Qué nominados reciben la lujosa y exclusiva bolsa de regalos y cuántos miles de dólares vale este año
En Hollywood las tradiciones, además de en años, suelen contarse en dólares. En una ciudad tan cara y complicada como Los Ángeles, el dinero mueve carreras y montañas. Y durante las últimas dos décadas se instaló una tradición que ya es un clásico: la entrega de la famosa bolsa de regalos con motivo de los premios Oscar y que reciben algunos de los nominados. Una bolsa (extra large dado su tamaño) de la que, más que sus obsequios, cada año se sabe su valor. Este año la suma de los regalos asciende a casi 180.000 dólares y tiene decenas y decenas de productos: cremas hidratantes por más de 500 dólares, bolsos, galletas, limpiadores faciales, accesorios de cocina, delantales, comida para mascotas, tequila, fundas de almohadas, bombones, figuritas personalizadas en 3D, camisetas, libros, enjuagues dentales, un grill infrarrojo portátil por un importe de 1300 dólares. Lo más valioso son, como cada año, los viajes. En este caso incluye tres: una escapada a Suiza para 10 personas, un retiro de bienestar de una semana en el sur de California y tres noches en la isla Saint Barths, una de las zonas más lujosas del Caribe.
¿Quién está detrás de todo esto y por qué lleva 22 años convirtiéndose, uno tras otro, en un clásico de los Oscar, sin tener siquiera a la Academia de Cine detrás? Ese es Lash Fary, fundador de la empresa Distinctive Assets, la que maneja el armado de la célebre bolsita, que supo hacer una de las cosas más importantes y difíciles de la ciudad angelina: contactos. Enlazar a gente y marcas. Dar visibilidad. Hacer funcionar el boca a boca, sobre todo. Fary, nacido y criado en Virginia hace 52 años y asentado en Los Ángeles hace más de 25, empezó su proyecto de forma más pequeña hace un cuarto de siglo, pero rápidamente las marcas vieron que era un negocio. El trato es sencillo: durante meses Fary va en busca de cada una de esas empresas de chocolates o tónicos faciales; estas donan alrededor de 26 de sus productos (poco, en general, para ellos), y también le pagan una tarifa, que es de lo que él vive. Después, él se encarga de hacer llegar todos esos productos a los famosos más famosos de la gala más famosa del mundo. Al final, todos saben que esas celebridades tienen y usan esos productos y, por lo tanto, sube su popularidad. Y todos salen ganando.
Cuando Fary se conecta a la videollamada, uno parece asistir a un programa de ventas por televisión. Está rodeado de decenas de objetos en una mesa gigante, que va mostrando y describiendo. Él es el encargado de esa famosa bolsita (perdón, bolsón) que llegará a los 25 nominados más conocidos de los Oscar, además del presentador de la gala: Mejor actriz, y actriz de reparto, actor y actor de reparto, y director. ¿Y si no quieren la bolsa? Él sonríe. Casi siempre, casi todos, la quieren. Si alguno la rechaza (no suele ser más de uno o dos, cuenta), tiene un plan B: se la hace llegar a alguien en la carrera al Oscar o cercano a él que le apetezca. Este año empezaron a repartir el pasado miércoles y por ahora sin un solo no. Pero si sobra alguna se la hará llegar a Greta Gerwig, la directora de Barbie.
Todo empezó hace 25 años en los premios Grammy. Montaron una tienda efímera para los premios de música donde vendían “ropa y joyas para programas de televisión en Los Ángeles”, recuerda, cuando surgió este modelo de negocio: que se llevaran las cosas cedidas por las marcas y estas pagaban una cuota por el trabajo que él ponía y por su mediación. “Ellos logran valor, y luego las celebridades obtienen todas estas cosas gratis. Y seamos realistas, nunca sos lo suficientemente famoso como para no aceptar cosas gratis. Es un win-win”, reconoce. En los Grammy reparten regalos para 150 artistas, pero con un valor más bajo, de unos 36.000 dólares este año, mientras que en los Oscar son más selectivos, son solo 26 y el valor se dispara. “Este año es de 178.000 dólares, pero sobre todo por los viajes. No pueden darte 150 viajes a un chalet en la nieve que cuesten 50.000 dólares, aunque sea por cuestión de agenda. Como aquí son tan pocos, se dispara el valor”, explica Fary. Y no es el año más caro porque algunos han llegado a 225.000 dólares. “Pero nadie sabría la diferencia. Son los viajes lo que la marcan, los productos mantienen la consistencia año tras año, damos alrededor de 50 productos y también unos cuantos certificados de regalos”, explica, en referencia a que, a veces, por ejemplo, se hacen donaciones en el nombre de los famosos (por ejemplo, la defensora de animales PETA donará este año 10.000 comidas para perros) o se pone su nombre en algo.
Fary se maneja con “un puñado de colaboradores”, sin citar exactamente cuántos son y contrata personal cuando llega la temporada fuerte, es decir, los propios Oscar. Él mismo a veces llena bolsas, llama a marcas, realiza gestiones... Tiene un equipo que se dedica a repartir —”acabamos de salir ahora mismo con la bolsa de Jodie Foster para llevársela, es la primera que repartimos”— y gestionar dónde quiere cada nominado recibir sus regalos. Por ejemplo, explica que Sandra Hüller, nominada por Anatomía de una caída, pidió si le podían mandar la bolsa a Alemania porque solo estará en Los Ángeles para la gala. No hay problema. Hay reparto internacional. “Mi empresa, básicamente, conecta a marcas con famosos y eventos de alto perfil. A veces es algo independiente de los Oscar”, explica, un dato que recalca en más de una ocasión, el de que no están vinculados a la Academia, “o a veces es estar en el backstage de los Grammy, o la fiesta de cumpleaños de un famoso donde llevamos a una marca de alcohol de sponsor. Así que hacemos cualquier cosa que ayude a poner el foco de manera internacional sobre las marcas, que brillen. Repartir ese polvo de estrellas es a lo que se dedica la marca”, sonríe.
Para elegir a sus colaboradores, Fary tiene una política sencilla y muy estadounidense: “First come, first served”, una frase tan usada en los Estados Unidos que hasta se conoce solo por sus iniciales, FCFS. Es decir: “el que primero llega, se lo lleva”. Si tienen una marca de zapatos, es la única que hay. Si quiere entrar una de termos, porque no tienen y cumple los estándares de Distinctive Assets, es bienvenida. Eso obliga al que quiera entrar a ser rápido o a diversificarse. Además, al empresario le gusta trabajar con compañías de mujeres y comunidades minoritarias. “Por ejemplo, hay una pequeña empresa llamada Hot Tea Coffe House que hace productos de baño de lujo. Es una madre soltera sorda y participó el año pasado, y este año. El 2023 salió una vez en prensa, solo una, y agotó todas sus existencias. Me escribió entre lágrimas diciéndome: ‘No sé cómo agradecerte esta oportunidad”.
Estos días, y gracias a la coordinación de Lash Fary con los asistentes de las estrellas, a los que conoce hace años — “Muchos han sido nominados antes. Bradley Cooper... llevamos años mandándole cosas, vamos a su casa, ya tenemos su dirección, es cuestión de coordinar los tiempos”—, empiezan a llegar las bolsas; todas iguales, sin diferencia entre hombres y mujeres, solo en el color o el tamaño de algún producto (como los zapatos, cada uno de su número). Alguna vendrá de vuelta, claro. “Nunca sé la razón. A veces están viajando. No la quieren. Les puede molestar. Tienen conflictos publicitarios. No la entienden”, enumera Fary. Ellos se ponen después en contacto con los hoteles y realizan la reserva que, eso sí, tiene que ser para ellos. Fary tiene un puñado de anécdotas como que, un año, la actriz Jennifer Lawrence pidió que fuera su madre al resort de Italia elegido, pero eso sí, llamó ella. “Hola, soy Jennifer Lawrence, mi madre quiere ir, ¿la dejarían? Yo no puedo, pero se lo puedo regalar por el día de la madre o algo así'. Y como fue ella, fue muy bonito. Además funciona porque a veces una madre de una celebrity es mejor que la propia celebrity, vuelve diciendo: ‘Este lugar es genial’. El director Ron Howard fue a un resort en Connecticut y le gustó tanto que celebró allí la boda de su hijo y lo subió a redes sociales”, recuerda Fary.
Para él, todo es parte de la magia de los premios. “Los Oscar gustan en todo el mundo, creo que es porque vienen muchos actores de todo el planeta. Es un momento universal, impresionante”. Él, después de años en el sector, no tiene demasiados amigos famosos. Y con una empresa que está tan metida en esos premios, ¿estará en la ceremonia? “Nunca. Jamás voy. Un año, hace muchos, fui a la alfombra roja y fue una de las experiencias más incómodas de mi vida. Está abarrotada y con muchísimo tráfico, dos cosas que odio. Espero no regresar nunca”, ríe. Es su momento de descanso antes de que la ruede vuelva a girar: tienen eventos para el día de la madre, descansan en verano y, después, otra vez a empezar. “Lo que me gusta de los Oscar es verlos en la tele. El domingo por fin terminamos. Así que respiro profundo y disfruto del evento y veo ganar felices a quienes apoyamos”.