Marianela Núñez, la más “bella”: ¿por qué es inigualable?
Hola. Marianela está a punto caramelo. Creo que verán una hermosa Bella.
El mensaje llega al celular directamente desde la platea de la Royal Opera House, cuando todavía no se terminaron de apagar los aplausos de Les Rendezvous, la obra de Frederick Ashton que la argentina bailó en doble función el sábado pasado, para cerrar su 25° temporada con la compañía que lleva la corona en Londres. Fue una noche especial, otro mojón en el largo recorrido de la Queen, como suelen decirle en las redes sociales. Las fotos no dejan mentir. Hasta Anthony Dowell, un retazo de historia hecha hombre, algo así como la encarnación del estilo clásico inglés –además de su primer director en The Royal Ballet-, se acercó tras bambalinas para darle un abrazo apretado y un ramo de rosas blancas.
Menos de 48 horas después, con dos valijas repesadas –ropa de invierno, ropa de verano, tutús, más de veinte pares de zapatillas de punta-, Marianela Núñez aterrizaba en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Eran las 10.30 de la mañana húmeda de un lunes feriado, lento, que no pudo sin embargo bajarle el ritmo. Ni con las dieciocho horas de vuelo mediante. Si el tiempo no para, ella tampoco. Sus padres, que fueron a recibirla, la dejaron en San Telmo, en la casa del exbailarín Alejandro Parente, su pareja, y a las 14.30 ya estaba en un subsuelo del Teatro Colón reencontrándose con Federico Fernández, su partenaire en el Ballet Estable, para repasar la coreografía, reconocer el terreno. ¡Cómo si no fuera acaso ella la mismísima Aurora! Es imposible precisar cuántas veces interpretó este clásico de Tchaikovsky que, para muchos en todo el mundo, es su mejor carta de presentación. Julio Bocca, por ejemplo, lo cree así: “Estará haciendo uno de sus mejores roles, Bella: su técnica es tan pura, tan simple y tan delicada, que eso hace que sea inigualable”. Pero a Nela no le importa sabérselo de memoria, que rimpampúm y rampanpám, pirueta y nos volvemos a encontrar. Que lo haya bailado mil veces es justamente la mejor razón para sumarle una nueva capa al personaje, para sacarle un poco más de brillo a la danza, que siempre se puede. Es su idiosincrasia.
La Bella Durmiente del bosque. Marianela Núñez. En el Teatro Colón. No hay más que decir entonces. O sí. Muchas otras cosas pueden relatarse desde la Sala 9 de Julio, a metros del piano, que arremete una y otra vez con una partitura tan reconocida como reconocible. Movimientos, acciones, actitudes. ¿Mohines de primera bailarina? Poco y nada. “¿Retomamos desde el último pescadito, maestro, por favor?”, pide cuando Fernández acaba de bajarla de esa pose que tanto le gusta a la gente aplaudir. Es lo que se dice un truco. “Nunca entiendo cómo hacen para sostenerse, con las dos piernas arriba y las manos ofrecidas al público”, siempre hay alguien que aún se sorprende.
“¡Nice! Esto está mejor que ayer. Sí”, admite el martes, “pero siento este pequeño dolor...”. Habla de su tobillo izquierdo, para el que al final del ensayo verá si consigue un poco de hielo, como le recomendaron los fisios que la monitorean permanentemente. ¡Claro, es humana! Parece de otra galaxia, pero de esta especie.
Núñez repite tres veces el manège de una de sus variaciones más exigentes: a su paso, dibuja una ronda amplia que recorre todo el escenario. Entre una y otra vez, se detiene, apoya las manos sobre sus rodillas, con la espalda recta como una mesa, y resopla. Está pensando. “¿Cómo se vería con la cabeza así?”, busca opiniones, pregunta si no es mejor la mirada arriba. Y vuelve a atacar. Cada vez que lo hace, acomoda la sonrisa antes que los pies. Es que dieciséis años no se cumplen todos los días y en ese primer acto, cuando todavía no se pinchó el dedo, cuando todavía no cayó dormida, Aurora está feliz con su fiesta. Quiere que dure, como ese giro que con destreza de relojero se prolonga en el tiempo de una frase musical – “necesitaría que tenga un poco más de aire”, trata de explicarle al pianista- para poder volcar su espalda en un espléndido cambré: elegante, atractivo, juvenil. “Y esto otro, maestro, lo hacemos como un juego: que no lo es para nada, pero tiene que parecer”.
Diecisésis años tenía justamente cuando llegó a Londres; ahora son 42 los que trae. Ni en chiste piensa en retirarse. Si uno le pregunta, ahí vienen las carcajadas: “Of course not, esto recién empieza”, dirá, aunque sepa que no es así, que no llegó adonde está de la noche a la mañana. ¿Es hoy la mejor del mundo? ¡Qué categoría arbitraria! ¿Incomparable?, como todos. ¿Qué es lo que la hace inigualable?
“Su compromiso con la danza en general, su construcción escénica, no se ve eso en todo el mundo: podemos contar los casos con los dedos de una sola mano, y uno de esos es Marianela”, responde Federico Fernández, que en 2017 ya fue su príncipe en este mismo cuento, y el año pasado la “acompañó” en El lago de los cisnes. El uso de ese verbo (“acompañar”) no es caprichoso: “Lo digo así, porque cuando son funciones con ella es el lugar que ocupo y está bien que así sea; si soy un buen acompañamiento, ya para mí es mucho; es lo que busco siempre con mis compañeras, que se sientan cómodas, relajadas y seguras, eso me genera placer”. Pensando en la compañía, Fernández subraya otro punto esencial, que “siempre es bueno tener en casa a bailarines de la calidad técnica y artística de Marianela, porque eso empuja para arriba a todos, entusiasma”. Y no les pasa solo a ellos; todos se nutren en este intercambio. “No quiero perder el vínculo con el teatro, con la compañía, si vengo una vez por año, it´s good for the soul!”, confiesa Núñez.
“La excepcionalidad en el caso de Marianela la da una técnica muy fuerte, que le otorga una seguridad indiscutible y con un gran derroche de simpatía en los roles que se lo permiten”, evalúa con ojo clínico Mario Galizzi, director del Ballet del Colón y autor de la versión que están interpretando. ¿Sabrá él que alguien hace tiempo certificó en la biografía de Wikipedia que la suya es una “técnica estándar de oro”? Como buen maestro, lo que Galizzi quiere subrayar es la formación, con estudios privados y en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, que luego perfeccionó internacionalmente. “Creo que su excepcionalidad es la de ser argentina, una nacionalidad muy valorada en las compañías de ballet de todo el mundo, como se ha visto a lo largo de muchos años”.
Una Ferrari
Llega otro WhatsApp. Se filtró un video en el grupo de balletómanos y se desata una catarata de emociones. Tremenda. Es una Ferrari, dice el último mensaje, uno que hay que leer con otros ojos: lo escribe una bailarina de la casa, evidentemente, también admiradora. No vamos a decir fan. Marianela no termina de sentirse cómoda con ese término. Para ella es, más bien, es “gente que la apoya”: desde una amiga hasta una vecina, la compañera de trabajo o la chica que viaja de Canadá a Francia para verla debutar en la Ópera de París, su sueño más grande, que acaba de cumplir con Giselle, el mes pasado. “Me emocionan, yo no los veo como fans. Siento el apoyo. Están ahí porque disfrutan de lo que hago, sí, pero hay una conexión cada vez que hablo con la gente. ¿Qué les quiero dar un buen show? Claro, lo mejor”, expresa, sentada en el piso a un costado de la sala, ya descalza y dispuesta a pelar una banana cuando interrumpe el ingreso en la sala de un hombre. “¡Michael!”, exclama, y sale disparada. Michael Nunn and William Trevitt, fundadores de Ballet Boyz, están haciendo un documental sobre su carrera. Y lógicamente acaban de llegar para registrar el tramo Buenos Aires de una producción internacional que seguirá en México y Japón, donde la bailarina argentina tendrá las siguientes escalas cuando deje su país. Aquí, entre cámaras que un poco la inhiben, comerán con sus padres, recorrerán San Martín, el barrio de la infancia, y este mismo teatro que el domingo la aplaudirá a rabiar y que hace tres décadas fue su cuna artística.
Podrían esperar que se desate una Nelamanía. “El año pasado fue una hermosa locura”, recuerda ella el antes, el durante y el después de su último Lago de los cisnes. Con devoción, decenas y decenas de estudiantes, familias y chicos esperaron más de una hora en la salida de artistas sobre la calle Cerrito, con los celulares en alto, y los programas de mano, zapatillas de punta y papelitos listos para conseguir un autógrafo. “Nela, Nela, Nela”, le cantaban.
“Estoy como si fuera a hacer mi estreno. Con este motorcito -se toca el centro del pecho- que me da marcha todos los días”. Si acaso alguna vez un hada como las de este cuento la tocó con su varita mágica dándole el don de todos los dones, ese que a veces cuesta descifrar, hay que reconocer que es todo mérito suyo haberlo sabido cuidar.
Para agendar
La bella durmiente del bosque, de Mario Galizzi, por el Ballet Estable del Teatro Colón. El domingo, a las 17, y el martes 25, a las 20. Con entradas agotadas.