Nazareno Casero: la infancia invisible, los retos desopilantes de su padre y su vuelta al teatro con una fábula de vecinos
Había una vez, hace casi tres décadas, un programa de tevé que instaló una forma distinta de hacer reír, cuando el humor todavía estaba asociado a viejas glorias y a una picaresca de bulín, símil Los Caballeros de la cama redonda. En ese show, que se llamaba Cha Cha Cha, brillaban tres figuras: Alfredo Casero, Fabio Alberti y Diego Capusotto. Y también aparecía un niño de ocho años, Nazareno Casero -hijo de Alfredo-, que hacía el papel del “Alumno Capusotto”, un estudiante eternamente bochado (su frase de cabecera era “no estudié”). Ese pibe, que nació en el barrio Luis Piedrabuena, en Villa Lugano, que se mudó a casas rotas en todos lados, que cambió mil veces de amigos y de colegio, y que se probó como delantero de Comunicaciones, es hoy un actor con una extensa trayectoria en teatro, cine y televisión. Ahora mismo acaba de estrenar Jardines salvajes, una comedia que explora los límites de la convivencia entre humanos, un tema que también lo interpela . “No me gusta llegar al punto de que me digan: ‘che, este es el límite’. Prefiero acercarme sin que sea un peligro”, afirma.
Nazareno llega apenas demorado a la entrevista, en un café de Colegiales. Tiene el perfil del tipo entrador, sin pecar de cancherismo, que se le anima a todo o a casi todo lo que le ponen adelante. Quizá su estampa relajada tenga que ver con que no se toma tan en serio; de hecho, si le preguntan por su carrera, dice ser un “prestador de servicios actorales” más que un actor forjado en la academia y asume ser alguien “muy respetuoso de lo que no sabe hacer”.
Sube a una terraza para hacer las fotos, se sienta sobre el filo de una cornisa y, al ver la distancia desde allí arriba hasta la calle, bromea: “Estas caídas son las peores” (no es tan alto para morir en el impacto pero sí para romperse varios huesos). Quizá suene retorcido, pero al verlo apoyado en esa cornisa, con el vacío al otro lado, sobrevuela la idea del límite: qué se puede hacer y qué no. En la vida y en el teatro, qué licencias son válidas y en qué punto hay que detenerse.
Para quienes se acuerdan de Cha Cha Cha, por ejemplo, sobrevolaba la idea de que no había prohibiciones. Todo parecía estar permitido, como si cada programa fuese la jam más disonante de Charlie Parker. Nazareno mismo se enfrentaba a un jurado compuesto por su papá, Fabio Alberti y Alejandra Flechner. Sacaba una bolilla y empezaba el delirio. “Me pedían que dijera ‘una vitrola envenenada’ y yo preguntaba qué era. Me respondían: ‘Eso, una vitrola, pero que está envenenada’”, evoca.
-¿Había una estructura o realmente cada uno hacía lo que le salía en el momento?
-Tal vez no te dabas cuenta como espectador, pero había límites en el programa y una dinámica establecida. Cuando mi viejo habla de Cha Cha Cha lo recuerda literalmente como una jam de jazz, con “músicos” tocando libremente sobre una estructura. Como en el jazz, todos hacían su solo y tenían un rol. Pero por más libertad que hubiera, la consigna no era “hagamos lo que pinte”.
-¿Tu viejo te dejaba improvisar? ¿Te sentías cómodo en ese papel?
-Me dejaba, pero no podía volar una mosca de mi parte cuando no era el momento. No era todo jolgorio, cumplíamos un horario y, si las cosas no salían, había que hacerlas de vuelta. Descubrí que lo primero que tenés que aprender en un estudio de televisión es a no molestar, a ser invisible. Y ahí es difícil para un niño, por eso me ponía al lado del matafuegos o de una escalera, para no salir en cámara. Empecé a ver cómo era todo el detrás de escena y los camarógrafos me dejaban hacer zoom in y zoom out, ponerme los auriculares. Al día de hoy me encuentro a los técnicos de esa época, que me hablan como si fueran mis tíos, con mucho cariño. Era todo muy artesanal, previo a la revolución digital y las redes.
-¿Los otros actores se tentaban con las cosas que vos decías?
-Lo que pasa es que yo veía la dinámica de los demás y quería jugar en esa dinámica. Y entonces los límites de Fabio Alberti, que tenía 35 años, y los míos, que tenía ocho eran diferentes y difusos. Hay un capítulo que digo “me senté arriba de un Pelado” (para sobrevivir a un accidente de tren). Eso generó estupor y todos se tentaron. Yo no tenía idea de lo que estaba diciendo, más allá del sentido literal de que me había sentado sobre un señor pelado para salvarme de un accidente en Florida. Para un niño es una frase absurda que no tiene ningún doble sentido.
59, el perro que canta
Nazareno tiene decenas de series y películas encima, desde los films Buenos Aires viceversa (1996) y Crónica de una fuga (2005) hasta la miniserie Historia de un clan (2015) y la reciente Maradona, sueño bendito (2021) el envío en el que interpretó al Diego. En su página de Wikipedia también aparece un dato importante: es hincha del Club Comunicaciones, que milita en la Primera B Metropolitana, en el que se probó cuando tenía 15 años, colándose por un alambrado roto. “No era un virtuoso”, admite. De todos modos sigue jugando si lo invitan, siempre en cancha de 11, de defensor con proyección, de “cinco tapón” o de “nueve rebotero”.
Sin embargo, lo más curioso es que Nazareno sigue siendo recordado por su pasado como Alumno Capusotto y por su participación en la serie Los simuladores (cuando tenía 15 años), en una época en la que no había redes, ni reels, ni shorts, ni se viralizaban las cosas en cinco minutos. De hecho, hace poco estaba en el baño de un centro cultural y un extraño se arremangó para mostrarle un tatuaje que decía “59, el perro que canta”.
“Es el nombre de una de las bolillas que le tocaban al Alumno Capusotto”, cuenta. En esa bolilla tenía que narrar “la llegada del indio a América”. Y decía: “El indio llegó en compañía de Napoleón. Y Napoleón cantó victoria antes de llegar. Los indios fueron malvados y, por cantar victoria antes que ellos, lo tiraron al agua”.
-¿Te molesta que te recuerden más por tu época de pibe que por la serie de Maradona u otras cosas que hiciste?
-Es que quizás lo del Alumno Capusotto haya sido más disruptivo que una serie. Y fue un hito para mí. Ahora veo que, sin darme cuenta en ese momento, mi vida iba a ir por ahí. No creo que mi viejo haya imaginado, en la época de Cha Cha Cha, que mi papel iba a explotar 25 o 30 años después. Y sucedió, como si fuera una serendipia (o un error de la matriz).
-Como si esos sketches fueran un registro de la cultura pop noventosa que sobrevive en Youtube...
-Totalmente. Al día de hoy me bajan la ventana del auto y me gritan “vitrola envenenada”, y yo les respondo “¡no estudié!”. Cuando vi el tatuaje de “59, el perro que canta” en el brazo de ese flaco, no lo podía creer. Que alguien te recuerde con cariño y te abra la puerta de su confianza me parece muy gratificante.
-¿Te reprochás no haberte formado como un “actor serio”, de esos que hacen Shakespeare en el San Martín?
-Yo jodo y digo que soy “prestador de servicios actorales”, porque quizás no cumplo con los ritos del actor tradicional y tampoco estudié formalmente. Alguna vez me han ofrecido hacer “teatro serio”, pero no pude por cuestiones de agenda. El teatro es algo a lo que le tenés que dedicar un tiempo y un espacio.
-¿Pero te animabas?
-Creo que hay que hacer todo lo que uno pueda. Obviamente, si viese que no me da la nafta sería el primero en decir “che, llamá a uno que lo pueda hacer”. Soy muy crítico conmigo, a veces demasiado. Y también soy muy respetuoso de lo que no hago. Pero, cuando me animo a hacerlo, me vuelvo irrespetuoso: meto mano, toco, como, muerdo, lo que haga falta para para moldearlo a mi necesidad, a mi medida. Creo que en un momento hay que perder la solemnidad, pero trato de no desubicarme. Siempre prefiero parar antes del límite.
Casas rotas
A sus 15 años, Nazareno le decía a su papá que se iba a dormir a lo de un amigo. Lo que en verdad hacía era escaparse a ver a Comunicaciones, que en esa época jugaba en la Primera C. “Quizás me iba a ver a Comu de visitante, contra Deportivo Merlo, y sabía que era complicadísimo porque había mucha violencia”, se acuerda el actor.
Nazareno nació en el barrio Luis Piedrabuena (en donde creció el cantante Piti Álvarez), en 1986, y tiene dos hermanas: Minerva y Guillermina. Cuenta que hasta sus siete u ocho años la pasaron realmente mal. “Nos cagamos de hambre, éramos recontra pobres y vivíamos en todo lados, hasta que mi viejo empezó a laburar en televisión y pudimos mudarnos a un lugarcito en San Telmo ”, evoca. Así pasaron por distintos hogares, que no duraban demasiado: una habitación con altillo en Parque Patricios o una casa en La Reja (Moreno), que se caía a pedazos.
“A los 18 me mudé solo. Mi papá puso un bar restaurante en San Telmo, el Cha Cha Cla Club, y yo laburaba de encargado”, afirma. “No cumplí con los ritos de la clase media, digamos, de ir a un mismo colegio o tener un grupo de pertenencia”, sostiene.
-¿Tu viejo era exigente con vos en la diaria?
- Mi papá tenía una forma de decir las cosas para que uno entendiera y dijera “tiene razón” . Quizás para pedirme que me fuera a bañar me decía “dale mugriento, que si no, te voy a agarrar con la manguera”. Tenía un modo de enojarse muy particular, en el que también metía un poco de humor. Pero también me ponía límites. Un día, a los 16 años, le dije que me iba a dormir a lo de un amigo y me respondió que no, que ya era tarde, que eran las ocho de la noche. Recuerdo su simplicidad para explicarme cosas que otros no me sabían explicar.
-¿Te pone mal cuando lo ves enojado y tan expuesto en temas de política?
- Creo que si él no fuese tan vehemente sería sólo la opinión de alguien más y tal vez no generaría el mismo eco. Si lo analizás de afuera y ves por qué está peleando (por ejemplo, para visibilizar que una sarta de políticos se estén haciendo multimillonarios choreando el erario público), terminás pensando que está bien ponerse así de loco. Me pondría mal si se pusiera así porque perdió Racing.
-¿Nunca le dijiste “papá, bajá un cambio”?
-Él puede entrar y salir de ese enojo. Vemos tantas cosas tan fuera de lugar que me parece raro decir “¡qué violencia!” cuando aparece uno gritando. ¿No es violencia que una persona disponga de bienes públicos con total impunidad, en el gobierno que sea? Esa vehemencia es la de “Lucho Cubrepileta” (otro de los grandes personajes de Cha Cha Cha). Mi viejo siempre tiene un as bajo la manga y yo siempre digo que hay que cuidarse de lo que no sabemos que está haciendo. No de lo que sí está haciendo.
-¿La obra que acabás de estrenar, Jardines salvajes (con Carlos Portalupi, Mica Vázquez y Vivi Puerta, en el Multiteatro de la calle Corrientes), tiene algún tipo de moraleja en cuanto a cómo convivir con el prójimo?
-Para mí es como si fuese un cuento sobre la historia de la humanidad, una fábula de vecinos que también habla de los límites. No vamos a buscar los lugares más oscuros ni tristes ni bajamos ninguna línea. Pero, de algún modo, te queda un mensaje sin caer en el sermón. Yo siempre voy a bregar por la tolerancia, por la coexistencia, por solucionar las cosas sin terminar a los piedrazos.
Para agendar
Jardines salvajes, en el Multiteatro (Av. Corrientes 1283). Funciones: lunes, miércoles, jueves, viernes y sábados.