Murió en Nueva York el maestro Héctor Zaraspe
Enseñar era la razón de su vida. Enseñar ballet con el cuerpo, por supuesto, pero sobre todo con el espíritu. Enseñar con responsabilidad, con cultura –decía frecuentemente-, porque no se puede dudar cuando un chico pregunta. Héctor Zaraspe, el gran maestro de danza argentino, que pasó más de la mitad de su vida en Nueva York; el elegido de Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn para acompañarlos en sus giras, cuando eran ya grandes estrellas; el hombre que le dio lecciones inolvidables a Julio Bocca, quien impulsó la carrera internacional de Paloma Herrera y ayudó a decenas de bailarines a llegar a Manhattan, donde no se cansó de abrir puertas. Zaraspe, un tucumano de baja estatura y principios altos, un señor convencido de que lo mejor que le había dado la vida había sido la pobreza porque aún así tuvo el apoyo para dedicarse a lo que amaba, murió este lunes poco antes de la medianoche. Había pasado varios días hospitalizado el mes pasado por su delicado estado de salud. Tenía 92 años.
Nació en junio de 1930 en Aguilares. A su maestra de primer grado, que descubrió su talento, le daba el crédito por haberle marcado un camino en el arte, pero sobre todo sentía que debía su carrera a otra mujer, su madre, con quien viajó a Buenos Aires tras la prematura muerte del padre. La pasión que hasta entonces se había dejado entrever en su provincia entre danzas folklóricas ganaba fuerza en la gran ciudad. Cuando de adolescente comenzó su formación con Otto Weber –que además de danza le dio lecciones de humanidad, le gustaba siempre destacar- no tenía dinero y pagaba sus clases con gallinas y huevos o limpiando los salones. Más tarde, vendía caramelos y cigarrillos en el aeropuerto de Morón cuando conoció a Elisa Duarte, hermana de Eva Perón. Le gustaba contar que fue ella quien le dio un trabajo en la sucursal 54 del correo y le permitió acceder a un curso acelerado para varones en el Teatro Colón, donde aprendió además de Gemma Castillo y Esmée Bulnes.
A la par de su formación como bailarín, Zaraspe empezó la docencia en la Escuela de Artes y Oficios de Morón. En 1954, con un pasaje en barco de ida a España engañó a su madre y cruzó el charco. “Le dije que me iba becado por tres meses, pero la verdad es que no sabía adónde iba ni cuándo volvería”, contaba en una nota en LA NACION, en 2004. Llevaba sólo cinco dólares en el bolsillo y se las ingenió para sobrevivir hasta llegar a Madrid, donde empezó a dar clases. Fue justamente en un estudio que lo vio la bailarina española Mariemma y lo contrató como maestro para su compañía. Algo parecido le ocurriría más tarde con el gran Antonio Ruiz Soler, que lo sumó a su ballet, con el que salió de gira.
Había conocido en Suiza a Rudolf Nureyev una noche que lo vio bailar con Rosella Hightower: se acercó al joven astro y le pidió si le firmaba una zapatilla. Otra vez, en Londres, mientras giraba con la compañía de Antonio, lo reencontró en una cena: “Nureyev estaba deslumbrado porque había visto bailar a un alumno mío [Luis Fuente] y me dijo que quería tomar unas clases, pero eso recién pasaría en Estados Unidos”.
Tras once años de trabajo en España, el argentino fue contratado por el American Ballet Center de Nueva York como maestro. También en el Lincoln Center, en la gran Juilliard School, institución que es un faro de las artes, enseñaría por más de tres décadas un método propio para bailarines clásicos y modernos a la vez, que se nutría de todos los otros conocidos hasta el momento. Cuando Nureyev y Fonteyn, a mediados de los sesenta, probaron sus clases, lo contrataron como maestro privado en sus giras. “A esas estrellas no se les enseña, se las limpia –decía Zaraspe en plena pandemia, durante una entrevista por Zoom en 2021 con la profesora uruguaya Lucía Chilibroste, que está disponible en YouTube–. Mi trabajo con ellos era como mantener una joya, hacer que el oro esté brillante. Cuidar su perfección. Algo muy serio”. También durante esa charla abierta aseguró: “Enseñar es una gran responsabilidad y la razón de mi vida. Uno se entrega a Dios y él me ayuda. Siempre me encomendé y nunca me abandonó”. Y en otro momento dijo: “Ser maestro es decir la verdad”.
A través de su trayectoria Zaraspe dio clases en compañías y escuelas de América y Europa; en la Argentina, en el Teatro Colón; en Brasil, Uruguay, Holanda, Inglaterra. “Ayudar es lo más hermoso que uno puede hacer. En Julliard School no se toma a los alumnos por el empeine, se toma por el talento, Un bailarín no es un caballo al que se le miran los dientes”. Trabajó para el Hollywood dorado en la coreografía de películas como John Paul Jones (con Bette Davis, 1959), Espartaco (con Kirk Douglas, 1960) y 55 Días en Pekín (con Ava Gardner, 1963). En 1972 participó del documental de Nureyev I’m a dancer. Fue, además, director del espectáculo Tango Pasión; por la producción de María de Buenos Aires ganó un Grammy en 2003. Recibió becas como pedagogo, medallas de mérito, llaves de la ciudad y en su país, donde es personalidad destacada de la cultura, obtuvo un premio Konex. En Tucumán, creó su fundación para ayudar con becas a chicos que como él quisieran llegar lejos.
El maestro, el mentor, el amigo
“Tuve la suerte de conocer al maestro en Nueva York, de tomar con él en la Juilliard unas clases dificilísimas, que te hacían mejorar de un día para el otro –dice Julio Bocca a LA NACION, que compartió la noticia de la muerte de Zaraspe en las primeras horas de ayer-. Fue una gran influencia para la danza, una persona que ayudó a bailarines de todo tipo. Saber que tenía una relación muy especial con mi madre [Nancy Bocca], para mí fue increíble; el amor y la complicidad que había entre ellos, siempre riéndose. No me voy a olvidar nunca de él; positivo, era una persona que daba empuje, apoyo y decía ‘sí, sí se puede, sí vamos’, cuando la costumbre que tenemos por estas zonas es decir, ‘no, no, no’. Se fue a una edad que supo vivir muy bien y disfrutar de la vida. Yo simplemente le digo gracias por lo que dio a la danza, a la Argentina y a Tucumán. Ya le prendí una velita blanca para iluminar su camino adonde quiera ir”.
También Paloma Herrera recordó el lugar clave que ocupó Héctor Zaraspe como desinteresado impulsor de su carrera internacional, incluso sin haber sido nunca su maestro. “Fue una persona super importante, quien me dio la oportunidad de irme a Nueva York –relata-. Organizó todo. No teníamos una relación para nada: él era jurado en un concurso en Buenos Aires y yo estaba bailando en la gala de clausura, así que me vio en esa función y pidió hablar con mis papás para decirles que si yo quería ir a estudiar a la School of American Ballet él podía ocuparse. Así fue como gracias a ese impulso tuve la chance que hizo que agarrara mis cosas y, a los 15 años, me fuera a Nueva York”, cuenta. Enseguida, pasó de alumna del último año de la escuela a integrar el American Ballet, donde brilló por 25 años. “Mi vínculo con él después fue algo hermoso; almorzábamos, tomábamos un café para charlar, me veía en algunas funciones. Siempre tenía lindas historias para contar. Cuando me retiré y me volví a la Argentina, perdí bastante el contacto y en mi último viaje, el mes pasado, supe que estaba enfermo. Le estaré eternamente agradecida”.
El productor y gestor cultural Juan Lavanga, presidente de la Asociación Arte y Cultura, era el organizador de aquel certamen que evoca Paloma a comienzos de los años 90, y completa la anécdota con datos que reflejan el espíritu de Zaraspe: “Se hacía la gala de cierre del concurso donde Zaraspe era el presidente del jurado y me llama Olga Ferri [mítica maestra de Herrera] para que baile Paloma, que habían llegado recién de Varna, donde había quedado finalista”, y cuenta cómo ella y otra joven promesa de entonces, Cinthia Labaronne, llegan a participar de la función en el Teatro del Globo. “Paloma hace Ayelén, con coreografía de Olga y música de Ariel Ramírez. Cuando Zaraspe la ve, dice: ‘Es muy buena. La deberían ver en Nueva York. Si los padres me preparan una carpeta me comprometo a presentarla en el School of American Ballet’. Y así lo hizo”, resume Lavanga. Y cierra refiriéndose a la calidad humana y el respeto que caracterizaba al maestro. “Entrar al salón él decía que era una ceremonia; como un sacerdote cuando entra a misa y agarra la estola, él se ponía una bufanda larga y su cadena con la cruz. Era muy místico y creyente. Por suerte lo conté entre mis amigos”.
La relación de la bailarina y Zaraspe quedó plasmada además en el documental Paloma Herrera Aquí y ahora, del director y fotógrafo de ballet Jorge Fama. “Es imposible hablar de Héctor sin decir que es un maestro de maestros o no recordarlo dándole clases a Nureyev, a Margot, siempre con su larga chalina y el gran bastón que golpeaba en el piso. Buen amigo, consejero, fue un hombre que ha tenido Nueva York a sus pies y un amante de la buena vida”.
Cuando aún era bailarín y asistía a la Juilliard, Mauricio Wainrot recuerda haber estado en el mismo salón de clases de Zaraspe con Cynthia Gregory y Fernando Bujones. Más tarde, como coreógrafo, invitado por el maestro montó obras para el ensamble de alumnos de la prestigiosa escuela, como Looking through glass.
Sergio Neglia, hijo del gran José Neglia, lo tuvo de maestro a sus 6 o 7 años. “Luego, cuando estuve en la Juilliard School, me escapaba de algunas clases de Balanchine para tomar otras con Zaraspe. Tuvimos una linda relación. Él quería mucho a mi padre, que le había enseñado cuando vino de Tucumán”.
“Fue un hombre muy querido, muy cálido independientemente de su alto profesionalismo y de sus méritos artísticos. Era una persona que recibía a todos los argentinos que iban a Nueva York”, dice Beatriz Durante, expresidenta del Consejo Argentino de la Danza, que distinguió a Zaraspe con un diploma de honor por su aporte a la danza en general. “Personalmente lamento su partida, pero me llena de orgullo haberlo conocido, haberlo tratado, haber tenido la oportunidad de charlar y abrevar en su conocimiento. Sobre todo, por el aporte espiritual que brindaba a todos los que amamos la danza”.