Rosario Bléfari, una artista integral que siempre llevó las riendas de su creación

Cantante, actriz y escritora, Rosario Bléfari dejó un sello en cada intervención artística en la que se sumergió en cuerpo y alma

"Locura de plantas. Decido hacer una inversión de una parte de mis ahorros en algunas plantas, aunque no sepa lo que va a pasar, aunque no sepa si voy a necesitar esa plata, no me importa, siento que esta es mi oportunidad de intervenir mi entorno todo lo que pueda". Desde La Pampa, Rosario Bléfari enviaba estos informes, a modo de diario, llenos de ideas y pensamientos positivos que luego publicaba en La Agenda Revista. Y que de algún modo ya daban señal --sin decirlo-- de lo que le pasaba. "No me estoy sintiendo tan bien, me duele la cabeza, el corazón se esfuerza en bombear. Una ansiedad creciente que proviene de esta condición me hizo enfrentar un trabajo de clasificación de escritos", escribió por ejemplo el último 21 de junio. El cáncer ganaría la batalla hoy mismo por la madrugada, a sus 54 años. Pero está claro -hoy se ve- que nunca estuvo en sus planes pasar los últimos días lamentándose. Por eso seguía narrando todo lo que estaba haciendo y todo lo que le quedaba por hacer; sin hacer explícita su enfermedad. Seguía creando con autenticidad como hizo siempre, como cada vez que le tocó.

"Cuando empecé como solista sentí mucha presión", contó hace unos años. "Muchos me observaban con expectativa y hasta con descreimiento. 'Qué va a hacer esta mina sin Suárez', sentía que decían tanto afuera como adentro mío".

-Pero lograste acallar esas voces.

-Sí. Nunca dejé de tocar y de sacar discos. Y estoy feliz.

Nacida en 1965 en Mar del Plata, Rosario Bléfari enhebró a largo de las últimas tres décadas una una carrera artística notable y sensible en varias disciplinas. Comomúsica solista o al frente de grupos como Suárez, Sue Mon Mont o Los Mundos Posibles, supo dar canciones que acompañaron los días sin estridencia; lejos del hit masivo pero cerca de la experiencia cotidiana. Como actriz participó en más de 20 películas, siendo especialmente recordado su protagónico en Silvia Prieto (1998, dirigida por Martín Rejtman), donde logró representar un tono y un humor afín al carácter apático pero sensible de muchos jóvenes de aquella época. Una generación X a la argentina. Y como escritora y poeta su producción fue menos constante pero igual de personal. Escribía relatos como pequeños micromundos lanzados al espacio. Siempre lejos de la solemnidad y cerca de lo íntimo olvidado, lo bello que no está en la vidriera.

"Es importante desbaratar la experiencia y ponerla en crisis", dijo hace poco, en una declaración que bien puede sintetizar su producción en las diferentes artes (música, literatura, cine, poesía), siempre desde la independencia y la autogestión, credo del cual no hacía bandera pero sí extraía beneficio: no hay canción, relato, poema o actuación de Bléfari que uno pueda decir "esto no es ella", "esto le daría vergüenza", "esto es por conveniencia". La impresión es que -aún con aprendizajes o equivocaciones, como todos- siempre llevó las riendas de su creación y no se forzó en encajar con nada ni con nadie. Y siempre con alta dosis de intuición de su parte. Como cuando arrancó con Suárez, la banda que primereó en hacer canciones dentro de la disonancia y los ruidos de guitarra. "Teníamos un casete de Madonna que tenía escrito 'grabado en alta fidelidad' y le pusimos a nuestro disco 'baja fidelidad' para burlarnos. Ni siquiera sabíamos que había un movimiento así en Estados Unidos. Hasta que una vez fuimos a Chile y nos pasaron casetes de Sebadoh y Guided By Voices. ¡Recién ahí nos enteramos!", festejaba con naturalidad.

Rosario Bléfari en días de Suárez, en 1999. "Me gusta que la poesía se suelte el pelo", le gustaba decir

Morocha de mechas cortas y mirada fuerte, Bléfari guardaba relámpagos en su cuerpo que liberaba cada vez que se presentaba. Empuñando con ambas manos su micrófono, bailando en puntas de pie, conduciendo firme a los músicos que tocaban a sus espaldas, Rosario sabía encender los cuerpos, llenar de electricidad el ambiente, y liberar la energía atascada. "Me gusta que la poesía se suelte el pelo", decía a modo de graficar sus intervenciones que -sin buscarlo- solían ser tomadas como referencia y faro por el amplio arco under argentino, desde El Mató a un Policía Motorizado, admiradores desde el día uno de Suárez, hasta Los Reyes del Falsete, 107 Faunos, Mi Pequeña Muerte, Marina Fages, Mujercitas Terror, Sr Tomate y muchos más.

"Con muchos tengo afinidad como si fuera de toda la vida: Santi Motorizado, los chicos de los 107 Faunos, Javi Punga. Y es lindo sentir la compañía de otras bandas. Me hace bien porque me muestra que no soy sapo de otro pozo para todos", afirmó una vez en retribución. Y respecto al imaginario alrededor del rock señalaba: "Mi vida del rock no se parece para nada a la de las películas de rock, tal vez porque yo estoy ahí, y soy una mujer y soy la líder de mis bandas. En todo caso soy la prueba de que hay otro mundo del rock que existe hace rato y tiene menos prensa porque no pertenece al imaginario conservador del rock".

Apenas se supo la noticia de su muerte, la tristeza y la incredulidad en las redes fue instantánea. Citas a sus canciones y fotos de sus diferentes épocas se multiplicaron con velocidad. También expresiones genuinas y certeras de su paso especial por este mundo. Entre ellas, el tuit de Nat "Motorizada" Berninzoni, la fotógrafa que sin duda más la retrató, brilló por su sencillez y su verdad: "Estoy en el patio, donde siempre venía a escuchar tus largos audios: tu voz es sol. Divertida, inteligente, bella y sensible". Todo eso fue Rosario Bléfari y ya no está más.

Rosario Blefari: una actriz de una inteligencia alternativa pura

Murió una de las grandes actrices del cine argentino, y si su popularidad estuvo por debajo de lo que mereció fue porque Rosario Bléfari brilló desde fines del siglo pasado hasta hoy, esos tiempos y estos tiempos en los cuales tanto la música como el cine se fueron volviendo cada vez más innecesariamente segregados, por eso su música y sus actuaciones nunca fueron masivas. Suárez, de hecho, fue en los noventa algo así como la principal contraseña de "lo no masivo" en el rock nacional. Antes de esos tiempos, en los ochenta, Bléfari había actuado en Doli vuelve a casa, el cortometraje de Martín Rejtman.

Bléfari, entre múltiples talentos, tuvo el de haber sabido estar del lado de la novedad, no el de la pose novedosa y farolera sino el de la genuina capacidad de formar parte de lo alternativo por proponer, justamente, una alternativa productiva. Si se destruían guitarras en un concierto de Suárez era porque ya habían generado música nueva. Y si las actuaciones de Bléfari en cine parecían decir que había que revisar y archivar todos los otros modelos excesivos y exhaustos, no se proponía meramente la supresión gestual.

Rosario Blefari en el Festival de Locarno, donde concurrió de la mano del film La idea de un lago, de Milagros Mumenthaler

Bléfari no eliminaba la actuación en el cine argentino, la volvía otra. Basta ver Silvia Prieto, segundo largometraje de Rejtman, ya cuando el director era reconocido como uno de los pioneros de la renovación del cine argentino. Bléfari había estado desde antes del antes, antes de Rapado, y a fines de los noventa era Silvia Prieto: era una y se sorprendía de que hubiera más, y el humor que podía manejar era de un nuevo orden, de una nueva forma de entender el cine argentino, sus diálogos y sus posibilidades. Silvia Prieto y Bléfari eran la nueva comedia, la que debió haber invadido a cada vez más espectadores en el siglo XXI. Pero el cine y el público se habían vuelto más cómodos: se habían estacionado en casilleros. Acá el cine de festivales, allá el otro cine. Y Bléfari hizo varias otras películas que estuvieron en festivales, como por ejemplo Los dueños, de Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, en Cannes, y La idea de un lago, de Milagros Mumenthaler, en Locarno. Y en esas películas Bléfari demostraba una y otra vez lo que irradiaba en cada presentación, charla, lectura o escritura: ella era única y sabía hacer todo bien, y estaba creando en general y actuando en particular para que las películas pudieran perdurar: estaba siendo exacta para que, en un futuro post Bléfari, esas películas, esos discos, esos libros, esos talentos generosamente registrados en diversas formas, pudieran seguir renovando las miradas de su público, ese que todavía es mucho menos numeroso que lo que Rosario merecía.

Columna de Javier Porta Fouz