Ricardo Szwarcer: dirigió el Teatro Colón, trajo por primera vez a Pavarotti y su presente es un templo budista en España
En lo formal y académico, Ricardo Szwarcer se graduó en Economía Política en la UBA. Sin embargo, con el paso del tiempo, terminó convirtiéndose en una de figura clave en la gestión cultural en el plano internacional como lo fueron, en distintos momentos y regiones, Carlos Giménez, Jorge Lavelli, Ariel Goldenberg, Marcial Di Fonzo Bo o Fanny Mikey. En ese pasar de la economía política a la administración cultural y la curación artística mucho tuvo que ver la influencia de su hermano mayor. Fue su aliado, quien le permitió torcer el mandato de convertirse en un contador hecho y derecho. La música, el cine y la literatura -asegura desde su casa en las afueras de Londres este caballero de escena- lo fueron preparando, moldeando hasta convertirlo en el gestor cultural argentino de mayor experiencia internacional. El punto de partida fue ya a lo grande. En 1974, con apenas 27 años, se convirtió en el director administrativo del Teatro San Martín .
A poco tiempo de estar en su despacho de la Avenida Corrientes volvió a ocupar la dirección general del Teatro Kive Staiff. Fue ese gestor clave en la historia del San Martín quien una tarde lo llevó a hablar con Osvaldo Cacciatore, que era el intendente de la ciudad en tiempos de la última dictadura. Cuando el militar retirado se topó con ese joven, que en sus planillas detallaba el movimiento del San Martín de la última década, quedó impactado. Le ofreció pasar al Teatro Colón. Allí se mudó en 1982, cuando el director era Cecilio Madanes. El joven de las planillas tomó a su cargo la gestión administrativa. Cuando ya corrían tiempos democráticos ocupó la dirección general de la sala, hasta 1989. En perspectiva, su paso por el Colón dejó verdaderos mojones. Durante su gestión, por ejemplo, Luciano Pavarotti hizo su primera presentación en Argentina con La bohéme y una posterior función en el Luna Park.
Pero tal vez la marca de su gestión en el Colón, por la escala de producción y el riesgo artístico asumido, fue el estreno, en 1987, de Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny, de Bertolt Brecht y Kurt Weill, que al año siguiente hizo funciones en el Luna Park. Aquella monumental puesta operística la dirigió Jaime Kogan y en su equipo creativo convivían el pianista y director musical Gerardo Gandini , los actores Alejandra Flechner y Luis Ziembrowski , el diseño de iluminación y de multimedia de Tito Egurza y el vestuario de Graciela Galán . Aquello marcó un hito.
Entre las funciones en el Colón y las del Luna Park, la ópera fue vista por más de 50.000 personas. “Fue un lujo total, me tiré a la pileta y salió bien”, recuerda ahora Szwarcer, quien rememora sus pasos dados como si fueran de otra persona. “Vivo el presente”, afirma a LA NACION desde su casa en las afueras de Londres, porque las grandes metrópolis ya no sintonizan con sus necesidades. Durante su gestión en el Primer Coliseo, Sergio Renán hizo la regié de Rigoletto y de Otello. Justamente cuando en 1989 Szwarcer dejó la dirección del Colón, la dirección general y artística quedó en manos del actor, cineasta y director teatral.
Destino Europa: Rostopovich, el Oscar de la ópera y el Grec
Luego de su experiencia en esos dos teatros públicos de Buenos Aires, partió a Europa. Estuvo un año en Francia estudiando la lengua y tomando contacto con el medio. Allí entró en diálogo con Jorge Lavelli, quien dirigía el Théâtre National de la Colline de París. Fue el desaparecido director y puestista que propuso su nombre para que se hiciera cargo de la dirección de la Ópera de Lille, de Francia, que había estado cerrada por seis años. Ya ocupando ese cargo, programó Pelléas et Mélisande, de Claude Debussy, producción que obtuvo, imponiéndose a las grandes producciones parisinas, el premio Victoires de la Musique, algo así como el Oscar de la producción lírica francesa. En reconocimiento a su tarea en ese sala, fundada en 1923, las autoridades de la ciudad le entregaron una medalla que lleva su nombre y que guarda en el escritorio de su casa.
En 1999 volvió a armar las valijas. De Francia cruzó a Inglaterra. En Londres, empezó su etapa como productor free lance, que le permitió ganar más dinero que la administración de salas públicas. Hizo la producción ejecutiva del espectáculo Brasil brasileiro, que dirigió Claudio Segovia, así como diferentes colaboraciones con el violonchelista y director de orquesta ruso Mstislav Rostropovich, como Verdi Requiem, Lady Macbeth y Romeo y Julieta. Fue tal el vínculo que construyó con el artista ruso, que para uno de sus cumpleaños lo invitó a Moscú para ser parte de un festejo que tuvo lugar en el Kremlin. Otro de los presentes era Vladimir Putin. Ahora, por videollamada, recuerda todo eso y se ríe como si estuviera escuchando las historias fantásticas de otra persona.
En 2007, una comisión de expertos reparó en Szwarcer entre cinco finalistas de los 20 que se habían presentado para dirigir el Festival Grec, el encuentro de música, teatro, danza, circo y performance más importante de Barcelona. Quedó él, el argentino que la prensa catalana miraba con cierta desconfianza mientras la devoción por Lionel Messi ya estaba instalada. A dos años de haber asumido la responsabilidad, en un reportaje para el diario El Público, de España, el periodista le señaló su tendencia a apartarse de programar a estrellas ya instaladas. “El mercado de consumo funciona con esas referencias de gran prestigio, pero en la cultura debemos ser más sutiles, a riesgo de pagar el precio del estancamiento. Cuando uno juega solo con las estrellas (que además no hay muchas; falsas hay un montón), el público no progresa ”, aseguró.
Su gestión allí concluyó en 2011, con un aumento significativo en audiencia y con la visión panorámica de haber programado a los grandes creadores de la escena del mundo junto con figuras emergentes. La crítica española lo despidió a lo grande. “Cuando llegó, nos tenía a todos en contra. Puro recelo catalán. Pero al finalizar su primera edición, en 2007, Szwarcer ya se había ganado nuestra confianza”, aseguró una columna del diario El País sobre este señor, que estudió en el porteño Carlos Pellegrini imaginando, tal vez, un destino de contador. Pero, se sabe, eso no fue. Para él, su paso por el Grec le permitió abrirse a otros mundos artísticos como el mismo circo contemporáneo, el camino que desde años tomó su hija, Eva.
Una vieja usina eléctrica y un cortocircuito
Otra vez, a armar maletas y esta vez para cruzar el Atlántico. En medio de un tiempo de descanso en las sierras cordobesas, en 2011, retornó a Buenos Aires. Las autoridades del gobierno en la Ciudad que presidía Mauricio Macri -con Hernán Lombardi como ministro de Cultura- repararon en él para el desafío de inaugurar y dirigir la Usina del Arte. En la apertura de ese edificio del barrio de La Boca recuperado convivió una gran obra de Leandro Erlich junto a una impactante instalación lumínica de Ryoji Ikeda. Pero, en el medio de ese fin de semana se programaron diversas acciones que dejaban en claro que el perfil curatorial estaba un tanto desdibujado y que se apartaba de su intención de convertir a la vieja usina en un templo de lo contemporáneo. Ricardo Szwarcer lo sabe, lo sufrió: “Aquello duró muy poco”, reconoce esa experiencia que considera fallida por falta de acuerdos.
Del trato con los representantes de la política, algo sabe. De hecho, en Francia uno de sus interlocutores predilectos fue Jack Lang, el icónico ministro de Cultura en tiempos de François Mitterrand. O en España, con el gestor y director escénico Lluis Pasqual, con quien trabajó en la Bienal de Venecia. En el terreno local, Szwarcer fue consulado por las gestiones de Fernando de la Rúa, Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y Mauricio Macri. Cuando se encontró con De la Rúa, le dijo: “Con el Colón usted puede no hacer nada y dejarlo así. Claro que dentro de unos 20 o 30 años va a haber un elefante blanco en la Avenida 9 de Julio, que nadie va a saber cómo funciona ni para qué sirve. Va a perder sentido. Entonces, va a venir alguno a decir que sería bueno poner ahí... un shopping. Para cambiar eso tiene que entrar un equipo consolidado que construya un modelo y tiene que existir la vocación política para sostenerlo y pagarle lo que se le debe pagar”.
Con un pie en Buenos Aires y otro en Europa, en 2013, fue el productor ejecutivo de M¡longa, una obra del talentoso coreógrafo Sidi Larbi Cherkaoui, basada en el tango bajo una versión contemporánea que se presentó en Europa; pero nunca se estrenó en Buenos Aires, como estaba previsto y en donde se había ensayado. Cuando pasó por Londres, el diario The Guardian afirmó: “En M¡longa, el coreógrafo entabla un diálogo fascinante con el tango para crear uno de sus espectáculos más conmovedores y entretenidos”.
En algún momento un tanto impreciso, hizo otro borrón y cuenta nueva. Algo de ese proceso explicó él mismo en un correo electrónico enviado a quien escribe estas líneas de diciembre del año pasado. El disparador de ese mensaje fue una nota sobre la gestión del Teatro Colón en estos últimos 15 años, que leyó con atención.
La otra gran mudanza: el budismo
Ese extenso mensaje contaba que, desde 2015, este gestor cultural exquisito empezó a alejarse de aquel trajín que en el cual se había embarcado cuando tenía 27 años. Quien hoy tiene 77, a fin del siglo pasado, cuando el complejo cotidiano de la gestión cultural empezó a pasar a un segundo plano, comenzó a asistir a retiros de meditación en un monasterio de Inglaterra. Poco después, le ofrecieron la posibilidad de traducir al español los libros de la tradición del bosque Theravada, una rama del budismo. No sabía que podía traducir, pero ya lleva más de 25 libros que llevan su firma.
Junto con Juan Serrano, el bibliotecario español del monasterio, comenzó a organizar charlas de monjes en distintos lugares de España. La idea del bibliotecario siempre fue instalar un monasterio budista en España. Ricardo Szwarcer, por puro placer y convicción, se comprometió a ayudarlo imaginando que por su edad no iba a llegar a verlo. No fue así: se inauguró en octubre pasado.
El monasterio en cuestión queda en Aiguafreda, Barcelona. Está ubicado dentro de un bosque de 27 hectáreas. Para que el monasterio haya llegado al mundo de lo real hubo un detalle no menor: en agosto de hace dos años, un donante anónimo del Reino Unido ofreció financiar la compra de una propiedad. La búsqueda concluyó en poco tiempo y se estableció la idea de adquirir la propiedad llamada L’Aragall, en Aiguafreda. Se registró como Comunidad Budista del Bosque Theravada (CBBT), una asociación religiosa sin fines de lucro. “Es un logro increíble. Y será lo último que haga fuera de mí, pues necesito volver a mis cosas, que quedaron esperando”, apuntaba en correo electrónico.
En la página del la comunidad budista de Bosque Theravada hay un apartado dedicado al equipo que lo gestiona. Figura su nombre. “Desde 2015 es el responsable de los trabajos de traducción y revisión de los textos de dicha tradición al español, respaldados oficialmente por el Monasterio Amaravati”, se señala. Nada dice su larga y notable trayectoria como gestor cultural.
“Todo esto me ha cambiado mi interior. Todo lo otro es el pasado, aunque cada tanto se me ocurra algo”, reconoce con una sonrisa quien se obsesiona ahora con traducir unos poemas de T. S. Eliot para repartir a sus amigos, o como legado para sus tres hijos, seres fundamentales en su vida como de joven lo fue su hermano. “Lo que quiero es volver a mí mismo, volver a leer en italiano y francés, comprarme un piano, salir a caminar y contemplar la naturaleza. Necesito esa conversación interior”, admite quien dedica su actualidad a la práctica budista.
A aquel Ricardo Szwarcer, a lo sumo, se divierte revisitándolo para esta misma nota; le gusta recordarlo como si fuera otro. Y desde su casa ubicada cerca de Londres manda la única foto en la que aparece verdaderamente destacado. Fue por insistencia del mismo Mstislav Rostropóvich. Se lo ve en el saludo final del estreno mundial de Romeo y Julieta, en Valencia. A su izquierda aparece Vladimir Vasiliev, un bailarín extraordinario que pasó varias veces por Buenos Aires y se había encargado de la coreografía. Es la única imagen de este experimentado gestor cultural argentino de trascendencia internacional que siempre optó por estar al costado de los escenarios.