La mentira: un juego entretenido que pone en tela de juicio la conveniencia de la sinceridad
Autor: Florian Zeller. Dirección: Nelson Valente. Intérpretes: Eleonora Wexler, Gonzalo Heredia, Lautaro Delgado Tymruk, Alexia Moyano. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Escenografía: Lula Rojo. Iluminación: Matías Sendón. Música original: Nico Posse. Sala: El Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857). Funciones: jueves a las 20, viernes a las 22, sábados a las 21 y domingos a las 19. Nuestra opinión: muy buena.
La mentira o su partenaire indispensable, la verdad, han sido objeto de múltiples lecturas, debates filosóficos o de mesas de café, porque sin duda atraviesa el interés general de las personas. En ocasiones, la discusión se vincula con un acontecimiento concreto, en otras, surge por el puro placer que conlleva discutir sobre algo. Así que el título remite a un elemento que no despierta sorpresa, sino que resulta bien conocido.
Un enorme living que representa el habitar de una familia acomodada recibe a los espectadores. En términos de lenguaje escénico resalta la iluminación, a cargo de Matías Sendón, que probablemente no está ligada al realismo de las luces encendidas, sino al juego conceptual de las zonas que se iluminan con potencia cuando se revela algo o a los ocultamientos vinculados con la baja de intensidad lumínica. En este juego, el espectador queda iluminado también, como si formara parte de lo que sucede en el escenario. Una ruptura atípica en el género.
La pareja que recibe en su casa, prontamente abrirá un escenario de conflicto. Y señalará que no es tan bueno su pasar económico o que estamos ante la presencia de un tacaño (si no, a quién se le ocurre subrayar el precio del vino con tal insistencia) pero esta duda no se resuelve porque a la dramaturgia no le interesa. Tal vez, el objetivo sea que los espectadores simplemente se rían.
Apenas se presenta a los dos primeros personajes podría fácilmente confundirse a la mujer que interpreta la talentosa Eleonora Wexler con una inclinación irreversible a la parresia (en términos retóricos, esa necesidad de decir la verdad a pesar de todo), pero no es el caso. Pronto se verá que su papel es menos heroico y más terrenal.
Los personajes de la historia son cuatro, dos parejas que llevan largo tiempo de amistad. La información que se recibe de ellos es diversa. Por ejemplo, de Juan representado por Lautaro Delgado Tymruk (un actor que sabe recurrir a la sutileza de los gestos), se sabe que trabaja como editor porque sus argumentos para señalar la utilidad/delicadeza de la mentira es algo que aprendió de su trabajo: los autores no quieren saber si es bueno o no lo que escriben, quieren que les digan que es bueno, argumenta. De Ana, sabemos que tiene una presentación al día siguiente de la cena en la que la pareja es anfitriona.
El juego de engaños de las parejas, la discusión sobre si decir la verdad a rajatabla es lo mejor o no, si es posible mantener vínculos amorosos o amistosos diciendo la “verdad”, está tan expuesto que nadie lo ve. Y no es ninguna exageración referir a una exposición absoluta, porque sí, es un poco previsible.
La propuesta tiene un excelente manejo del ritmo, se hace entretenida, los actores dan lo que saben o lo que el público va a buscar de ellos. Gonzalo Heredia ofrece lo que le piden y exacerba sus gestos ante las carcajadas de los espectadores. Alexia Moyano, con un personaje menos protagónico, lleva a buen puerto su trabajo.
La mentira busca entretener, hacer reír, tal vez, sorprender a algunos espectadores con menos ficción en sangre. En la síntesis del programa de mano se plantea: “¿Cuál es la delgada línea que separa verdad y mentira? ¿Es conveniente la sinceridad absoluta en nuestras relaciones?” Sin duda la cuestión más sociológica que filosófica es interesante, pero no parece ser lo que se interroga en esta obra de teatro.
El pulso de la dirección de Nelson Valente permite que los tiempos se acomoden, los juegos se adecúen y los espectadores se lleven una experiencia satisfactoria. Un trabajo cuidado que responde a las reglas del género de manera meritoria.