Regina Lamm: el pasado que marcó su vida, la decisión de la que no se arrepintió y los prejuicios que la encasillaron
Regina Lamm lleva el teatro en las venas porque su papá hacía espectáculos en cabarets durante los años locos de Berlín, en Alemania. De muy joven hizo teatro, pero como hobby porque estaba decidida a dedicarse a su familia y criar a sus hijos, Mariana y Christian. Pero, cuando estuvieron más grandes, Lamm se permitió hacer lo que le gustaba y así se convirtió en la recordada villana de la novela Perla negra y una mujer de la alta sociedad en decenas de novelas. También interpretó a Marlene Dietrich, a una oscura madre noruega en la película El hijo y hasta ganó un premio Florencio Sánchez por la obra Fiesta de casamiento.
Tiene una sonrisa encantadora y ojos brillantes, color celeste cielo . Por estos días está ocupada con los ensayos de un nuevo espectáculo que estrena el 26 de octubre, a las 20.30, en Cástor y Pólux (Tacuarí 955). Se trata de Regina Lamm canta tangos, una propuesta que evoca los míticos tangos de los años 30 y los placeres y pesares de sus protagonistas. “Voy a estar con Sergio Grimblat y Norberto Vogel en piano y arreglos musicales, y con libro y dirección de Carlos Furnaro”, le cuenta entusiasmada a LA NACION mientras sirve café y alfajorcitos de dulce de leche. Durante la charla, la actriz recuerda la historia de amor de sus padres -que narró sensiblemente en la obra Eli & Max, hace algunos años-; explica por qué entró en la profesión tardíamente y recorre algunos de sus personajes.
“En Eli y Max conté la historia de amor de mis padres. Mi papá era médico, pero en los años locos de Berlín cantaba en cabarets, como hobby. Se salvó de ir a la guerra porque mi abuelo le dijo que se fuera de Alemania hasta que pasara todo, y se vino a la Argentina, donde no pudo dar la revalida y tuvo que estudiar medicina otra vez. Y acá conoció a mi mamá que venía de Noruega de visita porque tenía un poco de plata y quería conocer el mundo. En Buenos Aires vivió en la iglesia de los marineros, que ya no existe, porque el Pastor era primo de mi mamá. Un día este Pastor se enfermó, ella lo llevó al Hospital Alemán y ahí estaba mi papá haciendo guardia. Así se conocieron mis padres”, detalla.
-¡Qué historia de amor!
-Y eso no es nada. Mi mamá se volvió a Noruega a los tres meses, mi papá la acompañó hasta Bahía Blanca a tomar el barco y un tiempo después, cuando ella estaba regresando a Buenos Aires para casarse porque así habían quedado, estalló la Segunda Guerra Mundial y el barco pegó la vuelta. El plan era casarse e ir a vivir a Alemania, pero no pudo ser. Se reencontraron un año y medio más tarde en Buenos Aires, en plena guerra. Mi papá repetía las cartas cuatro veces para que llegaran y eso convenció a mi mamá de volver. Cuando estaban a punto de casarse, Alemania invadió Noruega y el cura la echó de la colectividad y la maldijo: “Si te casás con el alemán, la sangre de tus hermanos va a correr”. Ella estaba sola en la Argentina, los noruegos ya no la querían, se iba a casar con un alemán, pero fueron un matrimonio muy feliz. La maldición se cumplió porque a su hermano lo mataron los alemanes.
-De alguna manera seguiste el sueño de ser artista que tenía tu papá, pero entraste al mundo del espectáculo ya de grande, ¿por qué?
-Porque me casé de muy joven con Carlos Lamm, ingeniero, muy buen padre, después nos separamos y hace poco falleció. Tuvimos a Marina que es ginecóloga y trabaja en el Hospital Italiano y tiene mellizos; y a Christian que es abogado y vive en España y tiene tres hijos. Mis dos hijos tienen mellizos (risas). Yo siempre hice mucho teatro vocacional, pero como un hobby. Hacíamos muchas funciones para la colectividad alemana y hasta trabajamos con mi marido que hizo la producción de Arlequino Super Star. Me gustaba, pero quería dedicarme a mis hijos, a mi familia . Cuando los chicos fueron más grandes decidí estudiar con Hedy Crilla y con Augusto Fernández. Lo primero que hice en forma profesional fue Cita con Beckett, que estudié durante un año porque no es nada fácil.
-Con tus hijos grandes te sentiste la libertad de elegir hacer lo que te gustaba, entonces...
-Exacto. Fue así. Trabajé en teatro, cine e hice televisión durante veinte años hasta 2000. Después ya no se dio. Lo primero que hice fue una pequeña participación en Susana y Olmedo, como profesora de inglés. Llevaba mis fotos a los canales, sin ayuda de nadie, y me llamaban. Al tiempo conseguí a Alejandro Vanelli como representante y lo tengo hasta ahora. Y lo último que hice en cine fue El hijo, con Joaquín Furriel , donde interpreto a una noruega. Otra actriz iba a hacer el personaje, pero no se animó a aprender por fonética las palabras que hay que decir en noruego. El director, Sebastián Schindel, me citó un sábado y el lunes empezábamos a filmar. Recuerdo que charlamos un rato y me dijo que era muy sonriente y no podía darme el papel porque era un personaje oscuro. Le pedí que me diera cinco minutos, fui al toilette, me até el pelo, me saqué el maquillaje y volví a la mesa. Se sorprendió, no dijo nada, pero me sacó una foto y me pidió que fuera el lunes a filmar.
-Un personaje que contrasta con muchos de los que hiciste en novelas, donde interpretabas a mujeres poderosas, de alta sociedad...
-Sí, me daban esos personajes y yo decía que podía hacer una paisana polaca y no me creían . Recién de grande pude hacer ese personaje en El hijo con el pelo recogido.
-¿Te sentiste encasillada?
-En la tele sí, pero entiendo que es el phisique du role y es más fácil para los productores. En general, en la tele no hacés composición de personajes, salvo los primeros actores. Vas a lo mejor que te sale. Ahora es más fácil, a mi edad, hacer de vieja (risas). Acepto la vida como viene y estoy agradecida de haber llegado a esta edad bien.
-¿Qué personaje de televisión disfrutaste más?
-Todavía me hablan de Perla negra porque fue un furor y me dicen que la siguen dando en Italia. La otra vez estaba en los Estados Unidos y una mujer latina me reconoció también y me dijo “usted es Miss Helen”. Es increíble. En esa novela pude jugar a ser mala y tener interacción con María Rosa Gallo y con José María López. En Amándote fui la buena sufrida que recibe las traiciones y la verdad es mejor ser la mala porque son los personajes que conducen la acción, la provocan. Y tengo muchos recuerdos del teatro, sobre todo de Tamara que hice durante dos años. Fue muy importante, hacíamos función de martes a domingos, en San Telmo, duraba tres horas y era una obra en la que el público tenía que elegir a qué personaje seguir. Aprendí muchísimo. También hice amigos a quienes sigo viendo.
-¿Tenés otra profesión?
-Soy traductora pública de inglés, pero nunca ejercí. Cuando mis hijos eran chicos daba clases de castellano a señoras de ejecutivos de zona Norte, donde yo vivía. Estudié dos años de medicina también y trabajé como intérprete en un congreso de ginecología, en la cabina de alemán. Sé hablar, pero nunca estudié y me fue fácil porque conocía la terminología. Sin embargo, decidí que ese trabajo no era para mí porque pasé muchos nervios. Preferí seguir con el teatro. Y me gustan mucho los idiomas.
-Si recorrés la historia de tu vida, ¿qué es lo primero que pensás?
-Que fue una vida maravillosa . Les debo mucho a mis padres que me criaron con libertad y me dieron la posibilidad de ser quién soy. Mi padre era una persona muy especial que me dio mucha seguridad desde chica y eso te forja el carácter. Tuve una infancia muy feliz y una vida muy feliz, con altos y bajos, por supuesto. Y tengo dos hijos y cinco nietos divinos. Tengo muchos amigos, una linda vida social. Me encanta ser abuela también. Tuve mucha suerte.