Discapacitados salvadoreños convertidos en artistas del barro

Su mundo transcurre en silencio, no pueden escuchar ni hablar, pero de sus manos nacen coloridos jarrones y vajillas de barro, en un taller ubicado en un pequeño edificio al noroeste de San Salvador. Roberto Ramos, de 44 años, es sordomudo. Y también es un maestro del barro en una pequeña cooperativa salvadoreña, un semillero para que otros discapacitados y hasta universitarios, aprendan el arte de la alfarería. Desde hace 28 años, Ramos trabaja a diario en la Asociación Cooperativa de Grupo Independiente Pro Rehabilitación (Acogipri), junto a otra decena de personas con distintas discapacidades. Él y otros tres compañeros sordomudos son los expertos en alfarería, otros, que padecen retardo mental, se dedican a preparar la materia prima: ablandan pacientemente, con ayuda de reglas de madera, el barro que mojan en unos grandes huacales (cajón) de plástico. "Me gusta preparar el barro, siempre lo he hecho, pero ayudo en otras cosas para que mis compañeros trabajen haciendo las artesanías", dijo a la AFP Ernesto Molina, de 45 años, mientras bañado en sudor prepara el material. En el taller se escucha muy poco ruido pese a que todos están trabajando. De vez en cuando se oye el sonido del torno eléctrico. Frente a éste se encuentra Héctor Solís, de 43 años, quien expresa en lenguaje de señas, llevándose las manos al pecho, que hace su trabajo "con el corazón". Una bola de barro sobre el plato circular del torno poco a poco toma la forma de una olla. Estos artículos artesanales se venden a extranjeros o a algunas empresas en una sencilla tienda que habilitaron en el edificio. El proceso es lento. Todos los artículos de barro deben ser secados a la sombra por tres días y luego se les aplica, según sea el diseño, un pigmento de color blanco, azul, rojo, amarillo o verde y se dibuja sobre ellos el diseño escogido. Posteriormente las piezas van a alguno de los tres grandes hornos a gas propano, donde son cocidas por 10 horas a una temperatura de 1.160 grados centígrados que las deja con un tono brillante. La cooperativa recibe a estudiantes de arte de la estatal Universidad de El Salvador y de otras privadas, que quieren aprender a trabajar el barro, explicó a la AFP la presidenta de Acogipri, Eileen Girón, de 63 años, quien se desplaza en su silla de ruedas eléctrica para verificar que todo marche bien. Ella y otros discapacitados fundaron Acogipri en 1981, cuando en El Salvador iniciaba una cruenta guerra civil que duró 12 años, de 1980 a 1992. Han tenido que sortear "la indiferencia" y el poco apoyo de los gobiernos hacia las personas con discapacidad y ahora están decididos a que el sector "sea visibilizado", mostrando que son gente productiva. En El Salvador no existen cifras confiables ni actualizadas sobre la cantidad de personas con discapacidad. Un censo oficial indicó, en 2007, que las personas con discapacidad representaban el 4,1% de la población, de una total de 6,2 millones de habitantes, cifra que no es compartido por organizaciones de discapacitados. Su mundo transcurre en silencio, no pueden escuchar ni hablar, pero de sus manos nacen coloridos jarrones y vajillas de barro, en un taller ubicado en un pequeño edificio al noroeste de San Salvador. El proceso es lento. Todos los artículos de barro deben ser secados a la sombra por tres días y luego se les aplica, según sea el diseño, un pigmento de color blanco, azul, rojo, amarillo o verde y se dibuja sobre ellos el diseño escogido. Una bola de barro sobre el plato circular del torno poco a poco toma la forma de una olla. Estos artículos artesanales se venden a extranjeros o a algunas empresas en una sencilla tienda que habilitaron en el edificio.