El mal año del cine argentino: se estrenaron 224 películas, pero solo 94 vendieron más de 1000 entradas
Aún con tres semanas de 2024 por delante -en las que habrá poca novedad por las fiestas de fin de año- podemos concluir que el negocio de la exhibición en salas de películas en la Argentina tuvo la misma caída que en el resto del mundo. No, no fue un buen año, y si en los EE.UU. lo que se presentaba en junio como una debacle (un 26 por ciento de retroceso interanual en la taquilla) termina con números bastante decorosos, con una caída de menos de un 10 por ciento. En nuestro país, las cosas fueron un poco peores: se vendieron 33 millones de entradas, unos diez millones menos que en 2023 (año de notable recuperación en todo el mundo, en el que los argentinos compraron 43.062.279 de tickets durante sus doce meses). Puede decirse que, respecto del principal mercado del cine, la caída fue más pronunciada. Pero hay que revisar bien los antecedentes: si en 2023 hubo 12 películas que superaron el millón de espectadores, este año fueron apenas cinco, aunque una es récord (Intensa Mente 2, con 6.521.654 entradas). Pero el año pasado las dos primeras (Barbie y Super Mario Bros.) sumaron unos siete millones, o poco más. Y entre esa docena de millonarias, había por lo menos una película argentina, Muchachos, la película de la gente, con poco más de 1,15 millones de localidades vendidas.
Las razones de la caída interanual son varias y no solo locales. Es cierto que el ticket casi duplicó su precio (según Incaa, el promedio válido hoy es de 4500 pesos; en diciembre de 2023 apenas superaba los 2500 pesos) y que el poder adquisitivo de los argentinos, dada la inflación acumulada, descendió mucho. Pero en años de crisis similares (2001, por ejemplo) la merma de espectadores no fue tan grande. De hecho, aun con un ajuste feroz en los bolsillos, la enorme recaudación de Intensa Mente 2 demuestra que hay interés por ir a las salas cuando aparece algo que satisface al gran público. La relación entrada-salario es local, pero dado que el fenómeno de caída es global, cabe pensar que no hubo suficiente “producto” atractivo en pantallas.
Las películas de Hollywood suelen comportarse en la Argentina del mismo modo que en su país de origen, aunque hay excepciones muy notables. Si en los EE.UU. Profesión: peligro, Furiosa: de la saga Mad Max o la inexplicable Borderlands anduvieron muy mal, aquí también e incluso, en algún caso, peor. Dijimos que había excepciones. Mientras que en los Estados Unidos Wicked es un éxito enorme, no pasa lo mismo fuera de ese país: aquí debutó segunda en la taquilla y hoy está quinta, y difícilmente llegue a los 200.000 espectadores. A veces hay fenómenos locales que “maquillan” crisis: fue lo que pasó aquí, complementariamente, en 2023 con los dos documentales sobre el Mundial de Qatar.
Lo que nos lleva al cine argentino. En realidad, si no contásemos Muchachos y Elijo creer, en 2023 la película nacional más vista fue La extorsión, thriller protagonizado por Guillermo Francella que superó los 550.000 espectadores. Francella es uno de los muy escasos imanes de público en el cine nacional, como Ricardo Darín. Ninguno de los dos protagonizó películas en 2024: el film nacional más visto a la fecha es El jockey, de Luis Ortega, que llevó a las salas 122.000 espectadores. Le sigue Culpa cero, de Valeria Bertucelli, con poco más de 74.000 localidades. En total, en 2024 se estrenaron en salas comerciales 227 películas argentinas y 267 extranjeras; a partir de la número 95, todas ellas llevaron menos de mil espectadores. En 2023 habían sido 234 títulos extranjeros contra 241 nacionales. Los números son similares pero no las recaudaciones.
En total, si se toman en cuenta los datos de exhibición en salas comerciales a través de Fiscalización Incaa –que genera números automáticos a partir de las declaraciones juradas de las salas– el cine argentino tuvo hasta la fecha 718.317 espectadores y el cine no argentino, 32.087.992. El share en entradas vendidas del cine argentino es de 2,19%; en la recaudación, del 1,49% (buena parte de los títulos se programan en el Gaumont, con entradas más baratas que los complejos multipantalla).
Hay tres cosas que aclarar respecto de estos números. El primero, en ellos no se incluyen exhibiciones en ciclos o muestras especiales. El Centro Cultural Recoleta –cuya programación cinematográfica coordina quien esto escribe–, por caso, llevó más de 500 espectadores en las seis exhibiciones del documental Italpark, pero en la grilla de Fiscalización solamente aparecen las pocas entradas vendidas en las salas comerciales (algo que sucede con muchas otras películas argentinas). Es decir, estos números no reflejan más que lo que sucede en el proceso de exhibición en sala, los lugares donde va el grueso del público. Muchos de estos films tienen mayor impacto en plataformas de streaming, incluso en la híbrida Cine.ar (donde los estrenos son pagos). De todos modos, el pedazo de la torta que se lleva el cine argentino en las salas es demasiado chico.
Hay otros detalles que deben tenerse en cuenta. Todos estos números reflejar resultados de la política cinematográfica anterior a la asunción de Carlos Pirovano como presidente del Incaa, y los consiguientes cambios en reglamentos y regulaciones de distribución de fondos para apoyar la producción nacional. Las consecuencias de tales medidas recién comenzarán a verse a mediados de 2025, cuando haya números concretos de cantidad de películas realizadas y estrenadas. Pero sí puede decirse que influyó en parte la eliminación de la cuota de pantalla para el cine nacional.
De todas maneras, las películas con buen lanzamiento tampoco tuvieron impacto en las salas. Algo ha sucedido en la última década exacta: en 2014 Relatos salvajes logró llevar casi 4 millones de espectadores a los cines y, sola, representó el 7,5% de las entradas vendidas en ese año (lo que permitió que la participación en el mercado del cine nacional superara el 12%). Otra vez, como explican los exhibidores en off, falta producto: películas que arrastren público a las salas y permitan estrenar films más arriesgados o no solo grandes espectáculos familiares con el ojo puesto en los snacks.
Pero ¿qué producto, y cuál es el nacional? Según la estadísticas del Instituto, hay 655 proyectos cinematográficos “activos”, es decir, a los que se les otorgó el subsidio según la ley y que están en diferentes etapas de producción: 356 de ellos no iniciaron rodaje; 198 que sí lo iniciaron; 17 que terminaron de filmarse y, finalmente, 84 títulos que presentaron su “copia A” (es decir, están listas, pero esperan su estreno). Ninguno de estos proyectos es de 2024; hay algunos de 2016 y los más recientes son de 2023. Por lo tanto, y de acuerdo con estos números, la producción cinematográfica en la Argentina está virtualmente paralizada.
Cabe aclarar que se está hablando de los proyectos que cuentan con participación del Incaa, porque no todas las películas argentinas se realizan dentro del esquema de créditos y subsidios del Instituto. Es decir: si hay o no una baja notable en el rodaje de películas nacionales, dado el tiempo que lleva concretar un proyecto audiovisual, podremos saberlo recién más adelante: hay por lo menos 84 películas argentinas realizadas con aporte del Incaa que podrían estrenarse en los próximos doce meses. También off the record, se informa que se están poniendo al día con pagos de subsidios adeudados, pero con las nuevas regulaciones existe el problema de que no se puede utilizar todo el dinero de un subsidio para solventar una película (es únicamente una parte; el productor debe acercar el resto) ni pagar con ese estipendio la totalidad de un rubro de producción. Necesariamente, la cantidad de películas será menor, pero hasta que se concrete todo lo que queda pendiente, pasará tiempo.
Otro dato: hasta ahora ha habido cambios en las reglamentaciones, pero no existe un plan de fomento claro. Es algo clave a la hora de evaluar el futuro de la actividad en la Argentina. Sin contar con el hecho de que los privados continúan produciendo audiovisuales con la intervención de empresas multinacionales. Los ejemplos de la serie El eternauta (producción de K&S Films para Netflix) o del próximo film de Guillermo Francella realizado por la dupla Cohn-Duprat, que tiene participación de Disney, son claros. Pero hay una parte del cine independiente que sí tiene problemas para subsistir y probablemente los siga teniendo (o se agudicen) en el futuro.
Los números, de paso, no implican valoración ni calidad, tampoco impacto real (una película que pasa inadvertida hoy puede ser un clásico absoluto del mañana, y viceversa). El cine es un arte muy caro que involucra a muchas personas (otra vez, hay excepciones) y que sostiene gracias al consumo masivo. Gracias a los “tanques” que ven quienes no son cinéfilos ni habitués del cine, se sostiene indirectamente el resto de la producción. En todo el mundo ha habido una merma de público para el cine adulto o independiente, sobre todo tras la pandemia, por el crecimiento de las plataformas (el espectador razona que si el visionado es similar en casa, no tiene sentido salir o pagar una entrada), y en 2023, que había sido un año de recuperación notable, las huelgas en Hollywood de actores y guionistas alteraron el calendario de estrenos, apuraron las campañas de marketing (que cuestan decenas de millones) para instalar los productos e incluso alteraron el “acabado final” de algunos grandes entretenimientos. De allí la baja global.
El “caso argentino” implica otros problemas, que incluyen no solamente a quienes están encargados de las políticas de fomento sino también a quienes hacen las películas. El futuro, hoy, es incierto.