True Detective: tierra nocturna bucea en un nuevo y macabro misterio, desde el frío de Alaska y abrazando los ecos del nordic noir
A diez años del estreno de su primera temporada, True Detective regresa a la pantalla de HBO para mostrar sus nuevas cartas en esta era de crepúsculos y renacimientos a la que se asoma la televisión. En 2014 todavía estábamos en la era dorada, en la cresta de la ola y Nic Pizzolatto parecía ser uno de los reyes de esa nueva forma de pensar las ficciones para la pantalla chica. Su herencia era vasta -desde Twin Peaks de David Lynch hasta el fenómeno Lost y su mystery box-, pero su pertenencia estaba fuera de los límites del negocio televisivo: su condición de outsider como novelista, su paso fugaz y no demasiado satisfactorio por la lista de guionistas de The Killing -la versión autóctona del pionero del nordic noir-, su desfachatez a la hora de escribir soliloquios existencialistas, la cofradía con estrellas como Matthew McConaughey y Woody Harrelson, la puesta en escena de Cary Joji Fukunaga, el aval de la cadena que lo acompañó hasta el borde del abismo. Era a todo o nada. Consiguió diez millones de espectadores en el final de esa primera temporada y, pese a las críticas y la polémica, alcanzó la gloria.
Hoy no estamos ya en ninguna era dorada. Todo lo contrario. La llama creativa que impulsó las primeras gallinas de los huevos de oro de la televisión “de excelencia” -desde Los Soprano (1999-2007) hasta Mad Men (2007-2015), pasando por Breaking Bad (2008-2013) hasta fenómenos populares como Game of Thrones (2011-2019)- dio paso a las plataformas y su combustión rápida: miles de títulos entregados semanas tras semana, acumulación de fórmulas y control de tendencias, el algoritmo como la estrella narrativa y las pretensiones “cinematográficas” como el estilo dominante. Cada mes los catálogos se inundan de productos intercambiables, ya no hay prestigio en la llegada de una estrella de Hollywood a los créditos, la palabra streaming sustituyó a la vieja emisión televisiva. En este mundo de contenidos audiovisuales, Pizzolato debía resposicionar su creación frente a la proliferación del policial como fórmula narrativa y de los personajes erráticos y atormentados como antihéroes funcionales de la nueva ficción. ¿Cuál debía ser el camino a seguir? ¿Cómo ser innovador frente a miles de copias de la misma receta?
True Detective: Tierra Nocturna es una respuesta posible a esos interrogantes. A diferencia de la segunda temporada -que fue un volantazo de estilo y concepción, y culminó con la profunda decepción incluso de sus más fieles seguidores-, o de la tercera -que fue conservadora en su puntapié inicial y quizás un poco más audaz en su espiralado desarrollo dramático-, la cuarta amalgama ambas opciones, el riesgo y la prudencia. Por un lado, despide definitivamente a Pizzolatto como responsable de los guiones y la dirección para elegir una nueva showrunner que tiene el control absoluto: Issa López.
La guionista y directora mexicana ostenta los créditos de algunas producciones de terror premiadas en su país natal, un breve paso por las telenovelas, la participación en series menores como Britannia, y el respaldo del productor ejecutivo Barry Jenkins, director de la oscarizada Luz de luna (2016). Pero, por el otro, HBO decide conservar ciertos tópicos de la temporada original, aún en el clima frío de Alaska -si bien está filmada en Islandia porque resultó más barato-, como son los guiños al horror cósmico de H. P Lovecraft, los crímenes rituales, los parques de casas rodantes, los souvenires macabros . Y, por supuesto, si antes McConaughey le dio su aura sacrificial a Rust Cohle, ahora Jodie Foster ofrece su magnética presencia en la piel de la oficial Liz Danvers.
La presencia de Foster es, sin lugar a dudas, el mayor atractivo de esta cuarta temporada -la actriz no aparece en una ficción televisiva desde 1975, antes de su aparición consagratoria en Taxi Driver (1976)-, pero también el aire que los paisajes polares aportan novedad a la imagen de la serie. Si en la primera temporada las influencias dominantes fueron el gótico sureño, los mitos del Cthulhu de Lovecraft y la imaginería de Robert W. Chambers, en la segunda, el neo noir de James Ellroy y Thomas Pynchon y las películas californianas de William Friedkin y Roman Polanski, y en la tercera la serie Charlie Parker de John Connolly, los cuentos de niños macabros de Stephen King y los trucos del narrador poco fiable de Henry James, en esta cuarta la guía espiritual se encuentra en la tradición de los policiales nórdicos . Desde el universo literario del sueco Henning Mankell -y la saga Wallander, surgida en los años 90-, siguiendo con las series danesa Forbrydelsen (2007-2012) y sueco-danesa Bron/Broen (2011-2018), hasta los policiales de Stieg Larssen, que combinan misoginia, tensiones raciales y corrupción política bajo la excéntrica mirada de la hacker Lisbeth Salander.
Sin embargo, esas fuentes escandinavas se transforman en su traslado a los Estados Unidos. En el corazón del Círculo Polar Ártico, durante el tercer día de noche en diciembre, la estación de investigación Tsalal aparece desierta. Todos sus habitantes, biólogos, geólogos y otros científicos, desaparecen misteriosamente. En un pizarrón asoma una leyenda: “Estamos todos muertos”. En uno de los salones, una lengua humana, con indicios de haber sido arrancada, yace en el suelo. A medida que la policía indaga en el lugar, surgen otras anomalías: las luces prendidas y ningún signo de intrusión, la comida servida en estado de putrefacción, en el televisor la canción “Twist And Shout” de los Beatles suena sin parar mientras Matthew Broderick baila en una escena de Un experto en diversión (1986), de John Hughes. Lo que sigue es la investigación a cargo de la oficial Liz Danvers y la disputa por la jurisdicción con la detective Evangeline Navarro, interpretada por Kali Reis. Nuevamente una pareja de investigadores, en este caso dos mujeres, que encontrarán más disidencias que acuerdos para descubrir quién es el responsable de las ocho desapariciones.
Pero como ocurre en muchos policiales nórdicos -y en algunos de Hollywood que los emulan, al estilo Mare of Easttown (2021)-, el crimen de hoy tiene sus raíces en el pasado. Es así que la lengua humana hallada en la estación Tsalal pertenece a la víctima de un caso irresuelto, a cargo de Navarro. Una mujer nativa, activista, asesinada de 32 puñaladas. ¿Qué conecta ambos hechos? ¿Se trata de una venganza por ese crimen del pasado o es la obra de la misma mente enferma? Issa López une los ambientes del nordic noir con los tópicos que definieron el espíritu de True Detective: los ecos sobrenaturales que recuerdan al mundo de Twin Peaks; las señas al ocultismo y los rituales paganos que impregnaban los pantanos de la primera temporada y las montañas Ozark de la tercera; el retrato de la pobreza que en la segunda temporada asomaba en la ciudad amurallada de mataderos y desechos tóxicos en la baja California, y ahora inunda esos bolsones de hielo donde muchos pululan para sobrevivir. Y, por supuesto, el símbolo espiralado impreso como un tatuaje en los cuerpos que se suponen malditos, aquellos que serán vengados y redimidos.
“Porque no sabemos qué bestias sueña la noche cuando sus horas se hacen demasiado largas para que incluso Dios pueda estar despierto” es la cita que abre el primer episodio. Es una frase de Hildred Castaigne, personaje principal y narrador de “El reparador de reputaciones”, uno de los cuentos de Robert W. Chambers que integran su célebre creación: El Rey de Amarillo (1895). Aquella cosmogonía nacía de la fascinación de Chambers con un cuento de Ambrose Bierce -”Un habitante de Carcosa”, referencia que ya apareció en la primera temporada- y se forjaba en la figura de una entidad malvada -que viste harapos y advierte el horror de caer en las garras del “dios vivo”- y también en las líneas apócrifas de una obra de teatro nunca representada. Esa misma pieza que cita luego Lovecraft y que Nic Pizzolatto ponía en la voz de uno de los sospechosos de los crímenes de Louisiana en la primera temporada: Carcosa, la morada del Rey. Esa referencia no es solo un guiño de pertenencia en esta cuarta temporada sino un camino a seguir, en parte porque los fanáticos de True Detective han celebrado con éxtasis religioso esas referencias originales al horror cósmico y a la weird fiction, pero también porque El Rey de Amarillo se va a ir impregnando de las búsquedas de este nuevo misterio en Alaska.
Uno de los primeros descubrimientos de la pareja de detectives que forman Denvers y Navarro será en una casa rodante abandonada donde se acumulan los vestigios del culto que Chambers había imaginado en su literatura. A ello se suma una aparición fantasmal: el marido de Rose Aguneau (Fiona Shaw), habitante del lugar, indica el lugar donde se acumulan los posibles cadáveres de los investigadores. Todos dispuestos como en una ceremonia macabra, anunciados por el fantasma de un muerto. “Algunos fantasmas vienen porque te extrañan, otros porque te quieren decir algo que debes escuchar y los últimos porque quieren llevarte con ellos. Es imprescindible que notes la diferencia”, le explica Rose a Navarro como cierre de su admonición. Los anuncios seguirán, es importante no confundirlos.
Como siempre, lo que importa en True Detective es la historia personal de los protagonistas : en la primera era la tensión entre creencia y escepticismo entre Matthew McConaughey y Woody Harrelson; en la segunda, los eslabones del noir -el empresario con alma de gángster (Vince Vaughn), el policía corrupto (Colin Farrell), la sheriff con pasado de soldado (Rachel McAdams), el guardia costero como un Marlon Brando en motocicleta (Taylor Kitsch)-; en la tercera, la reinvención de esa disputa entre los dones extrasensoriales de Mahershala Ali, que se combinaban con la reconstrucción de su memoria en un presente lleno de lagunas, y el pragmatismo prosaico de Stephen Dorff. Ahora, Foster y Reis están delineadas como peones opuestos, la primera con un largo legajo policial, un romance clandestino con su jefe y problemas con su hija adolescente, y la segunda corroída por la culpa que arrastra de su caso anterior, el dolor por su madre muerta y la inminente locura de su hermana. Historias personales que anidan en un clima hostil e inclemente, una violencia subterránea que impregna a todos los habitantes de ese infierno helado.
Como en un nuevo comienzo, True Detective apuesta a una reinvención de su fórmula en esta era del streaming y las plataformas, en la que es imposible el hallazgo de la originalidad y a veces ni siquiera la más mínima sorpresa . En ese tránsito sobre lo conocido, la serie evoca las viejas tradiciones del horror cósmico y el mito de El Rey de Amarillo para internarse en los fríos contornos de la narrativa policial de cuño nórdico. Una nueva forma del noir, una ancestral forma del terror. Una serie de antología que regresa a su origen para encontrar un nuevo camino.