Norma Fadanelli: Moho es una editorial donde se respeta al escritor

Como escribe el autor en lengua inglesa Khaled Hosseini en Cometas en el Cielo (2003), “entre las personas que se habían criado del mismo pecho existían unos lazos de hermandad que ni el tiempo podía romper”. Esta es una entrevista atípica, un diálogo sobre la hermandad, una de las verdaderas razones para vivir, porque un hermano lo vale todo. La hermandad vale más que el talento. Vale más que el fucking gobierno. La familia vale más que la literatura misma.

Esta es la primera entrevista que se le realiza a Norma Fadanelli, correctora de estilo de la mítica anti editorial Moho de México, y pieza fundamental en la fundación de la misma; aliada en la distribución, la promoción y las relaciones publicas de una narrativa que no le rinde cuentas a nadie.

Norma Fadanelli es además hermana del escritor Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1960). En este diálogo sin referentes, charlamos acerca de la fundación de la revista y la editorial Moho; la corrección de estilo; la distribución de los libros de Moho; las presentaciones de los primeros tomos en zonas minadas por la mancha urbana; el rechazo al crecimiento industrial y de los mitos y leyendas que rodean las figuras de Norma y Guillermo Fadanelli.

Editorial Moho fue fundada por la bailarina de danza contemporánea Yolanda M. Guadarrama y tu hermano, la malevolencia imprescindible de México, Guillermo Fadanelli.

¿Desde tu óptica, cómo has presenciado la fidelidad de la editorial con la radicalidad literaria del país –algo que no suele verse en ninguna otra editorial de México–?

Creo que Editorial Moho no nació para darle gusto a ninguna autoridad literaria en México ni para ir en contra de las formas “radicalmente correctas” de la literatura, sino para abrirle un espacio y darles voz a todas aquellas temperamentales, agrias, impetuosas, irreverentes, disgregadas, anarquistas, singulares y excepcionales tintas urbanas del subsuelo cultural.

Pienso que para quienes comenzaron su aventura literaria allá hacia finales de los años ochenta y principios de los noventa, Moho fue una excelente plataforma cultural y multidisciplinaria, porque muchos de los autores que han sido publicados crean desde otras expresiones artísticas como la fotografía, la dramaturgia, el cine, el performance, la pintura y la música, entre otras.

¿Cómo es ser hermana de Willy?

¿Cómo explicarlo sin abusar de la extensa biografía? Lo intentaré. Pienso que nuestra relación de hermanos ha sido multifacética a lo largo del tiempo. La primera imagen que tengo de ambos es cuando me salvó de ahogarme. Yo era casi una recién nacida y me había tragado una pastilla que me encontré al azar. Me gusta pensar que ese fue el principio de una entrañable y cercanísima relación.

Así que, para mí, nosotros no sólo somos hermanos, sino que hemos sido además amigos, cómplices; compañeros de desvelos, de tristezas, de logros; en suma: confidentes. Fue mi primer maestro y quien me enseñó el abecedario y a escribir cuando apenas tenía cuatro o cinco años. También compartió conmigo el primer regalo que le hizo una maestra: Un libro llamado El galano arte de leer, y algunas noches me leía los cuentos, los sonetos, las poesías y a veces jugábamos a ver quién podía aprenderse el mayor número de versos y dichos populares.

Con la llegada de la adolescencia llegaron otras lecturas y mi hermano discretamente fue suplantando las historietas de Editorial Novaro que yo leía y ponía en mis manos diversos libros cuyos autores comenzaron a abrirme otros horizontes: dramaturgos, novelistas, cuentistas, historiadores, filósofos, libros de arte; también nuestros juegos fueron avanzando: ahora competíamos para ver quién podía aprenderse más palabras del diccionario y su respectivo significado. Así que, sin lugar a dudas, terminó convirtiéndose en mi mentor literario y nuestra relación fraterna se fortaleció aún más.

Yo admiraba profundamente a varios escritores desconocidos y físicamente lejanos que formaban parte de mi aún brevísima biblioteca, sin embargo, me convertí en la más fiel admiradora de Guillermo cuando comenzó a publicar sus artículos en el periódico unomásuno; recortaba y guardaba en una carpeta cada una de sus publicaciones y mi orgullo hacia él se hizo mayor cuando publicó su primer libro, cuyo ejemplar aún conservo como un tesoro. Imagínate, no sólo podía jactarme de conocer a mi escritor favorito, sino que además se trataba de mi hermano.

En mi caso, adentrarme en sus escritos (como lo hacía a hurtadillas siendo aún unos adolescentes) siempre ha sido una gratificante aventura, porque soy proclive a desmenuzar literalmente toda la trama de su obra y encontrar entre palabras, líneas y personajes lo esencial de su obra. Aun si sucediera que algún día nos encontráramos muy lejos y sin comunicación directa, estoy convencida de que sabría a través de sus publicaciones y su escritura lo que mi hermano está sintiendo en ese momento. Guillermo Fadanelli es mi escritor favorito, el columnista, narrador, videasta, fundador y director editorial, alentador de nuevos talentos y bloguero. Mi amor es y será para siempre para Willy, mi Hermano.

¿Es Moho una editorial que no existe o que decide no existir?

Por supuesto que existe. Editorial Moho lleva publicados 40 títulos, elegidos puntualmente, y vendrán más en el camino. Desde su fundación, y desde mi punto de vista, lo que ha distinguido a Editorial Moho de otras editoriales es que se ha empeñado en reflejar las tendencias e ideas imperantes de un —en aquellos tiempos— marginado microcosmos urbano que a otras editoriales no les interesó alentar: de allí su buscada “inexistencia”.

Editorial Moho publicó, ha publicado y sigue publicando a escritores que otras casas editoriales hubieran marginado debido a sus contenidos “incorrectos, escandalosos u obscenos”. Pienso que la editorial ha permitido una absoluta libertad de expresión haciendo a un lado la censura moral ordinaria. En Moho siempre se ha respetado la identidad y la circunstancia vital del escritor sin restricciones, otorgándole un espacio preponderante más allá de cualquier ámbito político. Simplemente, Editorial Moho abrió sus puertas y algunas tintas urbanas desconocidas, excepcionales y críticas comenzaron a fluir.

Tú llevabas a cabo la revisión de estilo de la editorial en los años 90; ¿qué recuerdos tienes de aquella década, y qué autores recuerdas haber corregido?

La corrección de estilo fue una época de aprendizaje y también mucho temor, pero gratificante al final. También ayudaba en otras tareas de la editorial. En sus inicios fue un proyecto editorial más bien modesto, así que la mayoría del trabajo se hacía de una manera un poco rudimentaria.

Como era una editorial pequeña que apenas iniciaba, casi todo el proceso antes de ser llevado a la imprenta tenía que hacerse con mucha dedicación y finura, así que a mí siempre me invadía el temor de cometer algún error y de que los libros no se publicaran con la calidad en la corrección que se esperaba de mí. Creo que ese temor comenzó a gestarse gracias a una equivocada idea perfeccionista debido a que mi parte lectora ya no pudo separarse de mi parte correctora; es decir, cuando leo un libro, no puedo evitar tener un lápiz a mano e ir corrigiendo pequeños errores que encuentro durante mis lecturas, no importa de qué autor o editorial se trate, siempre encuentro algún pequeño error. Pero finalmente comprendí que tenía que dominar ese temor y lo logré.

Llevar a cabo la corrección de estilo a distintos escritos era una de las partes más gratificantes para mí en la editorial, porque tenía que realizar varias lecturas a los textos para llevar realizar mi trabajo de corrección tanto gramatical, como de semántica y de sintaxis, y siendo una amante de la lectura disfrutaba imaginar que en cada revisión encontraría indicios ocultos entre las palabras que me llevarían a recrear y conocer algún aspecto de la personalidad de cada uno de los autores. Por supuesto se trataba de un juego personal ya que al conocerlos muchos de ellos resultaban ser muy diferentes a lo que yo imaginaba. Entre los autores que recuerdo haber corregido o tenido la última lectura de sus textos durante aquellos tiempos se encuentran: Mauricio Bares; Enrique Blanc; Guadamur; Rogelio Villarreal; Jesús Pacheco; Rafael Tonatiuh; Wenceslao Bruciaga, todos ellos muy queridos para mí. Y un par de ellos impecables en su escritura.

¿Cómo se llevaba a cabo la distribución de los libros de Moho en un inicio?

Nosotros mismos nos encargábamos de hacer la distribución de libros en las diferentes librerías, sobre todo en las que ya se había negociado la venta a consigna de la Revista Moho que tuvo lugar cinco años antes que la editorial. Recuerdo que Willy diseñaba un itinerario para que pudiéramos abarcar cada uno el mayor número de librerías en un solo día. Llenábamos mochilas de acampar repletas con varios ejemplares de los diferentes títulos de libros y con mochila al hombro salíamos cargando nuestra pesada carga a cumplir con esa parte del negocio editorial.

No teníamos auto, así que toda la distribución la hacíamos caminando o, sobre todo yo, utilizando el Metro. Esa parte, la distribución, fue una de las más agotadoras porque no teníamos un horario exacto para llevarla a cabo, podía ser en la mañana, a pleno rayo del sol del medio día, y algunas veces incluso me tocó ir ya anocheciendo hasta una librería que tenía sucursal en el AICM; pero cuando llamaban de alguna de las librerías para avisar que los libros se habían agotado y nos pedían más ejemplares, para mí todo nuestro esfuerzo cobraba un renovado sentido.

Willy ha declarado que las presentaciones de los primeros tomos de Moho se realizaban en “lugares totalmente inusuales, como antros donde se practicaba sexo en vivo, tabernas de baja estofa, estacionamientos, azoteas y bares donde tocaban ciertas bandas que nos parecían suicidas”, ¿tú formabas parte de esa flora y fauna?

De alguna manera, puesto que formaba parte de Moho. Desde luego, aquel ambiente (lo confieso) no dejaba de sorprenderme (todavía hoy lo hace); ya que no solía frecuentar del todo las noches, pero no por ello dejaba de sorprenderme todo lo que ocurría a mi alrededor. Era como sumergirme en una realidad alterna en donde todos podíamos movernos con entera libertad sin máscaras ni pretensiones.

Recuerdo una presentación de la revista Moho en un lugar llamado El Amanecer Tapatío, recuerdo a mi hermano llegando al lugar en una enorme calabaza rodante de color dorada, como la calabaza de la Cenicienta, y descendiendo de ella para integrarse a la fiesta. Fue alucinante ese momento. Me encantó.

También recuerdo una presentación en un bar gay, en donde la rápida intervención de la señora que cuidaba los baños me salvó de ser agredida y seriamente lastimada por una chica celosa.

En otra presentación, de las primeras, descubrí por primera vez otro significado de la palabra “grapa”: esa vez me tocó ser la encargada de la venta de revistas y me encontraba detrás de algo que fungía como un mostrador. Se acercó una chica y despreocupadamente me pregunta: “Oye, ¿vendes grapas?” Y yo, le contesto: “No vendemos grapas sueltas”. Y en seguida saqué una engrapadora de mi bolsa con la que añadíamos publicidades a la revista y se la ofrecí. La mujer me miró entre asombrada y divertida y sin decir más se marchó. Aún me avergüenzo al recordar aquel momento.

¿Nunca ha estado en sus planes el crecimiento industrial?

No creo ser la indicada para contestar esta pregunta, pero desde mi perspectiva y debido a la naturaleza anarquista e independiente de Moho, ya que sus publicaciones nunca han estado sujetas a ninguna pauta del mercado editorial, y a las múltiples actividades de sus fundadores con sus respectivos compromisos, creo que NO.

¿Es cierto que Guillermo Fadanelli estuvo a punto de dispararle a su amigo Gerardo Balderas porque Ale Garrido había insinuado que Gerardo te había “secuestrado”, y te mantenía oculta en la recámara de su casa?

Como toda novela, Al final del periférico, tiene pasajes reales, pero muchos otros son ficticios, surgidos de la imaginación del escritor. De manera que, si el personaje de Willy aparece a punto de dispararle a su amigo Gerardo Balderas es porque sin duda iba con toda la intención de hacerlo. Por desgracia, no pienso revelar si en efecto me encontraba yo “secuestrada” en la recámara de Gerardo o si fue una mentira de Garrido, porque eso lo dejo mejor a la imaginación de cada uno de los lectores.

¿Cómo fue para ti la Lectura de Al final del periférico (perico)?

Me gustó mucho. Fue muy refrescante y divertida. Gocé los diálogos desparpajados e irreverentes del grupo de amigos, sus ocurrencias y sus travesuras. Yo los conocí a todos. La atmósfera adolescente que envuelve toda la novela me atrapó desde el principio: el liderazgo nato del personaje de Willy, quizá por haber crecido en un estatus menos privilegiado sus primeros años de vida y que le proporcionaba cierta ventaja sobre sus otros amigos; su relación con Sandra, la vecina; la insolente curiosidad del grupo por la vida sexual del Perico y por la sexualidad en general; los rasgos violentos de algunos de los amigos; la osadía del personaje de Gerardo Balderas; el desenlace que tuvo Fernando Santos.

Rasgos todos estos quizás de un futuro pase automático hacia la delincuencia. Toda la novela logró transportarme y hacerme evocar aquellos tiempos: la avenida donde se encontraba la casa de mis padres, los jardines, los colegios, las plazas.

Había olvidado cómo fue crecer sin tantas restricciones y censuras; no recordaba lo que era poder jugar en la calle hasta más allá del anochecer; había olvidado la libertad y seguridad que se respiraba en la colonia.

Ahora, Mazatepec y todas las calles del fraccionamiento están cerradas y con caseta de vigilancia; son pocas las casas que lucen sus jardines porque ya se encuentran selladas con portones como fortalezas, y muy pocos también los adolescentes que se ven reunidos en sus calles.

Había olvidado que antes nos comunicábamos y divertíamos frente a frente y no a través de un dispositivo; había olvidado cómo fue ser adolescente. Y me admiró la enorme destreza de Willy, como escritor adulto, para recrear los pensamientos, diálogos e intenciones de ese grupo de adolescentes en aquellos tiempos; me hizo pertenecer a cada una de las escenas como si las estuviera viviendo en ese momento. Volver a recrear a través de la lectura las frases puntillosas que utilizaban mis padres para comunicarse, las ironías naturales de mi madre, las frases conciliadoras de mi padre. Pero, de algo sí estoy muy segura, de que todo lo que cada uno de nosotros vivió en aquellos años quedará registrado al final del periférico.

 

¿Cuál es tu libro preferido, editado por Editorial Moho?

Todos y cada uno de los libros tienen un lugar distinto para mí. A todos los he leído con especial dedicación y cuidado y los he disfrutado muchísimo. Si tengo que mencionar alguno, diría que por siempre El día que la vea la voy a matar, fue y será mi libro preferido. Lo vuelvo a disfrutar cada vez que lo leo. Es un libro con historias y personajes extravagantes, sin ninguna clase de cliché, hiperrealistas, irreverentes, escandalosos, absurdos y rebeldes. Fue editado e impreso por primera vez por editorial Grijalbo y Moho lo reimprimió algunos años después. Cuando salió a la luz fue un libro que rompió con muchos estereotipos de las letras nacionales y a mí me cautivó.

¿El escritor sabe todo sobre la literatura excepto cómo disfrutarla?

Pienso que al igual que en cualquier manifestación o expresión creativa, el trabajo literario no siempre tiene que disfrutarse. Porque a veces, el escritor se enfrenta a temas que le perturban de alguna manera y su desarrollo puede volverse un verdadero martirio. Es similar a ir exorcizando sus propios demonios para poder abordar con coherencia ciertos temas literarios y elaborar una obra que pueda trasmitir fiel, limpia y claramente las emociones, sentimientos y percepciones que tiene sobre su entorno. O quizá utilizar esos mismos demonios para desarrollar una gran obra sobre una realidad imaginaria. Es allí donde el escritor echa mano del verdadero talento. Sin embargo, siento que toda escritura debe ser llevada a cabo con actitud y espíritu, porque de otra manera se volvería solo una tarea obligada.



Háblame de tu relato dentro de la antología Látex Azul Cielo (Moho, Segunda Edición, 2022).

Cuando escribí ese relato, en realidad trataba de reflejar cómo la mercadotecnia y la publicidad por medio de imágenes televisivas son capaces de adentrarse a nuestro subconsciente al grado de hacernos creer que todos los seres humanos formamos parte de sus modelos de vida estereotipados. Quería escribir un relato con carácter grave y serio, pero estaba tan en contra y me parecía tan absurda toda esa realidad que al ir desarrollando el relato no pude evitar magnificar ridícula e intencionalmente las carencias y defectos de los rasgos de cada uno de los personajes ni de los escenarios en donde se desenvolvían. Debo reconocer que me divertí mucho cuando lo escribí y cuando he releído el relato todavía logra hacerme esbozar una sonrisa.

 

¿Cómo es tu relación con Guillermo Fadanelli, qué representa para ti su consanguinidad, narrativa y pensamiento crítico en un mundo sin sentido?

Mi hermano siempre ha sido, es y será una de las personas más importantes en mi vida. Siempre nos hemos mantenido cercanos, no importa qué tan lejos estemos físicamente. Al morir nuestros padres, nuestra relación de hermanos se estrechó aún más. Y desde joven, Willy siempre fue un modelo a seguir para mí. Valoro mucho cada uno de sus consejos y ni siquiera puedo imaginar cómo hubiera sido mi vida si él no hubiera estado siempre a mi lado.

Desde que éramos adolescentes, nuestras charlas siempre fueron prolijas y extensas, solíamos platicar hasta altas horas de la noche. De adultos la situación no cambió, siempre que nos encontramos extendemos nuestras pláticas casi hasta la mañana. Ocasionalmente disentimos en alguno que otro tema, pero siempre hemos sido respetuosos. Admiro su talento narrativo. Estoy totalmente de acuerdo con él y con sus ideas. Alguna vez mencionó que “la literatura también nos enseña a dudar y a cuestionar tradiciones y dogmas” y pienso que en la sociedad en la que vivimos hace falta, ahora mucho más, que cada individuo ejerza su libertad al cuestionamiento. También apoyo totalmente su creencia de que “sin individuos que ejerzan la crítica no puede haber comunidad”. Esta aseveración es absolutamente acertada ya que la gente ahora está más concentrada en la fría y deshumanizada tecnología que en afinar su discernimiento.

 

¿Le darías el Nobel a Willy?

¡Claro que se lo daría! Pero, siguiendo la broma, imagina el enorme escándalo que provocaría el que fuera su propia hermana quien le otorgara el premio. La noticia sacudiría el avispero y no faltaría quien saliera a las calles con pancartas para denunciar el atrevido favoritismo sin precedentes. Los medios no hablarían de otra cosa. Las academias y facultades de Filosofía y Letras en todo el mundo harían paro. El mismísimo Alfred Nobel se retorcería en su tumba. Y para cuidar las apariencias y el buen nombre de la Academia sueca, el preciado y disputadísimo Nobel no llegaría siquiera a tocar sus manos.

 



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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.