidos y furiosos creció tanto en cada nuevo capítulo que para cerrarla solo es posible pensar en un relato de dimensiones apoteósicas. El primer acto de este largo adiós lo corrobora, pero no solamente desde el marco de sus espectaculares set-pieces y el descomunal despliegue de una producción que viaja de Los Angeles a Roma y de Londres a Portugal con elementos de ficción suficientes como para provocar la destrucción de ciudades enteras a cada paso.
Aquí, además de nervio, músculo y grandes escenas de acción que siempre tienen sentido y se entienden de principio a fin, hay corazón. Rápidos y furiosos quiere despedirse llevando a lo más alto sus banderas y sus mejores virtudes. Todo lo que llevó a transformar a un desprejuiciado grupo de corredores de “picadas” callejeras en un grupo dedicado al espionaje global más sofisticado mientras entre sus miembros se afianza y consolida una idea central: todos se sienten parte de una familia que debe ser preservada frente a cualquier tipo de amenaza.
Como hay que honrar ese espíritu fraterno casi sagrado, que se afirma más allá de los lazos de sangre, y asegurar que nadie faltará al próximo encuentro, el comienzo de este largo adiós nos trae de vuelta a la familia ampliada de Rápidos y furiosos casi completa. Hay unos cuantos regresos (algunos anunciados desde el póster oficial de la película y otros completamente inesperados), malos que cambian de bando por razones estratégicas y, sobre todo, una razón para que cada integrante de esta gran confraternidad haga con mucho sentido y convicción su propio aporte al relato. Todos tienen su momento para decir y hacer cosas importantes, aunque dure apenas segundos.
Nada parece imposible, ni siquiera este esfuerzo por lograr esta convocatoria plena, para una aventura que alguna vez hasta llegó a desafiar la mismísima ley de gravedad. Lo inverosímil desaparece aquí frente a un objetivo superior: ponerle el broche final a una larga historia recurriendo a la memoria de sus mejores momentos. Por eso no es casual que el décimo episodio se explique a partir del regreso a lo ocurrido en Rápidos y furiosos: 5in control (Fast Five, 2011), exactamente a la mitad del camino recorrido hasta hoy, y de la necesidad de sumar fuerzas para hacerle frente a un villano más poderoso que los anteriores.
De las diez películas de Rápidos y furiosos, Fast Five es la mejor. A partir de ella, la saga alcanzó una grandeza narrativa y visual que pocos imaginaban. Desde ese momento, Dominic Toretto (Diesel) y su clan empezaron a crecer como nunca entre los mitos del Hollywood contemporáneo. Este décimo episodio los convierte poco menos que en los herederos de los Avengers. Marvel nunca recuperó esa presencia desde ese momento y DC todavía no cuenta con la brújula adecuada para salir a buscarla.
De esos mundos de fantasía también provienen algunos de los nombres que suman su aporte a este nuevo capítulo. Especialmente Jason Momoa, el gran malo de turno, que trae de vuelta a través del espejo deformado de la idea de familia encarnada por Toretto y cía. lo ocurrido en Fast Five. La película nos recuerda, en un largo flashback, la muerte del narco Hernán Reyes (Joaquim De Almeida) después del electrizante robo de una bóveda llena de dinero en Río de Janeiro. Con las uñas pintadas, ropa extravagante, deliberada ampulosidad y un aire operístico en sus gestos, Momoa se divierte a lo grande encarnando a Dante, el hijo de Reyes, mientras planea vengarse de quienes mataron a su padre.
Mientras Dante y Toretto están a punto de chocar una y otra vez el resto de la compañía hace lo suyo para mantener bien alto el sentido de la aventura y el entretenimiento con mayúsculas. Las escenas de acción crecen en cantidad y calidad respecto de las dos o tres películas previas, el suspenso es siempre genuino (sobre todo cuando involucra al pequeño hijo de Toretto, siempre bajo amenaza), los golpes duelen y los nuevos como Brie Larson (bellísima y cada vez mejor actriz) se integran y adaptan a la perfección.
Como en los viejos seriales, la aventura termina al borde del precipicio y solo falta el “continuará…”