¿Los Oscar para un nuevo mundo o la peor ceremonia de todas? Vuelve la polémica
Desde hace varios años, la ceremonia del Oscar había venido arrastrando diversos lastres que no solo la alejaban de los ratings, sino que la acercaban peligrosamente a la arena de la irrelevancia.
La crisis se evidenció más en la última década cuando diversos experimentos para revitalizar lo que en su tiempo era uno de los telecasts más vistos alrededor del mundo vía satélite —sumando casi 500 millones de telespectadores en su época de mayor auge, a mediados de la década de 1980 — fallaron terriblemente (nadie quiere acordarse de Neil Patrick Harris, ni de Kevin Hart, ni de James Franco humillando a Anne Hathaway).
Que la pandemia de COVID viniera a cambiar los hábitos de millones — y los aspectos de las ceremonias como esta, que ya había perdido bastante lustre — en cierta forma vino a cambiar, por completo, la manera de hacerse de esta entrega -la número 93- y es muy probable que estas modificaciones, si se traducen en números positivos, sean permanentes, aún si no han faltado quienes se quejan de que esta ha sido la entrega del Oscar más aburrida de todas.
Con una duración de tres horas y cuarenta minutos, esta emisión fue de hecho algo más breve que otras anteriores. Algo ayudó que la alfombra roja fuera observando distanciamiento social, que los cinco números musicales fueran pre-grabados y se transmitieran previo al programa principal, que no hubiera en esta ocasión un conductor/a principal (algo que se impuso en los 90 y funcionó con personalidades como Whoopi Goldberg —cuando todavía tenía esa gracia que se le esfumó — o el memorable Billy Crystal), sino que los presentadores fluyeran de manera más natural y que el evento, en lugar de tener lugar en el Kodak Theatre, se llevara a cabo en la clásica Union Station, que no solo es una pieza irremplazable de la historia de Los Angeles, también ha sido escenario de innumerables filmes desde los años 30.
La idea de Steven Soderbergh (que produjo el programa por primera vez este año), era que por primera vez en mucho tiempo, los Oscares recuperaran relevancia, mediante un ritmo más eficiente, si bien este experimento también se deben a las reglas y protocolos del manejo de la pandemia.
Estos elementos no solo agilizaron en cierta forma la ceremonia (que de todos modos sigue siendo larga), también sirvieron para modificar la capa de glamour que por años había sido parte del tema: en esta ocasión las extravagancias y los desfiles de celebridades pasaron al olvido: solo acudieron a la cita quienes tenían nominación y punto. Un solo acompañante por persona.
Los Óscar se exponen a las críticas por no llevar mascarillas ante las cámaras
Hablan los responsables de la peor gala de los Óscar que se recuerda
Incluso, muy poca alta costura (no hemos hablado lo suficiente del impresionante vestido de Valentino en color caramelo-oro de Carey Mulligan, que posiblemente haya sido el más notable atuendo en la alfombra roja, lástima que no pudo subir al estrado por la estatuilla).
Aunque esta "austeridad" parece haber molestado a muchos que anticipan cada año un desfile de modas, o la aparición de películas de corte épico o "entretenidas"; de hecho, la ganadora a mejor película del año, 'Nomadland', que también ganó mejor actriz (la increíble Frances "I'm Fran" McDormand, que ya rompió el récord de Meryl Streep) y mejor directora (Chloé Zhao), es lo que se consideraría una película 'anti Hollywood', criticada por espectadores promedio por ser "lenta", "aburrida" o por romantizar la miseria de las personas sin hogar desde el privilegio de la protagonista y la cineasta.
Hubo pocas sorpresas realmente este año, acaso la más notable fue que Anthony Hopkins emergiera ganador del premio al actor principal, por encima del favorito de todas las quinielas, Chadwick Boseman, quien fuera nominado de manera póstuma por la cinta 'La madre del blues', distribuida por Netflix. Aunque Boseman contaba con el favor del público dada la coyuntura de su trágico (y estoico) fallecimiento, no hubo otra actuación este año del calibre de la de Hopkins en 'El padre' — cuya adaptación a cargo de su autor, Florian Zeller y Christopher Hampton, fue merecidamente reconocida — y esa es la verdad. Por otro lado, que hubiera dos directoras galardonadas en largometraje de ficción y de documental ('My Octopus Teacher'), es una buena noticia, que debería normalizarse, repetirse, y dejar de considerarse excepcional, si no perfectamente lógico.
¿Será que la corrección política ya le ganó a la Academia? Desde hace un año, tras varias consecuencias ("Oscars so white", en 2016 y "Oscars so male" en 2018), ya había comenzado a abrirse y parece que su conservadurismo, movido por la pandemia, se ha tenido que quebrar, más allá de las tonterías de las cuotas. Estamos viviendo en otro mundo muy distinto al que era en febrero de 2020, cuando la última ceremonia antes del confinamiento, que vino a drásticamente cambiar el mundo del cine y su industria.
Quizá la ceremonia concebida por Soderbergh sea la manera que tiene Hollywood para, en esta coyuntura, dar gusto a los dos sectores que lo componen: el tradicional y su contraparte crítica, que evidenciaba su racismo, su machismo y misoginia. Algunos estuvieron entretenidos y contentos con este cambio de tono, mientras otros claman que es la peor edición ever. Puede que sea un poco de ambas cosas. Lo cierto es que esta entrega 93 de los premios de la Academia Estadounidense marca un antes y un después, y el público tendrá que aceptar o acostumbrarse a estos cambios que vienen, o bien, mandar el Oscar al olvido, porque, con o sin la aprobación popular, la Academia, y sus experimentos para no caer en la irrelevancia, seguirán ahí.