RESEÑA | Godzilla Minus: One | El monstruo de la posguerra

RESEÑA | Godzilla Minus: One | El monstruo de la posguerra
RESEÑA | Godzilla Minus: One | El monstruo de la posguerra

Por un asunto completamente ajeno a esta reseña, hace unos meses retomé la lectura de las obras completas de Victor Hugo . Me sorprendió lo aferrado que estaba este autor grandilocuente a una palabra: “monstruo”, “monstruoso”. Hasta en los ensayos. Para él, esta palabra es el resultado de ver la sociedad que construimos a la luz de la ficción. Y su ficción comenzó a construir a “monstruos” que tradujeran los vicios, males y daños que inferimos como humanidad a la naturaleza, los individuos y las naciones.

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¿Qué es lo que se enfrenta cuando aparece un monstruo inusitado y colosal? ¿La cólera de la naturaleza o la cólera de los propios seres humanos? ¿Es la furia titánica en contra de nosotros o somos nosotros pretendiendo conservar nuestra civilización a costa de un animal que carece de interés alguno en nosotros? Para los japoneses, es la guerra. Pero no cualquiera: aquella que le presentó a todo el mundo la posibilidad de acabar, en un parpadeo, con cientos de miles de vidas. Godzilla: Minus One (98%) vino para ponernos los pelos de punta, un nudo en la garganta y recordarnos que la familia, las amistades y el sentido de comunidad, son lo único que podrá salvarnos de los monstruos que prohijamos con la civilización.

La exploración histórica en Godzilla: Minus One

La película ofrece una profunda exploración histórica, arraigándose en la calidad de la película original, que abordó las catástrofes atómicas de Nagasaki e Hiroshima. La trama del preludio conecta al imperialismo estadounidense, la melancolía de la posguerra, el desdén por la vida de sus civiles que caracterizó al imperialismo japonés, la culpa del superviviente y el poder atómico militarizado. Marca el regreso a las raíces al situarse en la década de 1940, siendo la primera película japonesa de Godzilla en muchos años.

Es una bestia masiva que nació como una metáfora de la posguerra y sus consecuencias en la sociedad nipona. Está inscrito en cada gameto y escama de su cuerpo titánico. En 1954, el director Ishirô Honda y Toho Pictures, con la aventura de un producto kaiju de impacto y la búsqueda de una taquilla promisoria, presentaron al mundo a Godzilla.

Calificación de la crítica de Godzilla: Minus One (Crédito: Tomatazos)
Calificación de la crítica de Godzilla: Minus One (Crédito: Tomatazos)

Aunque básicamente trata sobre un lagarto gigante que ataca y destruye Tokio, entre lo sensato y lo absurdo tanto en tono como sofisticación, la película fue un éxito y dio origen a una franquicia de 33 películas japonesas, cinco estadounidenses, además de innumerables programas de televisión, cómics y más. A veces héroe, a veces villano, a veces sólo una consecuencia de la existencia misma, donde el azar fundamenta su paso tenebroso.

Así que el peligro del cliché o la imposibilidad de la originalidad son los grandes retos para cualquiera. Godzilla: Minus One (98%) destaca como una de las mejores contribuciones a la franquicia, igualándola con clásicos (la película de 1972, por ejemplo), los animes recientes en busca de venganza o redención, y el reinicio ingenioso de Shin Godzilla (88%).

(Sí, la verdad, a casi nadie le interesa la faramalla de King Kong con brazo biónico peleando al lado de Godzilla cuando se puede ver a una maravilla como Godzilla: Minus One, pero igual nos veremos en la sala para fruncir el ceño y disfrutar los estruendos audiovisuales.)

La trama se ve impulsada por puntos centrales de devastación masiva (experiencia prohijada por la bomba atómica), contrapuntos emocionales (los civiles y militares ante las consecuencias de la guerra) y acontecimientos que asaltan sin previo aviso (la aparición de la bestia, su crecimiento inusitado y su aparente inmortalidad), destacando la destreza del guionista Takashi Yamazaki para ensamblar un todo completo y profundamente contradictorio. Aunque Godzilla es la atracción principal, la película aborda temas como el trastorno de estrés postraumático (PTSD), la vergüenza y la familia como un fenómeno social basado en los vínculos emocionales, no la sangre.

Para entender lo que tiene de espectacular Godzilla: Minus One, debemos enfocarnos en el ritmo vertiginoso que imponen los dos temas centrales: a) la intimidad familiar (que incluye a las amistades o vecinos); b) la magnitud escala devastadora del monstruo (muerte, explosiones y quebranto de la capa antropogénica de concreto).

Es, toda la película, un balancín que tiene de un lado lo bello y del otro sublime; es decir, la construcción del hogar versus la devastación del mundo. Ambos, en la misma medida, impactan, hieren y abruman; maravillan... y aterran. Lo triste: se enfrentan ambas realidades con el mismo miedo.

La trama se sumerge en aspectos emocionales, mostrando una perspectiva optimista sobre la redención personal y social. Así, con este desenfreno que aprende de la novela posmoderna y los dramas fílmicos de posguerra, los creadores detrás de esta entrega desafían los tropos al no depender de un héroe individual o del gobierno para enfrentar al monstruo. La película aboga por la acción colectiva de ciudadanos privados que, voluntariamente, colaboran para detener a Godzilla. No como una defensa del liberalismo o el positivismo filosófico, sino como un gesto anárquico que se distancia de la dependencia del Estado o el corporativismo.

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Al igual que otros filmes de Godzilla, este coloca el trauma histórico en el centro de la trama, creando un relato sobre la colaboración humana para superar una fuerza destructiva inexplicable. La narrativa comienza en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, explorando ese momento sombrío en la historia japonesa, donde la miseria, la melancolía y la derrota como sino de cada individuo en su territorio, forma parte de la cotidianeidad.

El personaje principal, Koichi Shikishima (Ryûnosuke Kamiki), un piloto kamikaze deshonrado por el incumplimiento de su deber, experimenta una intensa carga emocional al encontrarse con el monstruo durante un episodio de cobardía —que, además, signa el destino fatal para sus colegas. Su lucha personal se entrelaza con la devastación de Tokio, creando una narrativa rica en conflictos que van desde su percepción de la realidad y de sí mismo (la batalla que nunca tuvo) hasta su relación con Noriko (Minami Hamabe) y Akiko (Sae Nagatani). Y, por supuesto, con el kaiju.

La historia sigue al protagonista hasta un Tokio devastado por los bombardeos estadounidenses. Ahí, arma una familia improvisada con las dos sobrevivientes Noriko y Akiko, que nace de la necesidad, pero logra construir el amor a partir de la vida cotidiana. El desarrollo de esta “familia” sugiere la posibilidad de recuperación tras la guerra, pero se ve amenazada por fuerzas nucleares, especialmente las pruebas de la bomba de hidrógeno en el Atolón de Bikini, que dotan de una proporción desmedida a Godzilla y un estado de mayor desgracia a los japoneses, abandonados por los estadounidenses, quienes están más preocupados por los soviéticos.

A pesar de los avances tecnológicos, la película evita depender únicamente de efectos visuales de CGI. En cambio, se destaca por su inteligente gramática cinematográfica, utilizando detalles como movimientos de cola y la destrucción gradual del entorno para crear una experiencia visual cautivadora. A esto se suman los vertiginosos pull ups y pull downs con grúas para acentuar el impacto de Godzilla a todas las escalas posibles. La utilización de animatrónicos y efectos 3D se destaca como un aspecto positivo, alejándose de la sobreabundancia de efectos generados por computadora.

Los encuadres de cada secuencia se fundamentan en una retórica tradicional de cuadros ampliamente dramáticos, con énfasis en puntos de fuga, y uso de simetrías como elemento que da orden al caos en el que se insertan los personajes. Pero, cuando Godzilla inicia sus felonías, vemos cómo trabajan la desesperación con afán neurótico a través de falsos planos maestros que juegan con cámaras que se desplazan como si fueran drones, grúas o camarógrafos que se hacen grandotes o chiquitos —cual si un Ant-Man.

El guión agrega un elemento de seriedad a la emoción y la acción de la trama. No aboga por la necesidad de un héroe individual para salvar el mundo. En cambio, resalta la idea de que a través de la acción colectiva, las personas pueden salvarse mutuamente. Para ello, se sirve de una crítica feroz a las convenciones culturales de Japón (el sacrificio como algo necesario, el honor como el fin más alto en la vida, el desdén al otro, la dependencia de Estados Unidos) por parte de los trabajadores y los desplazados. Es decir, de “los miserables” nipones en los años inmediatos al final de la Segunda Guerra Mundial.

El periplo, si pudiéramos resumirlo, va más o menos así: cobardía + guerra sin posible victoria —> aparición de un monstruo inusitado + nuevo acto de cobardía —> consecuencias fatales de la suma cobardía + monstruo y la carga que esto produce —> fin de la guerra + deshonor personal —> vuelta al hogar destruido + pérdida de la familia y el hogar —> reconstrucción del hogar y la familia —> nuevo propósito + cobardía para aceptar el reto emocional de la pareja y la familia —> reaparición del monstruo + amenaza al hogar —> destrucción masiva del hogar + pérdida familiar —> enfrentamiento de los civiles al monstruo —> redención —> un nuevo mundo basado en la familia.

El poder del soundtrack de Godzilla: Minus One

¿Qué tienen en común los japoneses con los ingleses que parecen entenderse tan bien en la ficción (por ejemplo, William Shakespeare y Akira Kurosawa)? Posiblemente que se trata de imperios colonizadores donde sus ciudadanos vivieron como simples espectadores el ascenso y la caída de su grandeza. El estrépito, al final, suena para ambos casos como un fenómeno del cual no existe retorno. Y ahí descansa el otro secreto de Godzilla: Minus One (98%): la sonoridad de la película. Sobre todo, la música.

La banda sonora minimalista de Naoki Satô sobresale como un elemento neurálgico en la experiencia cinematográfica. En lo personal, es algo en lo que vale la pena enfocarse un poco para entender la magnitud de este fenómeno que, aunque sobrevive a cualquier pantalla, vale la pena verlo en vivo y a todo color en una sala de cine. Y, entre mejor sonido tenga dicha sala, mejor.

Este es el debut en la franquicia Godzilla de este compositor japonés. A diferencia de las partituras previas, Sato presenta un enfoque más sombrío, complementando la seriedad tonal del director Takashi Yamazaki (quien, en su dirección actoral, apostó por una teatralidad exagerada similar a la del anime contemporáneo). Sato se distancia del heroísmo sonoro de Akira Ifukube, asiéndose a atmósferas introspectivas con tonalidades electrónicas, mientras el director explora el arrepentimiento y la desesperación al unísono de la amenaza kaiju.

Dicha retórica está presente en tres temas: a) uno de seis notas para Koichi, expresando esperanza y honor (ausentes la mayor parte del tiempo); b) otro de cuatro notas que refleja su sufrimiento y angustia (que plaga toda la película); y c) un masivo motivo de tres notas para Godzilla (que luce más durante su paso por Ginza).

Los temas evolucionan a lo largo de la película, entrelazándose para ilustrar el conflicto final entre Koichi y Godzilla, donde la colisión de quien defiende su pequeño mundo hogareño versus quien sólo defiende un territorio, nos regala una escena que recuerda al enfrentamiento final de Perseo contra el kraken en Furia de Titanes (28%). Un apunte importante: la suite de Godzilla incluye grabaciones de partituras clásicas de Ifukube. La inclusión de estas piezas podría interrumpir la coherencia y solemnidad de la obra de Sato, añadiendo un contraste tonal y estilístico, pero, la realidad es que es un fanservice muy fino y bien amalgamado a la construcción de una épica de época.

Si Justin Hurwitz procuró mayor sutileza y gracia en lugar de pirotecnia formal en El Primer Hombre en la Luna (90%), Satô se decantó por atenuar el peso formal y ocultarlo en la premisa de un minimalismo ambiental. Lo cual evidencia la disonancia de la partitura a lo Henryk Górecki o Krzysztof Penderecki, aunque con la sutileza formal de Phillip Glass y la gracia para ambientar películas de un compositor como Michael Nyman y, en menor medida, Ludovico Einaudi. Esta elección estilística desafiante, resulta extraordinaria desde el punto de vista compositivo.

Godzilla: Minus One (98%) vino a dotar de nueva vida a un dolor latente. Pero, sobre todo, vino a recalcar que ninguna conciencia nacionalista, sentido del honor o historia de control militar, son suficientes para justificar que cada uno se niegue a sí mismo y a sus seres queridos la felicidad. Por eso, hay que enfrentar a los monstruos que, a su paso, nos dejan ruinas. Incluso, y sobre todo, si este monstruo está instalado en la indiferencia hacia nuestras vidas.

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