Pasta de estrellas: una hilarante comedia en la que el elenco se divierte y hace divertir

Noralih Gago, Soledad Silveyra y María Merlino en Pasta de estrellas
Noralih Gago, Soledad Silveyra y María Merlino en Pasta de estrellas

Pasta de estrellas, de Gonzalo Demaría. Dirección: Ciro Zorzoli. Elenco: Soledad Silveyra, María Merlino, Noralih Gago, Sergio Mayorquín y Emiliano Pandelo. Sala: Paseo La Plaza. Funciones: los jueves, a las 20.15; los viernes y sábados, a las 19.30; los domingos, a las 19. Duración: 75 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

Probablemente uno de los mayores aciertos, aunque no el único, de Pasta de estrellas sea el casting, un compacto elenco que encontró el modo de interactuar y construir sobre el escenario una maquinaria que funciona muy bien tanto en lo que hace en su relación con el texto dramático como en la propuesta escénica gestada desde la dirección.

Gonzalo Demaría como autor nos tiene acostumbrados a un tipo de dramaturgia en la que se nos invita a vincularnos con algún tipo de textualidad del pasado, muchas veces a través de la escritura en verso. Esta vez nos lleva, rima mediante, a un homenaje al universo de la telenovela clásica, no exento de nostalgia, pero con mucho humor. En lo argumental, los giros dramáticos estarán presentes y serán tan inverosímiles como en el género que homenajea, y, como en él, nada importará ya que lo verdaderamente relevante es el efecto: en su original, la emoción; en su parodia, la risa ¡Y vaya si esos giros la producen! Pero no creamos que se trata simplemente de esto. No: el juego involucra además a los más recientes ritmos musicales urbanos, así como también un jocoso homenaje al universo de las drag queens. Todo este cóctel anticipa una búsqueda muy amplia de un espectador posible.

Ciro Zorzoli como director encontró el tono justo para esta comedia hilarante que se permite algunos juegos que parecen ir más allá de propuesta dramatúrgica en sí. Asistido por un diseño de vestuario y de escenografía que no le teme al kitsch, compone una escena que está plenamente saturada de colores, trabajo que, desde la iluminación, se busca respetar a través de un diseño que no distorsione esa pátina extrema de colores. Gran mérito de un director el hacer conjugar todos los lenguajes escénicos haciendo que unos colaboren con los otros. Y es en el casting en donde precisamente la propuesta acaba por constituirse en un mecanismo que funciona muy bien. El público disfruta viendo a actores que también lo hacen, que parecen jugar más allá de las estrictas marcaciones que tengan que seguir.

Soledad Silveyra lleva adelante su Martha, una reconocida actriz de telenovelas hoy retirada por razones turbias, haciendo un uso lógico de su propia trayectoria. Cada vez que se habla del “beso de telenovela” en el espectador se activarán momentos de su propia vida vinculados con los proyectos en los que la actriz trabajó. Emiliano Pandelo lleva adelante un trabajo compositivo del conductor televisivo clásico que permite rememorar momentos icónicos de la televisión argentina. Y muy lejos de ese pasado, casi en la zona opuesta, Sergio Mayorquín nos trae a un presente en donde los lenguajes populares se han modificado, y lo hace con una fisicalidad muy diferente a la de todos sus compañeros, con un excelente desempeño en danzas callejeras urbanas, tanto en lo vocal como en lo corporal. María Merlino nos tiene acostumbrados a una poética actoral con mucho de homenaje y esta no será la excepción. Sabe como pocos darle carnadura a lo más superficial, y ser pura máscara cuando la escena lo requiere. Y por último, pero no menos importante, Noralih Gago pone sobre el escenario no solo su capacidad como comediante sino también todo su conocimiento del universo del cabaret. Su personaje es probablemente uno de los más complejos de la estructura porque tiene tanto de espectral como de dramático, apoyado y mucho en un trabajo de vestuario y de peluquería que solo ella sabe llevar a cabo. A la diva retirada de la televisión y refugiada en una fábrica de pastas de pueblo, le aparece este personaje que compone desde la superficie a una suerte de diva drag, excesiva por donde se la mire y cómplice fundamental para un espectador que tenga el deseo de divertirse.