Netflix: La gran noche del pop, la crónica de una noche irrepetible en la que 40 estrellas se juntaron para grabar “We Are The World”

Un encuentro irrepetible con fines solidarios entre algunos de los más grandes nombres de la música popular de su tiempo
Un encuentro irrepetible con fines solidarios entre algunos de los más grandes nombres de la música popular de su tiempo

La gran noche del pop (The Greatest Night in Pop, Estados Unidos/2024). Dirección: Bao Nguyen. Edición: David Brodie, Nic Zimmermann y Will Znidaric. Duración: 96 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: muy buena.

Al comienzo, las cosas no parecen lo que en realidad son. Cuando un casi irreconocible Lionel Richie se sienta ante la cámara y empieza a recordar de memoria todo lo que hizo como principal artífice de “We Are the World” la primera impresión que nos queda es la de un artista que sueña con recuperar al menos una parte de su momento más exitoso a través de un documental concebido a modo de historia oficial.

A Richie le sigue un desfile muy convencional con imágenes de archivo y comentarios demasiado trillados sobre el pasado glorioso de algunas grandes estrellas de la música, entre ellas Harry Belafonte, espléndido cantante, competente actor y figura clave de los movimientos defensores de los derechos civiles en la agitada escenografía estadounidense de los años 60, cuya muerte (ocurrida el 25 de abril de 2023, a los 96 años) pasó casi inadvertida.

Belafonte hizo mucho en la década del 90 para llamar la atención de la opinión pública y de los líderes mundiales por la crisis alimentaria que afectaba a extensas regiones africanas. En ese tiempo se confiaba más que nunca en el poder de la música (y de los artistas con más llegada global) para llevar adelante acciones humanitarias dirigidas a mitigar tragedias de ese tipo. Como relató con todo detalle Mauro Apicella en LA NACION el 22 de enero último, Richie y Michael Jackson tomaron la posta y se pusieron al frente en enero de 1985 de un ambicioso encuentro musical y de una canción que cumpliese ese propósito benéfico.

La gran noche del pop, el documental de esa grabación producido y narrado por Richie, parece dispuesto al principio a tomar el camino más previsible y adulador. Todavía más cuando en un momento todo empieza a inclinarse hacia la reivindicación lisa y llana de la figura de Jackson, como si se buscara algún tipo de indulto póstumo para él frente a los fuertes cuestionamientos que aparecieron en los últimos años sobre su conducta, revelados también a través del género documental.

Hasta que en un momento todo cambia y La gran noche del pop comienza a adquirir su verdadera (y fascinante) dimensión. Estamos por convertirnos en testigos de una velada memorable en todo sentido. Una noche que, sin exageraciones, merece quedar en la historia de la música popular del siglo XX por más de una razón.

El propósito humanitario de USA for Africa, cumplido con creces, es el aspecto más conocido de todos. Mucho menos se sabe acerca de las complicaciones (algunas verdaderamente insólitas) que enfrentaron los organizadores de una reunión cumbre que terminó de manera satisfactoria por una combinación única entre azar, voluntad y milagro.

La primera hipótesis que se prueba en este esmerado trabajo de reconstrucción (el trabajo de edición es verdaderamente extraordinario) tiene que ver con el temperamento y la conducta de los artistas que se sumaron al proyecto. Quincy Jones, brillante productor devenido también aquí organizador, consejero y paciente terapeuta, hizo poner en una de las paredes del estudio de grabación un cartel que decía: “Por favor, dejen el ego afuera”.

Lionel Richie y Michael Jackson en un aparte de la grabación de
Lionel Richie y Michael Jackson en un aparte de la grabación de "We Are the World" en enero de 1985

Lo que se cuenta aquí, entre otras cosas, es que hubo enormes estrellas de la música que aquella noche de enero de 1985 decidieron quedarse de manera literal fuera de la grabación por no convalidar el espíritu grupal del proyecto, porque querían aportar lo suyo desde un lugar solista y distanciado al del resto. Y hubo otros que aceptaron participar pero que no se encontraron a gusto y decidieron bajarse en el medio de esa noche que parecía no acabarse nunca.

El paso del tiempo, ilustrado con tomas sucesivas de un viejo reloj digital que marcaba el avance de la noche (la grabación se hizo entre la 1 y las 7 de la mañana del 28 de enero de 1985), rompió a la vista de muchos espectadores otro mito: reunir a cuarenta de los mejores artistas globales del rock y del pop de ese momento no equivale a resolver el desafío de una compleja grabación en unas pocas tomas. Todo es mucho más complicado de lo que parece. Hay desafíos logísticos, exigencias técnicas y situaciones inesperadas que alteran los planes y demoran hasta lo inimaginable las expectativas de una realización rápida y eficiente. La gran noche del pop registra todos esos avatares (algunos ciertamente gratos y otros muy incómodos) con la meticulosa precisión que el cuadro general reclamaba.

Hay una lista notable de grandes momentos. Allí está el gran vocalista que pierde el control de lo que tiene que cantar por haberse excedido con el alcohol. También la elusiva estrella que aparece completamente perdida hasta que alguien providencialmente encuentra una brújula para llevarlo en la misma dirección que el resto. El registro de los tramos solistas de la grabación es especialmente atrayente, sobre todo a partir de varios testimonios y recuerdos actuales que los enriquecen.

La gran noche del pop es el relato visual, sonoro y testimonial de un hecho irrepetible que no podría siquiera concebirse si alguien quisiera hacer algo parecido en la actualidad. Y también es la evocación de una noche única con artistas gigantescos maravillados por el solo hecho de compartir un mismo espacio con colegas tan importantes como ellos, mientras unos y otros se profesan afecto y respeto recíproco ¡intercambiando autógrafos!

Entre el gesto humilde y un ego que nunca se deja del todo en la puerta transcurrió toda esa noche en la sala principal de grabación de los estudios de A&M Records, en Los Angeles. La sesión completa se convierte así en una gran crónica de época, en la que no faltan detalles pintorescos como el predicamento que en aquel momento todavía tenía el casete en la industria discográfica y tampoco una fina mirada sobre la psicología del artista, junto a la exploración de sus reacciones en ciertos momentos de elevada tensión. En el fondo, además de reconocer de manera definitiva que sin Harry Belafonte “We are the World” jamás hubiese existido, La gran noche del pop es un gran documental sobre la lucha entre el impulso creativo y el implacable límite que suele imponer el reloj para darle forma.