RESEÑA | Avatar: El camino del agua | Un oleaje de maravillas
Más de diez años después de haber conocido Pandora por primera vez, no es una sorpresa que haya muchos escépticos sobre el potencial de Avatar: El Camino del Agua (97%), la tardía secuela. Si bien la mayoría del público seguro recuerda sentirse asombrado por la calidad de los efectos digitales que la primera consiguió, la nueva entrega parece confirmar que el asombro reside por igual manera en la sensación de maravilla que el director transmite por un mundo no tan diferente del nuestro.
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Dirigida por James Cameron, Avatar: El camino del agua nos reúne con Jake Sully (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldana), los protagonistas de la anterior entrega que ahora tienen cuatro hijos. Cuando su némesis, el general Quaritch, es revivido en el cuerpo de un avatar para darles caza, deberán buscar refugio con la tribu de los Metkayina, un grupo de Na’vis que viven en las cosas de Pandora y sobreviven allí gracias a su relación con las criaturas y escenas marinas del planeta.
Para hablar de la película, habrá que quitar del camino lo obvio: la proeza técnica. Con casi una década de avances (la secuela se comenzó a rodar en 2017), quizá no sea tan sorprendente que las texturas, los colores y la iluminación de todo lo que vemos en pantalla sea vea más fotorrealista. Pero más allá de eso, es la capacidad de Cameron por transmitir al espectador su pasión por la vida marina lo que vuelve al filme, y el mundo que nos presenta, tan envolvente y cautivador.
La composición de cada plano, sus pulcras imágenes digitales y la música están al servicio de los personajes y su reconocimiento del mundo marino de Pandora. En Avatar: El Camino del Agua (97%), hay cerca de una hora dedicada totalmente a los personajes aprendiendo las costumbres de los Metkayina y dominando a las criaturas con las que tienen una relación casi familiar. Vemos a los hijos de Sully y Neytiri fascinarse ante medusas bioluminiscentes, una especie de luciérnagas marinas, los más originales Ilu, una mezcla entre mantarraya y delfín, y los imponentes Tulkun, las ballenas de este planeta.
Quizá por la delicada y pausada naturaleza de nadar bajo el agua, como tuvieron que hacer los actores para filmar sus escenas con trajes de captura de movimiento, estas escenas logran envolver al espectador. En comparación a las secuencias subacuáticas de otros filmes recientes, como Aquaman (73%), la técnica que mantiene el movimiento de los intérpretes da como resultado una verosimilitud mucho más palpable incluso pese a que ambas cuentan con numerosos efectos digitales. Y en contraste a los contados vistazos a Talokan en Pantera Negra: Wakanda por Siempre (88%), el viaje a los arrecifes de Pandora mantiene en sus planos una claridad arrebatadora gracias esa misma composición a computadora. Cameron dio con la mejor técnica para presentar acción debajo del agua y el logro de su fotorrealismo oceánico no tiene precedentes.
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Pero más allá de eso, es algo insospechado que lo que hace a este regreso a Pandora tan cautivador sea el equilibrio que Cameron encuentra entre un mundo fantástico, pero con raíces tan similares al nuestro. El diseño de producción de la película se merece ser destacado por la presentación de criaturas y escenarios que se antojan foráneos, pero al mismo tiempo paralelos a los que tenemos en la vida real. Y por lo frío y asfixiante que se vuelven las naves y armas humanas, que sirven sólo para destrozar esa naturaleza, en comparación. El filme es a su vez una ventana hacia el escapismo más reconfortante y un crudo reflejo del destructivo egocentrismo tan rapaz que sólo nosotros exhibimos como especie. Esperen un redoble en el sentido ambientalista del relato.
Aunque este segundo acto da ancla al ritmo de la película, Avatar: El Camino del Agua (97%) se mantiene a flote gracias a su guion y el desarrollo de sus protagonistas. Cameron pone en el centro, tal como en su filmografía anterior, una dinámica familiar tensa. Hay quienes no encuentran su lugar en ella, como Lo’ak, el segundo hijo de la pareja, y quienes en su búsqueda por encajar, como Spider, el humano que toman bajo su cuidado, se encuentran más perdidos que nunca. Estos dos nuevos rostros plantean las preguntas temáticas más interesantes detrás de la franquicia entera. Y habrá que ver si el director, en las numerosas secuelas que tiene planeadas, logra desarrollar mediante ellos sus dudas sobre la identidad cultural y el peso que el legado tiene sobre ella.
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En todo caso, el punto más débil de la secuela es que, incluso en las más de tres horas de duración, Cameron tiene dificultades siendo igual de generoso para el tiempo en pantalla con cada uno de los múltiples personajes. Neytiri y Jake quedan casi totalmente de lado, y lo poco que se da a conocer de Kiri (Sigourney Weaver), la hija adoptiva de ambos que tiene una peculiar relación con la naturaleza, acaba por dejar al personaje a medias, sensación que no desaparece ni recordando que sus secretos seguro se revelarán en las entregas futuras. Pese al descuido del guion, Stephen Lang destaca una vez más y es intimidante, aunque con cierta vulnerabilidad escondida, como Quaritch, el implacable villano.
Aunque por momentos llega en irregulares ritmos, no queda duda de que Avatar: El Camino del Agua (97%) es un oleaje de maravillas en el que la conocida pasión del director por lo marino arrastra al espectador de la manera más juguetona. Sobra decir que la pantalla más grande que puedan encontrar es la mejor para recibir el embate de sus sorpresas. La película llega a cartelera el 15 de diciembre.
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