Las rabietas infantiles no son lo que la mayoría cree... y se pueden evitar
Nunca verás a un niño de ocho años tirado en el piso del pasillo del supermercado desbordado emocionalmente, pateando y gritando porque no le compraste el dulce del estante. A esa edad ya tendrá la madurez y la capacidad para expresar lo que sienten de un modo más elaborado. Las rabietas infantiles son respuestas propias de un momento evolutivo de inmadurez, y que, bien entendidas y atendidas, quedarán atrás por sí solas.
Para intervenir o acompañar a los pequeños de cara a las llamadas rabietas infantiles, existen dos enfoques: el tradicional o autoritario que parte del principio de que el niño nos quiere tomar el pelo, manipular, etc., entonces castigamos, reprimimos, forzamos e ignoramos, y el enfoque consciente, democrático que reconoce las causas reales de estas manifestaciones emocionales e invita a actuar respetuosamente para acompañar y ayudar a tu hijo a retornar respetuosamente al equilibrio.
Lo que no nos explican los especialistas que recomiendan métodos para inhibir la conducta:
Las rabietas son manifestaciones propias y saludables de la edad (dos a cinco años) por razones psicoevolutivas.
El niño pequeño se encuentra bajo dominio del cerebro medio (emocional o límbico) El cerebro superior (racional o neocortex) está en formación. Por tanto, durante la primera infancia son básicamente emocionales. No han madurado recursos racionales para expresar y gestionar las emociones como lo haría un niño mayor (siete años en adelante) o un adulto.
Durante una rabieta el cerebro emocional toma control y la criatura – aunque quiera- no puede parar. Se produce lo que los neurocientíficos llaman secuestro amigdalino o amigdalar. Por tanto la expresión del niño es pura, intensa y genuina, y no manipulación como se ha hecho creer desde el criterio adultocentrista.
Las rabietas quedan atrás por sí solas en la medida en que el niño madura. En la infancia intermedia (a partir de los ocho años), si no hemos provocado interferencias durante la primera infancia, los niños y niñas ya tienen más psiquismo, madurez y experiencia vital para manifestar su frustración, disconformidad y en general sus emociones mediante recursos racionales, el lenguaje, argumentar, insistir, negociar, etc.
Las rabietas se pueden evitar, atendiendo oportunamente las señales sutiles que da tu hijo o hija constantemente indicándote sus necesidades físicas y afectivas (hambre, cansancio, sueño, necesidad de brazos, cuerpo materno, mirada, consuelo, juego, ser tomado en cuenta, regulado emocionalmente…) antes de que, a falta de recursos, desborden en una explosión emocional descontrolada.
Las llamadas rabietas pueden prevenirse evitando la reprensión innecesaria o excesiva que provoca sobrecarga de impotencia en los niños (no se hace, no se dice, no se toca, no, no, no…)
Las rabietas también pueden evitarse si nos anticipamos (pasamos por la acera de enfrente de la juguetería cuando vamos apurados para evitar que el niño la vea y quiera quedarse)
Una vez que se producen las rabietas, la forma respetuosa de abordarlas es acompañar, (SIN IGNORAR, NI CASTIGAR) Conecta con tu hijo o hija, valida sus emociones (entiendo que te sientas mal por…), mantente disponible, abraza a tu hijo si lo permite, impide que el niño se haga daño o dañe a los demás sin castigar, ni violentar (un abrazo firme y amoroso es un límite). Una vez que se calme, si viene al caso puedes educar, explicar lo que pasó, lo que esperas y por qué (no puedes cruzar solo la calle por..., no puedo darte caramelos por...)
No siempre podrás complacer los deseos de tu hijo o hija, pero lo que sí puedes hacer es permitir que manifieste y mantenga contacto consciente con sus emociones sin que ponga en riesgo su integridad o la de otros. Puedes contener con firmeza y sin violencia (sin castigar ni ignorar). Fomentarás así la certeza de que es amado incondicionalmente, de que puede contar con sus padres en momentos difíciles y que podrá expresar su sentir, modulando su capacidad de autorregulación, a la vez que aprende herramientas democráticas para resolver conflictos.
¿Por qué las rabietas o berrinches nos causan tanta ansiedad?
La presión social: Vivimos en una civilización que sobrevalora la razón y no tolera la expresión de las emociones (es cosa de débiles, gente inculta, primitiva, incivilizada, asociales) Los niños son por naturaleza básicamente emocionales, por tanto los menos tolerados en nuestra civilización. La mirada censuradora del otro o de los otros ante el escenario de la expresión emocional natural de los pequeños a nuestro cargo nos perturba provocando interferencias para acompañar con la empatía y la paciencia que un niño necesita. La presión social es un reto importante a superar. Se logra, esencialmente, respondiendo a partir de la madurez emocional que nos sobrepone al qué dirán, y permite centrarnos en nuestro hijo.
Tu historia personal: Somos niños o niñas heridos, repetitivamente abusados en cuerpos adultos. La herida de tu infancia abusada se actualiza inconscientemente frente a la manifestación de emociones intensas de tu hijo pequeño. Esta memoria emocional te genera dolor, incomodidad, miedo, rabia, rechazo te vuelve bajotolerante a la expresión de las emociones y pedidos de tus hijos. Si tuvieras la valentía de recordar y de sentir el miedo, la soledad, el dolor, la represión repetitiva, las vejaciones y humillaciones que has sufrido en tu infancia cuando necesitabas la presencia y la regulación amorosa y respetuosa de tus padres, comprenderías que tu intolerancia a las necesidades y a las emociones intensas de tu hijo se deben al miedo de revivir las tuyas. Hacerte consciente de tu niño o niña interno herido te permite ser empático con el niño o niña presente a tu cargo.
Ante las expresiones emocionales (llanto, gritos, rabietas…) de los pequeños a tu cargo, conviene recordar que, los niños son por definición inmaduros, y los adultos somos quienes tenemos la responsabilidad de actuar desde la madurez emocional para cuidarlos y amarlos como ellos necesitan: con consciencia, equilibrio y sin violencia. Recuerda repetir mi mantra favorito, “el adulto soy yo”, antes de hacer tú una rabieta cuando tu hijo pequeño tenga la suya.
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Berna Iskandar es divulgadora y asesora de crianza alternativa.