Una nueva prueba social definitiva en los campus universitarios: ¿eres sionista?

Banderas israelíes cuelgan de una valla para un evento de celebración del día de la independencia de Israel fuera del campamento de Científicos contra el Genocidio, un día después de que estudiantes propalestinos recuperaran el campamento tras un enfrentamiento de horas con la policía en el MIT en Cambridge, Massachusetts, el 7 de mayo de 2024. (Sophie Park/The New York Times)

El otoño pasado, Sophie Fisher, una estudiante de segundo año del Barnard College, se comunicó con su compañera de piso de primer año para ir por un café y ponerse al corriente. Su antigua amiga le respondió con poco entusiasmo, y Fisher se preguntó por qué. Las dos habían estado tan unidas que la compañera había asistido al bar mitzvá del hermano de Fisher.

Varios meses después, la razón quedó clara.

A través de Instagram, la compañera de piso de Fisher le escribió que ya no podían ser amigas porque había estado publicando mensajes de apoyo a Israel desde los atentados de Hamás del 7 de octubre. En otras palabras, era sionista. Fisher pensaba que había sido cuidadosa de evitar las publicaciones incendiarias, pero la compañera de piso la acusó de racismo, relató Fisher.

La examiga luego bloqueó a Fisher.

Al mismo tiempo, Fisher se dio cuenta de otra cosa extraña. Su “mayor” —una mentora de su hermandad— había dejado de hablarle. Cuando estaban en la misma habitación, su “mayor” no la miraba a los ojos, aseguró Fisher. Agregó que su “mayor” a menudo hacía publicaciones sobre Estudiantes por la Justicia en Palestina, el grupo universitario que la Universidad de Columbia había suspendido en noviembre por violar las políticas del campus. Fisher sigue perteneciendo a la hermandad, pero hace meses que no se hablan.

“Se suponía que era mi hermana mayor”, comentó.

Manifestantes propalestinos cerca de un campamento en el campus de la UCLA en Los Ángeles, 1.° de mayo de 2024. (Philip Cheung/The New York Times)
Manifestantes propalestinos cerca de un campamento en el campus de la UCLA en Los Ángeles, 1.° de mayo de 2024. (Philip Cheung/The New York Times)

Esta primavera, los campus universitarios se convirtieron en el principal escenario del movimiento de protesta estadounidense contra la guerra de Israel en la Franja de Gaza, que inició hace siete meses. En abril y mayo, decenas de campamentos propalestinos surgieron en universidades de todo el país, mientras los estudiantes pedían la desinversión institucional de Israel (y, en ocasiones, su desmantelamiento total).

Las protestas se han caracterizado por una acalorada retórica en torno al término “sionista”, una palabra que suele referirse a las personas que creen que los judíos tienen derecho a un Estado en su patria ancestral en el actual Israel (sin importar lo que puedan sentir sobre la guerra en Gaza). Muchos palestinos y quienes los apoyan asocian la palabra con los desplazamientos masivos durante la guerra de 1948 que desencadenó la creación de Israel, así como con las matanzas de los últimos meses de miles de civiles y la aniquilación de Gaza.

Mediante consignas, declaraciones y, en ocasiones, bloqueos físicos, muchos manifestantes han dejado claro que no quieren compartir espacio con personas a las que consideran sionistas y que, de hecho, consideran inaceptable esa ideología. En la UCLA, estudiantes propalestinos impidieron el acceso a partes del campus a compañeros que se identificaban como sionistas. Dado que una gran mayoría de los judíos estadounidenses afirman que preocuparse por Israel es parte importante de su identidad judía, estos casos de exclusión han dado lugar a un debate sobre si los campamentos son antisemitas “de facto”. (Para complicar las cosas, algunos de los manifestantes antisionistas más abiertos son judíos).

La prueba decisiva

Algunos estudiantes judíos del campus creen que esta dinámica equivale a una especie de prueba de fuego: si apoyas a Palestina, estás dentro. Si apoyas la existencia de Israel o no estás dispuesto a denunciarlo, estás fuera. Y dicen que esto no se limita a las protestas a favor de Palestina. Por el contrario, no es más que el modo más acentuado de una nueva presión social que ha empezado a filtrarse desde la plaza pública al tejido de la vida universitaria cotidiana, filtrándose a espacios que parecerían tener poco que ver con la política de Oriente Medio: los deportes de club, las amistades informales, los grupos de baile.

El rabino Jason Rubenstein, director ejecutivo entrante de Harvard Hillel, dijo que las pruebas de fuego más explícitas de las protestas eran “hacer visible y físico algo que está ocurriendo en muchos lugares”.

Esta presión, dicen algunos estudiantes, los ha obligado a elegir entre su creencia del derecho que tiene el Estado judío a existir y la plena participación en la vida social del campus. Esta presión se ejerce no solo sobre los judíos sionistas declarados, para quienes la elección ya está hecha en cierto sentido, sino también sobre los judíos del campus que pueden ser ambivalentes respecto a Israel.

El mandato de adoptar una postura sobre el tema de Israel y Gaza —y que la misma se considere la correcta— suele estar implícito, dicen estos estudiantes, y a veces se lo imponen personas que no son activistas universitarios, sino amigos y mentores.

En la Universidad Rice, un estudiante de primer año llamado Michael Busch dijo que no se sentía bienvenido en un grupo LGBTQ+ del campus, después de que lo interrumpieran en un chat de grupo asociado por decir que estaba a favor de una solución de dos Estados y que creía que Israel aceptaba a las personas “queer” más que otros países de Oriente Medio.

“Si eso me convierte en sionista, lo soy”, afirmó. “Esa fue la prueba de fuego inicial. A partir de ahí, me vi excluido de muchas comunidades”.

Busch dijo que después fue condenado al ostracismo por miembros de otros grupos de afinidad del campus a los que pertenecía, entre ellos uno para estudiantes de Oriente Medio y otro para estudiantes hispanos.

En el Barnard College, una estudiante de último año llamada Batya Tropper dijo que se enfadó después de que su equipo de baile hip-hop anunciara su intención de unirse a una coalición de grupos estudiantiles que presionan a la Universidad de Columbia para que se desligue de Israel, en lo que refiere a las inversiones. Según Tropper, que es israelí-estadounidense, los dirigentes del equipo rechazaron su intento de discutir la decisión.

Tropper, que había bailado para el grupo durante cuatro años, dijo que la eliminaron sin avisar del canal de WhatsApp del equipo unas semanas después de que este se adhiriera oficialmente al grupo de desinversión.

Y en la Universidad de Columbia, una estudiante de último año llamada Dessa Gerger —quien dice que a menudo se siente “desanimada” por compañeros que se apresuran a calificar el antisionismo de antisemitismo y cree que “se exagera la historia de que los estudiantes judíos se sienten inseguros en el campus”— decidió no continuar su participación en la radio universitaria después de que un miembro del consejo de la emisora expresara su ambivalencia ante la idea de un programa que presentara música israelí.

“No hice el programa de radio este semestre porque no siento ningún tipo de deseo de estar en una organización política”, aseguró Gerger. “Quiero estar en una emisora de radio”.

Por supuesto, para los activistas propalestinos que apoyan un boicot cultural y académico a Israel, no puede haber música israelí sin política. Según su sitio web, el movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones funciona según el principio de “antinormalización”, que prohíbe actos o proyectos conjuntos entre árabes y judíos israelíes que no reconozcan, entre otras cosas, el derecho de los palestinos a regresar a la tierra de la que fueron expulsados en 1948.

“Para los palestinos y los solidarios, el problema es el sionismo y lo que ha significado para los palestinos”, señaló Yousef Munayyer, responsable del programa Palestina-Israel en el Centro Árabe de Washington. “Eso va a poner a la gente de la comunidad judía que están lidiando con estas tensiones en una situación incómoda. Se les va a pedir que elijan entre un compromiso con la justicia y un compromiso con el sionismo”.

Para Layla Saliba, una estudiante palestino-estadounidense de la Escuela de Trabajo Social de Columbia, no querer ser amiga de sionistas en el campus se reduce a la manera en que, según dijo, ha sido tratada por algunos en el campus: con cánticos ofensivos como “terrorista, vete a casa”, y abucheos cuando ha hablado sobre la familia que ha perdido en Gaza.

“No se nos trata como humanos”, dijo Saliba, de 24 años, que trabaja para la coalición de desinversión de Columbia. “No quiero ser amiga de gente que no me considera humana, alguien que merece respeto”.

Saliba añadió que el costo social de ser abiertamente propalestina también era significativo: su activismo se detalla en una entrada de Canary Mission, un sitio que documenta y denuncia a los antisionistas en los campus de todo el país.

“Si los sionistas se quejan de haber perdido a un amigo, eso es completamente trivial comparado con lo que afrontan los palestinos”, opinó Mike Miccioli, de 25 años, estudiante del doctorado en Física de la Universidad de Chicago y miembro de Estudiantes por la Justicia en Palestina. Dijo que esperaba que el sionismo se volviera socialmente tóxico en el campus.

“Creo que cualquiera que suscriba la ideología sionista debería ser visto como se vería a quien se proclama como supremacista blanco”, agregó.

Presión por todas partes

A veces, la presión para elegir viene reforzada desde arriba. En la Universidad Northwestern, algunos profesores habían pedido a sus alumnos que asistieran a las protestas en el campus, según un correo electrónico reciente de Liz Trubey, decana adjunta para asuntos universitarios de la Facultad de Artes y Ciencias Weinberg. Trubey amonestó a esos instructores, diciendo: “Este es un uso inapropiado de la autoridad”.

“La antinormalización del sionismo que se está produciendo en todo el campus es una afrenta a la comunidad judía”, dijo Brian Cohen, director ejecutivo de Columbia Hillel. “Hace que en algunas partes del campus la gente no acepte a los judíos. Y divide a la comunidad judía. Los que lo promueven saben que ese es el resultado”.

No obstante, la presión para elegir un bando no solo procede de los activistas propalestinos.

Para los judíos en edad universitaria que se identifican firmemente con el sionismo, la pérdida de amigos y actividades extracurriculares puede ser molesta, pero tienen una comunidad natural a la que recurrir en organizaciones universitarias como Hillel y Jabad. Sin embargo, para los judíos con sentimientos encontrados respecto a Israel, los grupos judíos establecidos pueden reflejar la presión social de los antisionistas.

Este mes, una carta ampliamente difundida y firmada por cientos de judíos de Columbia arremetía contra los judíos antisionistas del campus, tachándolos de simbólicos y cuestionando su judaísmo.

“Contrariamente a lo que muchos han tratado de venderle, no, el judaísmo no puede separarse de Israel”, decía la carta. “El sionismo sencillamente es la manifestación de esa creencia”.

Aliza Abusch-Magder, una estudiante de último año de Columbia que participó en Judíos por el Alto el Fuego, dijo que se sentía “incómoda” protestando junto a los miembros del campamento por la consigna “Todos los sionistas fuera del campus ya”.

Al mismo tiempo, dijo que se había dado cuenta de que “la comunidad judía del campus, a la que yo me enorgullecía de llamar mía, no está interesada o tiene dificultades para aceptar a los judíos que no sean muy sionistas”.

Hace poco, Abusch-Magder confesó a un rabino de Hillel que sentía que el grupo no era un espacio acogedor para los judíos que no son pro-Israel con gran fervor. Dijo que el rabino, Yonah Hain, le dijo que Hillel no debía ser un recurso para los estudiantes judíos que no apoyan a Israel.

Tras la interacción de Hain y Abusch-Magder, Hillel patrocinó un acto para fomentar el diálogo entre judíos con diferentes perspectivas sobre Israel, que Abusch-Magder consideró poco más que un parche endeble.

Estas presiones extremistas —para expulsar a los antisionistas de algunas comunidades judías, y para expulsar a los sionistas de partes de la vida universitaria— parecen susceptibles de reducir un término medio en el que personas con creencias extremadamente diferentes puedan aprender unas de otras. Y eso, según algunos judíos atrapados en medio del conflicto, es una verdadera pérdida.

“Es más difícil y requiere más esfuerzo mental”, afirmó Gerger, estudiante de último año en Columbia. “Pero no hay conversaciones más profundas”.

c.2024 The New York Times Company