Netflix: En Rubia, la pesadilla eterna de una mujer a la que todos llamaban Marilyn Monroe
Rubia (Estados Unidos/2022). Dirección: Andrew Dominik. Guion: Andrew Dominik, basado en la novela de Joyce Carol Oates. Fotografía: Chayse Irvin. Música: Nick Cave y Warren Ellis. Edición: Adam Robinson. Elenco: Ana de Armas, Adrien Brody, Bobby Cannavale, Julianne Nicholson, Lily Fisher, Evan Williams, Xavier Samuel. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
¿Quién es de verdad la protagonista de Rubia, la biopic sobre Hollywood más comentada de los últimos tiempos? Una cosa al menos queda clara. A pesar de todas las apariencias no se trata de la rubia casi platinada que se convirtió en símbolo sexual más famoso de la pantalla, la estrella de vida breve y final trágico que acaparó un interés jamás alcanzado por cualquier otra figura del cine internacional a lo largo de toda su historia.
La propia protagonista explica con bastante claridad el equívoco en un determinado momento. “Soy la esclava de una tal Marilyn Monroe”, dice. No podrá sacarse nunca de encima el disfraz con el que la reconoce todo el mundo, aunque ella siempre quiera ser otra persona llamada Norma Jeane. “Marilyn suena totalmente falso — escucha que le dicen —. Como si te hubieras dado a luz a vos misma”.
A partir de una novela de Joyce Carol Oates, el director Andrew Dominik construye una biografía que se caracteriza por borronear de manera deliberada los límites entre la ficción (o el sueño) y una realidad bastante difusa. Nunca sabremos dónde empieza una y termina la otra. Tratando de sostener un equilibrio siempre inestable, con un pie en cada dimensión, Norma Jeane desde esta perspectiva se convierte en un personaje muy parecido a la Lady Di retratada por Pablo Larraín y personificada por Kristen Stewart en Spencer.
Ambas historias son cuentos de hadas al revés. Norma Jeane quiere escapar de esa prisión de aparente ensueño (el estrellato en Hollywood) mientras su existencia se mueve al impulso de otro encierro inexorable. Para escapar de una madre (Julianne Nicholson) que trata de arrastrarla en su pulsión autodestructiva, se aferra en busca de infinita de un padre ausente. Los hombres que irá encontrando en su vida nunca entenderán esa necesidad y la hundirán todavía más, sobre todo al no entender jamás cuál es la idea de familia a la que se aferra Norma Jeane. A cada hombre de su vida lo llama “daddy” (papá).
Son demasiados estímulos y demasiadas ideas que Dominik acumula, mezcla, yuxtapone en un juego de avances y retrocesos que a veces puede resultar atrapante en la representación onírica del mundo interior de la protagonista y otras veces se muestra repetitivo y hasta pueril. Sobre todo cuando vuelve a las mismas frases y los mismos recursos para decir más de una vez, por ejemplo, que todos en Hollywood son hijos no queridos.
Tal vez por eso Norma Jeane siente que nadie cumple con su palabra o se comporta como alguna vez imaginó. El director lo muestra sin recurrir a los nombres reales u optando por la fantasía en lugar de la realidad comprobada. Así, Arthur Miller (Adrien Brody) aparece aquí como “el dramaturgo” y Joe DiMaggio (Bobby Cannavale) como “el exdeportista”. También hay un romance a tres bandas simultáneo entre Marilyn, Cass Chaplin (el hijo de Charlie) y Edward G. Robinson Jr. difícil de probar en los hechos.
El pretencioso desfile de debilidades que Dominik le atribuye a la protagonista esconde, paradójicamente, una de las fortalezas del relato. Es la convicción que transmite Ana de Armas, la actriz elegida para encarnar a Norma Jean-Marilyn, para transmitir distintos estados de ánimo. Hay en ella fragilidad, dolor y aparente resignación frente a su destino, pero a la vez confianza cuando cree descubrir con un nuevo hombre al lado el camino que lo llevará al ansiado reencuentro con el padre ausente y una alegría tan poderosa como fugaz cada vez que parece ver cumplido alguno de sus deseos. De Armas le pone cuerpo y alma a un personaje que de no haber sido por su convicción luciría descontrolado y a la deriva.
A la actriz de origen cubano, convertida en una especie de síntesis de todas las representaciones de Marilyn que Hollywood hizo a lo largo de la historia, le tocó representar los momentos más intensos y también los más desagradables. En el relato más osado en términos visuales que se recuerde en una pantalla habitualmente muy pudorosa como la de Netflix hay desnudos, tríos sexuales, una escena muy elocuente de sexo oral (con un presidente como partícipe) y alguna imagen relacionada con el aborto que puede resultar muy incómoda.
Aquí también queda a la vista el carácter voluble y hasta contradictorio que tiene el relato. Vemos cómo Hollywood se aprovecha desde el comienzo de Marilyn de la manera más explícita. Un poderoso ejecutivo del cine (¿Darryl Zanuck, el mandamás de los estudios Fox?) abusa de ella como si estuviese inspirando al mismísimo Harvey Weinstein. Pero Dominik elige una manera vulgar y casi voyeurística para mostrarlo.
Surrealista, onírica, sugestiva por momentos y en otros ardua y fatigosa, pensada más para ser vista en un cine que en las dimensiones reducidas de cualquier dispositivo online, Rubia paga el precio de las elecciones de su autor. Quiere contar la vida de Marilyn Monroe pero desde la negación del personaje real, transformado en la imagen de un mal sueño. En Spencer, Lady Di navega a oscuras en un mar de pesadillas, pero queda siempre claro cuál es el mundo posible que ella sale a buscar cada vez que se despierta. Aquí, en cambio, la alucinación funciona como un fin en sí mismo. Sabemos que Marilyn surge del imaginario de Norma Jeane Mortenson, pero ni siquiera estamos seguros que la propia Norma Jeane sea real, porque su opinión no cuenta. ¿Quién será entonces la protagonista de Rubia? Difícil saberlo.