Nadine Sierra debuta en el Real como la gran fantasía de "La sonnambula"

Madrid, 15 dic (EFE).- El retorno este jueves al Teatro Real de "La sonnambula" debía ilustrar la pesadilla del paradigma de la honra femenina aún 200 años después de que Vincenzo Bellini concibiera esta ópera, pero en medio de esa opresiva reflexión el público ha despertado a una fantasía llamada Nadine Sierra.

La soprano estadounidense ha debutado en loor de multitudes en el coliseo musical madrileño, aplaudida con efusividad desde su primer aria y de nuevo al término de las tres horas de función, cuando la gran mayoría de asistentes se ha puesto en pie ante su actuación, elogiando también en un largo aplauso al resto de participantes.

Representada en 1834 por primera vez en Madrid bajo grandes elogios, aquí ha regresado esta pieza emblemática del belcanto para estrenar una nueva producción concebida junto al Teatro Nacional de Tokio, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona y el Teatro Massimo de Palermo.

Ha supuesto el debut en el Real también muy aplaudido de la directora de escena Bárbara Lluch, consciente del reto que asumía por la supuesta "mala reputación" que arrastraba el endeble argumento de esta ópera semiseria de endeble argumento.

A partir del ballet "La sonnambule, ou L'arrivée d'un noveau seigneur", el libreto de Felice Romani narra la historia de Amina, joven bondadosa y virtuosa según los parámetros de hace dos siglos (en parte vigentes) a la que, a punto de contraer nupcias con Elvino, su sonambulismo le juega una mala pasada, pues aparece en plena noche en la habitación de otro hombre para escándalo de todo la comunidad, incluida su pareja.

Su frágil dramaturgia explicaría en parte por qué no habría vuelto a representarse en la capital española desde el año 2000. Pero sobre todo, como ya anticipó el director de la orquesta, Maurizio Benini, experto belliniano, porque fue escrita expresamente para dos enormes cantantes de la época, Giuditta Pasta y Giovanni Battista Rubini, por lo que necesita de grandes voces difíciles de hallar.

Del doble reparto que se hará cargo de las 13 funciones que podrán verse hasta el próximo 6 de enero, esta noche se han hecho cargo la citada Nadine Sierra como Amina y el tenor español Xabier Anduaga como el despechado Elvino, el que calificó como el papel más difícil de su carrera junto al de "I Puritani".

Junto a ellos, la soprano española Rocío Pérez (Lisa), el bajo italiano Roberto Tagliavini (conde Rodolfo) y su compatriota, la mezzosoprano Monica Bacelli (Teresa), así como los intérpretes españoles Gerardo López (notario) y el barítono Isaac Galán (Alessio).

De este difícil reto, especialmente la estadounidense ha salido bien parada, ágil en los constantes saltos de graves a agudos, elegante e hipnótica en sus fiatos, a la vez que carismática y expresiva en su papel y notablemente armonizada en sus encuentros vocales con su "partenaire".

No se puede olvidar el rol destacado del Coro Titular del Teatro Real, en realidad otro solista más al estilo de los coros griegos. A grandes rasgos, materializa la voz de la incultura y el fanatismo popular que primero ensalza la virtud de la protagonista para rápidamente pasar a hostigarla en su incomprensión de la situación.

"¿En qué tipo de sociedad vive esta mujer increíblemente juzgada? Si yo me pusiera en ese papel, en 1831 o ahora, haría falta una lectura justa", señaló Lluch sobre su propósito al abordar esta trama.

De ahí la primera postal que depara su propuesta, cuando los cuernos de la Orquesta del Teatro Real anticipan un idílico pueblecito de la montaña suiza, pero aparece en su lugar una postal tétrica que, entre la bruma y unos bailarines-zombies, parece más bien surgida del cementerio del "Thriller" de Michael Jackson.

Ese entorno hostil se mantiene a lo largo de toda la obra, en parte por la naturaleza maltratada que sirve de trasfondo y que, ideada por el escenógrafo Christof Hetxer, no provoca sosiego ni en los momentos aparentemente felices.

A ese objetivo sirven igualmente los movimientos adustos y a veces agresivos del coro y de los actores de la coreógrafa Iratxe Ansa, así como la iluminación planteada por Urs Chönebaum, especialmente justo antes del descanso, cuando Amina es hallada en el lecho del conde entre focos, como si el FBI hubiese irrumpido a la caza de un criminal.

Tras el intermedio, libre por fin del hostigamiento popular tras haberse convertido en otra mártir femenina de la historia de la ópera, Lluch presentará a Amina-Sierra casi como una aparición mariana, de blanco inmaculado y elevada a los altares (en realidad, al tejadillo del viejo molino al que sube en su último episodio de sonambulismo), redimida pero, sobre todo, victoriosa en su delicada aria final.

Javier Herrero.

(c) Agencia EFE