Saltburn: ingeniosa relectura de El talentoso Sr. Ripley que se empantana en sus propios vicios
Saltburn (Estados Unidos-Reino Unido/2023). Dirección y guion: Emerald Fennell. Fotografía: Linus Sandgren. Música: Anthony Willis. Edición: Victoria Boydell. Elenco: Barry Keoghan, Jacob Elordi, Rosamund Pike, Richard E. Grant, Alison Oliver, Carey Mulligan, Archie Madewke. Duración: 131 minutos. Disponible en: Amazon Prime Video. Nuestra opinión: buena.
La vara estaba muy alta para la directora Emerald Fennell, quien en 2020 sorprendió con su brillante ópera prima, Hermosa venganza, una demoledora comedia negra sobre una mujer en duelo que busca justicia en una sociedad patriarcal a la que intenta torcerle el brazo. En ese largometraje ya se percibía un talento de la cineasta británica para manejar los tonos, para discernir cuándo utilizar el humor ácido y cuándo dejar respirar a una protagonista que está muerta en vida y se mueve acorde, de manera espectral, con un perturbador desinterés por su propia existencia.
Hermosa venganza le valió a Fennell el premio Oscar al mejor guion original, y este viernes llega a Amazon Prime Video Saltburn, su segunda producción que también se ancla en lo corrosivo para registrar el derrotero de Oliver Quick (Barry Keoghan), un joven que es becado para la Universidad de Oxford, ecosistema completamente ajeno a su cotidianidad en Prescot, localidad ubicada en el condado de Merseysid en el que creció sin los beneficios que gozan la mayoría de sus compañeros. Fennell realiza una interesante introducción de su personaje central, una figura ominosa, estimulante a nivel intelectual, que parece renegar de la sofisticación de quienes lo rodean, pero que al mismo tiempo necesita de su aceptación. El querer pertenecer lo conduce a reprimir su pasado, a moldearlo a su antojo, con la finalidad de hacer tabula rasa y acercarse a los jóvenes posh que adora y desprecia como si esto no fuera un oxímoron sino más bien un proceso orgánico.
En ese afán de integrarse a un grupo que no le da margen para hacerlo, Oliver conoce a Felix Catton (Jacob Elordi) y desarrolla una fijación con este, lo contempla desde las sombras como quien está aguardando el instante justo para dar una estocada. Fennell aborda ese vínculo homoerótico fluctuando entre tramos de una belleza absoluta (cortesía del director de fotografía sueco, Linus Sandgren) y otros de una cursilería que solo puede responder a esos caprichos de su directora por querer reírse de las narrativas que utilizan el componente queer como carnada, pero que nunca van a fondo, a diferencia de lo que aquí sucede.
Si hay algo que caracteriza a la realizadora -a pesar de tener dos largometrajes en su haber- es que no teme que su ambición se le vaya de las manos, como efectivamente termina ocurriendo en Saltburn, una obra mordaz e hilarante, pero narrativamente desprolija que se engolosina en su ingenio con secuencias que no son más que un eco de otras mucho más ajustadas. Sin embargo, cuando Fennell se mide, demuestra que es una de los voces femeninas más interesantes del panorama cinematográfico actual, una directora que no pretende buscar la prolijidad, ya que esta es sacrificada en pos de un caos subyugante.
En esa línea se desarrolla esa compleja relación entre Oliver y Felix, jóvenes reminiscentes a Tom Ripley y Dikie Greenleaf, respectivamente. El primero inquieta con su presencia y conmueve desde su fragilidad. El segundo, en tanto, tiene un apetito voraz que desconoce de restricciones , ya sea en el plano sexual como en los vínculos con sus amigos. Todo debe girar en torno a él y, cuando se aburre de sus juguetes, simplemente pasa de página. “Cuando te mira, es como si el sol saliera y es glorioso; hasta que se olvida de vos y todo se vuelve demasiado frio”, se decía sobre Greenleaf en El talentoso Sr. Ripley, descripción que se aplica a Felix, un personaje hecho a la medida de Elordi. El ida y vuelta entre ambos personajes se torna más sombrío cuando Oliver penetra el mundo privado del objeto de su obsesión, la mansión que da título al film, donde transcurre la segunda parte de un largometraje que no puede eludir cierta predictibilidad.
En ese microclima, Fennell da rienda suelta a sus críticas al elitismo de una sociedad que se mira el ombligo (la decadencia y el fin de fiesta, bajo el lente de Sandgren, remite a su trabajo para Babylon) y que, como en Hermosa venganza, subestima a los outisders. De todas formas, Fennell logra no desviarse del centro de su film, ese confuso laberinto en el que la lujuria, la envidia y la traición se entrecruzan. A pesar de su excesiva duración y de cómo ocasionalmente machaca con los mismos conceptos, Saltburn es una propuesta en la que no hay lugar para la pretenciosidad sino para el disfrute de esas dinámicas lúdicas que se le salen de control a sus protagonistas. En este punto, Barry Keoghan se adueña de la película con una interpretación extraordinaria cuyo broche de oro es una secuencia final en la que Fennell vuelve a utilizar la música como herramienta para liberar las emociones contenidas.
Dónde verla. Saltburn, de Emerald Fennell, está disponible en Amazon Prime Video.