Te sigo desde Cemento: fue la casa del rock argentino durante casi 20 años y se apagó la misma noche de la tragedia de Cromañón

Murió Omar Chabán
Omar Chabán y Katja Alemann eran pareja cuando juntos crearon Cemento, a mediados de 1985

Para llegar a Cemento, los músicos de Los Piojos tomaban el tren desde El Palomar hasta Chacarita y después el 39. Todo ese trayecto con los instrumentos y equipos encima, en lo que Andrés Ciro Martínez llamaba “el surf de los pobres”. Uno de sus primeros shows allí fue en un festival de protesta contra la privatización de ENTEL, organizado por los trabajadores en diciembre de 1989. Todavía no tenían ni un demo editado, así que compartían fechas con un montón de bandas desconocidas.

“No éramos punks ni heavies. Subíamos y rockeábamos. Y hacíamos ‘Yira, yira’, de Discépolo”, contaba Piti Fernández, guitarrista y uno de los fundadores de Los Piojos junto al bajista Micky Rodríguez a finales de 1987. “Cemento era el templo del rock, lo más alto que se podía llegar en el under”, reconocía Daniel Buira, baterista original y Andrés Ciro recordaba sin tanta gracia cómo funcionaba el sonido: “Era como el rugido de un león cansado. Había luces que no andaban y cosas que acoplaban todo el tiempo”.

Las palabras de los integrantes de Los Piojos, que se hicieron desde abajo en ese escenario, son uno de los tantos testimonios de la notable investigación de Nicolás Igarzábal en su libro Cemento, el semillero del rock (Gourmet Musical). Nacido en 1985, en el despertar democrático, Cemento se convirtió en signo de época bajo un sello under donde todo era posible, desde las primeras misas ricoteras a las últimas apariciones de Sumo, desde performances de Batato Barea y Vivi Tellas a irrupciones descabelladas como las de la Mona Jiménez hasta que la tragedia de Cromañón, veinte años más tarde, lo clausuró abruptamente sin que por ello, hasta hoy, una catarata de vivencias lo siga rememorando como un hito de la libertad cultural y artística -junto a otros como el Parakultural- después de la represión militar.

En Cemento -ubicado en Estados Unidos 1238, en el barrio de Constitución- no había derecho de admisión ni espacio vip. Todo se construía de boca en boca, en tiempos sin internet ni celulares, de tribu en tribu hasta llegar a la alianza con nuevos espacios de comunicación, como la FM Rock & Pop, con Omar Chabán yendo a la emisora para promocionar los shows. Así lo recuerda el propio Nicolás Igarzábal, quien fuera asiduo concurrente: “Era un ritual: hacer la previa en el bar de la vuelta o en la esquina con amigos, hacer tiempo comiendo algo y encarar, nunca antes de la medianoche, hacia la puerta. Adentro estaba dividido en dos sectores, uno de bienvenida, con la barra de bebidas a la derecha y unas gradas la izquierda, y otro propiamente para el show, más adelante, bajando unos escalones que te posicionaban frente al escenario. Ahí se bailaba, se pogueaba y transcurría la acción”.

“No repitan. ¡No repitan! Lean a Shakespeare”, decía Omar Chabán como pintoresco personaje de la puerta a los iracundos que pretendían entrar de prepo o por menos dinero. Tarde o temprano, terminaban ingresando. Varias veces el lugar fue clausurado por la queja de vecinos. “Cemento fue una guarida. Personalmente, desde una noche del invierno de 1987 cuando con mi amigo Manza (Esaín, ex Menos que Cero y hoy cantante y guitarrista de Valle de Muñecas) nos embutimos entre 1.500 cuerpos para ver un show de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Fue, a todos luces, lo que recuerdo como mi estreno en la cultura rock: no era mi primero, pero sí aquel donde entendí que había una pequeña gran comunidad donde podía refugiarme, aprender, expandirme y testearme en relación a las cosas que el hogar y la escuela me habían dado por seguras hasta aquella noche”, recuerda el periodista José Bellas, quien atesora un recital de Andrés Calamaro con Moris en el otoño de 1990, antes del viaje de Calamaro a España para fundar Los Rodríguez.

Para la presentación de su primer disco ("Gulp!"), Los Redondos habían alquilado el Teatro Astros, pero días antes del concierto Valeria Lynch agregó fechas a sus shows y el recital de Patricio Rey se tuvo que mudar a Cemento, donde tocaron por primera vez en agosto de 1985
Para la presentación de su primer disco ("Gulp!"), Los Redondos habían alquilado el Teatro Astros, pero días antes del concierto Valeria Lynch agregó fechas a sus shows y el recital de Patricio Rey se tuvo que mudar a Cemento, donde tocaron por primera vez en agosto de 1985

En Cemento, el periodista Enrique Symns -creador de la mítica Cerdos y Peces- hizo monólogos con los Redondos, Bersuit y Los Piojos. Lo definía como un “sitio asqueroso, con mal olor y humedad”. Pero era su hogar, “la capital del mundo para nosotros”: podía ir a cualquier hora, no pagar entrada, “chupar gratis”. En Cemento, el documental (Lisandro Carcavallo, 2017) se muestra al lugar como catalizador de diversas manifestaciones artísticas, desde teatro a conciertos, desde números de poesías a performances. “La primera etapa fue más de Katja Alemann, una cosa asociada a lo neoyorquino, a lo Andy Warhol, con instalaciones, exposiciones, música new wave y lo dark”, apunta Walas, de Massacre. El poeta Fernando Noy dice que “Cemento era un estado poético, la capital de los sueños, el olimpo de la modernidad. Cuando entrabas se sentía como una familia cósmica, rompía tabúes”. Para Mario Pergolini, Cemento fue el germen en la democracia para la aparición de los centros culturales, “un destape del pueblo, el primer lugar donde todo el mundo podía acceder a tener un escenario, con luces, humos y pinturas en vivo. Todo valía en un caos placentero”.

El espacio multicultural mutó a un escenario predominantemente de la música: empezó a convocar bandas porque necesitaban “bancar el espacio con más recursos, pero no era algo que quisiéramos hacer”, según confiesa en el documental Katja Alemann. Por Cemento, fundado por Omar Chabán -que venía de Café Einstein- y Katja Alemann -la cual proporcionó el dinero para construir una enorme obra a la que ningún socio quería financiar, y cuyo nombre obedeció a una concepción despojada, gigante, abierta y “purista”- pasaron un sinfín de grupos icónicos y se transformó con el tiempo en refugio del punk, el heavy metal y de las mil variantes del rock. Desde Sumo hasta La Renga, Los Piojos y Viejas Locas; desde Babasónicos y El Otro Yo, Palo Pandolfo, Rosario Bléfari, Rata Blanca hasta La Portuaria, Memphis La Blusera, Dos Minutos y Die Toten Hosen. Allí los Ratones Paranoicos registraron un DVD, La Renga y Divididos actuaron a beneficio de un comedor infantil, Hermética le dio la bienvenida a Ácido Argentino, Flema despidió a Ricky Espinosa y, paralelamente, Cemento fue cuna del teatro under y los espectáculos más bizarros que pudieran encontrarse en Buenos Aires. Cerrado desde 2004, el predio fue adquirido por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2011, el cual lo convirtió en un estacionamiento del área de Infraestructura Escolar.

Los músicos, audiencias, públicos y managers reconocen que no había espacio como Cemento en los 80 y en los 90 que permitiera un despliegue escénico para las bandas, cuando los circuitos del punk o del rock no eran tan masivos ni reconocidos por el mainstream. O los ciclos del metal argentino de los domingos, algo inesperado para bandas como Hermética y Almafuerte, que sumaron un público más numeroso hasta convertir a Cemento, incluso, en punto neurálgico de sus convocatorias. Aún en condiciones técnicas y ambientales que distaban de ser las ideales. “Después de hacer varios Cementos, estás preparado para tocar en cualquier superficie, con la electricidad más inestable del mundo y el peor sonido”, contaba Diego “Uma” Rodríguez, de Babasónicos.

Maratones de bandas que copaban la noche hasta las primeras horas del alba. Pogos, tomar del pico de la botella y gente que hacía colas en la entrada se configuraron como postales habituales. “Ir a Cemento era como ir al infierno”, pregonaba Gustavo Cordero, o en palabras de Roberto Pettinato: “Los camarines eran como estar dentro de una asa bombardeada por los nazis”. Cemento, al igual que después Cromañón, era un hervidero donde la desgracia también podía golpear. Las tribus urbanas a veces se enfrentaban –aunque nunca se registró un hecho magnánimo de violencia-, se vitoreaban cánticos, “porque siempre hay descontroles cuando el pobre se divierte”, según Ricardo Iorio. “Era un lugar para curtiste en la brava, pesado. Muchas veces sentimos que no había buenas convivencias entre los públicos, se mezclaban los canas, los anarco-quilomberos, los lúmpenes, los stones, los skinheads”, dice Ciro Pertusi. Y también era el estadio grande que todos los músicos esperaban, decía Ricardo Mollo, que de joven estaba acostumbrado a tocar en espacios pequeños. O el paso previo a Obras, según Walas.

Cemento, como una euforia popular donde la policía llegaba a la puerta y no entraba, donde toda falla parecía naturalizarse, donde lo freak se abrazaba con lo trash. “Habremos hecho unos cinco shows en Cemento. Un día tocamos y llovía y había pequeños lagos en el piso porque el techo goteaba. Hoy lo ves y suspendés el show, pero en ese momento era lo normal. Otra vez se cortó la luz, la gente siguió cantando y quedó la batería sola. Hoy pasa eso y la gente sale corriendo, caos general”, definía Federico Cabral, de la ya extinta banda Sancamaleón, que aquella fatídica noche del 30 de diciembre de 2004 suspendió su show en Cemento por el eco inmediato de la tragedia de Cromañón. “Cemento tenía una estructura parecida a la de Cromañón, era una puerta mínima con un portón al lado que solía estar cerrado porque la gente se colaba. Cuando había bandas más grandes yo iba a volantear a la puerta; una noche que tocaba Intoxicados me acuerdo de que había gente hasta en los pasillos que daban a la puerta, que no veían y estaban atorados”, agregó Cabral.

La meca del under, porque tocar en Cemento daba credibilidad y prestigio, como reconocen los creadores de Miranda!, que colmó el escenario a comienzos de 2000 irradiando un clima pop a los ciclos. Y eso que no era nada glamoroso: un bloque de cemento que chorreaba de transpiración en el verano y filtraba la humedad en los huesos en invierno. Un rito iniciático, en palabras de Gustavo Cordera, donde se producía una suerte de bautismo, según la periodista Carla Ritrovato. Un bastión contracultural sin sponsors privados y de ollas populares y festivales solidarios como resistencia a las políticas del menemismo. Allí donde se presentó a tope la Mona Jiménez, en 1989, y Damas Gratis tocó con Fidel Nadal en 2002. Y donde sucedieron las primeras raves, también varietés y cabarets como los ciclos del Clásico amoral o las presentaciones de La Organización Negra, germen de grupos posteriores como De la Guarda y Fuerza Bruta, con el despliegue de grúas que ingresaban por la puerta y bolsas con personas adentro.

Semillero de escenas no sólo del rock, sino de lo alternativo, de acuerdo a Juan Di Natale. “El rock argentino no sería el que es hoy si no hubiera existido Cemento. Por ahí pasó el rock barrial, lo heavy y lo nacional y popular en un amplio espectro. De Los Gardelitos a Fun Peaple, o (Richard) Coleman y los Siete Delfines y también Los Brujos”, apunta Walas. Un símbolo de la cultura de los ochenta, algo que en el documental se recuerda con tristeza y cierta sensación de injusticia. “Una catedral de arte que hoy es un pensamiento, porque Cemento es nuestro y de nadie más”, rescata Fernando Noy. Están los que se lamentan que el lugar hoy sea un estacionamiento y no otro centro cultural o incluso un museo. “Es fruto de la degradación intelectual que vivimos en los últimos años”, puntualiza Bobby Flores.

Cemento -dice Nicolás Igarzábal- ya está por cumplir más años de cerrado que lo que duró abierto y, sin embargo, sigue presente en el imaginario colectivo de todo rockero de antaño. Hasta se lo usa como muletilla con la frase “Te sigo desde Cemento”.

“A medida que pasan los años, el mito se agiganta por el peso de las bandas que tocaron ahí, por la importancia que tuvo en el under porteño y por la figura de Omar Chabán, podríamos tomar a Cemento como una extensión de su personalidad, entre el delirio, el abanico de estilos y la voracidad artística. Es un tema que convoca a todo el que alguna vez fue ahí, pero también a las nuevas generaciones que quieren saber la historia del lugar porque les contaron sus padres, tíos o hermanos mayores. Hasta que muera la última persona que lo pisó alguna vez, Cemento va a seguir estando presente”, expresa Igarzábal.

Y agrega a su reflexión: “Hoy estamos en otra época y no se puede extrapolar esa mística. Cemento está muy atado en sus orígenes al regreso de la democracia, con la inyección de libertad que significó eso y, en los 90, con lo contracultural, a contrapelo de todas las visitas internacionales que venían durante el 1 a 1. Hoy no existe un lugar que represente simbólicamente todo eso. Los lugares de ahora tienen que reflejar estos tiempos y construir su propia historia e identidad”.

“Más allá de lo que significó Cemento para Los Redondos, ese templo de Chabán fue el lugar donde todos los extraviados fuera de los límites de las convenciones que gobernaban la cultura, encontraron la atmósfera apropiada para descorchar sus bellezas. Bellezas áridas, oscuras, cómicas y marginadas por una sensatez que un tiempo luego se dejaría alumbrar por ellas. En particular, yo estrené mi grito de guerra ¡Graciosos y valientes!”, se expandió el Indio Solari recordando sus primeros conciertos en Cemento.

Chabán murió el 17 de noviembre de 2014 en el hospital Santojanni, donde estaba internado por un cáncer linfático avanzado. Tenía 62 años y gozaba de libertad condicional debido a su estado de salud. En 2009 había sido condenado a 20 años de cárcel pero, en 2012, Casación bajó la pena a 10 años y nueve meses. Sobre el cierre de Cemento, según Joe Stefagnolo, el “abogado del rock”, se dio “de hecho” porque quedó huérfano de conducción, después de que detuvieran a Omar Chabán a finales de 2004. “Hubo una cooperativa para reflotarlo pero era complicado porque había un estigma muy grande sobre él, era el enemigo número uno del país. Cualquier cosa que tuviese su impronta, iba a ser boicoteada. El estigma de Cromanón pasó a ser el estigma de Cemento”, enfatizó el abogado.

No casualmente, en el cierre de su libro, el periodista Nicolás Igarzábal replica una de las últimas reflexiones de Chabán: “Lo importante fue haber creado independencia en el rock, que los músicos ganaran su propio dinero. Yo logré eso con Cemento. Lo único importante que queda de mí, si tengo que decir para qué serví, fue para que los grupos no le chuparan más el culo a nadie”.

A Chabán, tanto en el libro de Igarzábal como en el documental de Lisandro Carcavallo, se lo exhibe como un agitador cultural, un protector, un impulsor singular y anfitrión inclusivo, de acuerdo a numerosos testimonios de personas que lo conocieron, quienes rescataron, además, los acuerdos de palabras que nunca se rompían.

Con él, dice Igarzábal, se fue el último ladrillo de Cemento.