Obsesión: cómo es el thriller erótico de Netflix tan atrapante como siniestro
Obsesión (Obsession, Reino Unido/2023). Dirección: Glenn Leyburn, Lisa Barros D’Sa. Guion: Morgan Lloyd Malcolm y Benji Walters, basado en la novela Damage de Josephine Hart. Elenco: Richard Armitage, Charlie Murphy, Indira Varma, Rish Shah. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
En todo thriller erótico hay un regla casi tácita: se debe registrar la irracionalidad de los actos despojándolos de una mirada moralista, pero intentando destrabar las razones del magnetismo que conduce a sus protagonistas (una y otra vez) a acercarse en el contexto de lo prohibido. Obsesión, la nueva ficción británica de Netflix de cuatro breves episodios que se posicionó entre lo más visto de la plataforma de streaming, parte de ese lineamiento, pero su relato no solo se le va de las manos a los guionistas Morgan Lloyd Malcolm y Benji Walters, sino que muta en un estudio psicológico de personajes tan abyectos que sus acciones rozan lo inverosímil, incluso dentro de los códigos de esta historia, donde el instinto prima por sobre cualquier pensamiento más sesudo.
El primer escollo que encuentra la ficción -basada en la novela Damage de Josephine Hart, editada en 1991- es la construcción de un clima atractivo para ese encuentro bisagra entre los protagonistas, el prestigioso médico William Farrow (Richard Armitage), y la consultora política Anna Barton (la exHappy Valley Charlie Murphy), una joven que está en pareja con el hijo de William, Jay (Rish Shah). Si bien no manejan la misma cadencia, la disrupción que genera la presencia de Anna en la vida de un hombre que parece tener todo resuelto es reminiscente a la que se suscita en el film de Drake Doremus, Pasión inocente, largometraje en el que una joven altera el presente de un padre de familia con su mera presencia en ese entorno.
Pero si en aquella producción la atracción iba in crescendo y con los vaivenes propios de la confusión, Obsesión registra de manera vertiginosa ese enamoramiento (si es que podemos considerarlo como tal), y solo necesita de una secuencia que dura apenas cinco minutos para acercar a William y a Anna y persuadir al espectador de que ningún conflicto interno puede surgir a propósito de ese frenesí. En este punto, el thriller tiene varias cartas para jugar, entre ellas, la traición de un padre a su hijo, quien cree haber encontrado en esa mujer a la persona con la que desea pasar el resto de su vida. Lejos de explorar el bullicio que padece William producto de una tentación a la que no tarda en sucumbir, a Obsesión no le interesa el personaje de Jay y mucho menos la forma en la que es engañado desde ambos flancos, desaprovechando así la posibilidad de abrir el abanico y fusionar todas las extrañas dinámicas que se disparan a raíz del affaire de los protagonistas.
Como consecuencia, la serie opta por poner la mirada en los encuentros puramente sexuales entre William y Anna que, al menos en un comienzo, prometen un acercamiento a lo que implican las prácticas sadomasoquistas, temática por la que también la ficción se desinteresa rápidamente para luego saltar hacia el otro factor que explora con un poco más de entusiasmo: el trasfondo de Anna y el porqué de un proceder patológico. La interpretación de la talentosa actriz irlandesa Charlie Murphy es lo que mantiene el barco a flote ya que Murphy le brinda humanidad a un personaje roto, con un pasado traumático que le hace repetir un mismo patrón en sus relaciones amorosas y sexuales.
En esos momentos, Obsesión logra esquivar la superficialidad imperante para darle espacio al rol más atractivo de una ficción en la que la mayoría de los personajes se encuentran perdidos. Como ejemplo de esto tenemos al rol de “la esposa”, que, a pesar de estar personificado por la dúctil Indira Varma, de todos modos nunca puede romper con los esquemas de los que la ficción misma no consigue desprenderse.
Asimismo, tampoco contribuye a esta suma de traspiés la apática actuación de Richard Armitage, quien consideró que la mejor herramienta para reflejar el tormento de su personaje era la de permanecer con la mirada esquiva, inerte, con el rostro imperturbable a pesar de todo lo que está sucediendo a su alrededor. Cerca de su final, Obsesión también cae en la trampa de incluir un giro de timón para reacomodar sus piezas y empezar de cero, pero el episodio en cuestión es de una crueldad tan disonante con el relato general, que la serie no solo termina de hundirse sino que además debe navegar por las consecuencias de ese brusco twist que reconfigura a los personajes y los hace proceder de un modo aún más incomprensible de lo que se venía atestiguando.
Más allá de que no es requisito que se genere una empatía con esa pareja que actúa destruyendo todo a su paso (a fin de cuentas, la moral no está sobre la mesa), Obsesión tampoco consigue indagar en el motivo por el que esos personajes se entrelazan en loop, con excepción de esos tramos en los que vemos el mundo de Anna por fuera de ese vínculo. Aún así, no es suficiente para que la ficción, que si bien tiene un componente adictivo, adquiera la complejidad que sí tuvo la traspolación de Louis Malle de la novela de Hart.