Un ex jefe de la droga transforma su cuerpo y crea una rutina de entrenamiento en prisión

Coss Marte era un niño de 11 años completamente normal, delgado y tranquilo, que creció en el barrio Lower East Side, de Nueva York. Durante la escuela primaria se destacó en matemáticas y jugaba al fútbol y al béisbol. Sin embargo, al igual que muchos de sus amigos del vecindario, fue arrastrado por el tráfico de drogas local. Provenía de una familia pobre y aprendió rápidamente que con la venta de marihuana y cocaína ganaba mucho más que con las tarjetas de béisbol y las latas de aluminio. “Siendo muy joven aprendí que el tiempo era dinero y que tenía que invertir mi tiempo en hacer más dinero”, comentó.

(Foto: Andrew Cutraro)

Tenía una cualidad natural: “Siempre fui un estafador”, admitió. Y llegó a tener tanto éxito como distribuidor que eligió dedicarse a ello a tiempo completo después de que lo expulsaran de la Universidad de Albany en su primer año debido, por supuesto, al tráfico de drogas. Cuando tenía 23 años dirigía un imperio que generaba unas ganancias de 2 millones de dólares al año. “Sentía que nadie podía detenerme”, comentó refiriéndose al pasado. Era un capo de poca monta que vivía con muchos lujos y su constitución física así lo demostraba: medía 1,76 metros y pesaba 105 kilos. Tenía cuatro coches y solía gastarse el dinero con sus colegas en mujeres, viajes de apuestas a Atlantic City y lujosas vacaciones en el Caribe, a veces gastaba 30.000 dólares en un solo día.

Luego lo arrestaron.

En 2009, Marte y sus nueve colegas fueron arrestados por la policía de Nueva York el mismo día. Uno de sus cómplices los delató, pero los oficiales también habían intervenido sus teléfonos y pasaron un año construyendo el caso en su contra, documentando alrededor de 40 ventas ilícitas de cocaína. La policía revisó su apartamento y encontraron fajos de dinero en efectivo y más de un kilo de cocaína. Después de una temporada en Rikers Island, Marte fue condenado a siete años y fue trasladado al norte del estado donde cumplió gran parte de la sentencia en la institución penitenciaria Greene Correctional Facility, en Coxsackie, Nueva York. Mientras cumplía su pena en prisión el médico de la cárcel le dijo que tenía grandes probabilidades de morir de un infarto en un plazo máximo de cinco años como consecuencia de su elevada presión arterial y sus niveles de colesterol estratosféricos.

Su paso por la cárcel le hizo cambiar su visión del mundo, confesó. “Me hizo reflexionar acerca de las cosas negativas que había hecho. Me percaté de los problemas que había causado y los daños que le había provocado a la salud de las personas. Y me arrepiento de ello”, comentó.

Para matar el tiempo en prisión comenzó a entrenar en su celda de nueve por seis. Así, empezó a desarrollar su propio estilo de entrenamiento, al igual que hicieron otros prisioneros antes que él, como el conocido Joseph Pilates, quien inventó su rutina de entrenamiento homónima en un campo de concentración inglés donde estuvo como interno durante la Primera Guerra Mundial. Hacía dominadas usando una toalla entrelazada a través de los barrotes de su celda y envolvía la colchoneta como si fuera una mochila para hacer cuclillas.

“Ponía los pies sobre el inodoro para hacer fondos con mi cama”, comentó Marte. “Me gustaba hacer flexiones de pared a pared. Mi celda era tan pequeña que podía poner mis manos en la pared y los pies en la otra pared, sin tocar el suelo”. Comenzó a correr en el patio, de hecho, fue el primero de la prisión en hacerlo. Finalmente, sus entrenamientos atrajeron a muchos otros presos y comenzó a impartir clases estructuradas. En tan solo seis meses perdió 32 kilos.

En 2009, cuando el estado de Nueva York modificó sus leyes sobre las drogas y derogó las penas para los delitos menores, Marte fue puesto en libertad. Había cumplido cuatro años. En ese momento, ya había perfeccionado su régimen de entrenamiento y había terminado psicología en la universidad de la prisión. Cuando regresó a su antiguo vecindario en Nueva York comenzó a enseñar en los parques la rutina de entrenamiento para perder peso que desarrolló en prisión.

Actualmente, a sus 30 años, se ha convertido en un gurú del fitness bien singular, con aficionados muy dedicados y un gimnasio nuevo, ConBody. En el gimnasio trabajan seis instructores, cinco de los cuales también cumplieron penas en prisión. Entre sus clientes hay desde vecinos del barrio hasta millonarios como Domingo Suszanski, muy conocido en el mundo de los palos de selfies, quien se ha convertido en un cliente habitual de ConBody desde junio. “Viajo mucho por trabajo y por eso me gusta este tipo de entrenamiento que trabaja solo con el peso de tu cuerpo”, dijo Suszanski. “No tienes que contar con un gimnasio muy bien equipado. Solo necesitas utilizar tu cuerpo y tener un poco de espacio. Es un gran entrenamiento, de hecho, ahora mi musculatura core está mucho más tonificada que antes”.

Hemos entrevistado a Marte para conocer cómo consiguió ponerse en forma en prisión y qué beneficios tienen sus clases para los aficionados del fitness de todo el mundo.

MF: ¿Cómo se vive la cultura del fitness en prisión?

CM: Básicamente, las personas entrenan por respeto. Con el entrenamiento te ganas el respeto de los demás internos. Obviamente, uno no quiere ser el tipo frágil y delgado al que todos empujan. Quieres lucir y estar en forma para sentirte más fuerte. Algunas personas dentro de prisión creen que pueden empujarte cada vez que quieran simplemente porque no estás en forma, por lo que uno no quiere ser débil. Todo es una cuestión de imagen. Nadie va a meterse con un tipo fuerte.

¿Deseabas estar en forma cada vez que te tenían que ayudar en una pelea?

Solo tuve tres peleas. Tres peleas en cuatro años es muy poco, teniendo en cuenta que hay personas que se pelean todos los días. Me mantenía ocupado entrenando entre dos y tres horas al día, me concentraba en mi desarrollo y estudiaba. Así que no me involucré con las bandas que había en prisión. Aunque siempre había alguien que intentaba iniciar una pelea. Mi primera pelea fue en Rikers Island, aún tenía bastante grasa en el cuerpo por lo que me tocó estar debajo, en el suelo. Estaba fumando hierba, de esas que introducen de contrabando, y un chico quería fumar conmigo y yo le dije que se largara. Definitivamente había perdido la pelea mucho antes de que acabara. Cuando llegué al norte del estado, tuve otra pelea por una silla. Un hombre me dijo que estaba sentado en su puesto. En ese entonces ya tenía mayor resistencia y vigor, gracias a mi entrenamiento, así que le di una buena paliza. Recuerdo que la otra disputa fue por unas latas de atún. Esa noche logré un empate. Ambos nos golpeamos.

¿Cuál es el mayor mito sobre el fitness en prisión?

La gente dice que no entrenamos las piernas y que todo lo hacemos con nuestros brazos, por lo que la parte superior de nuestros cuerpos se desarrolla mucho. Eso es un gran mito. Cuando vas a los patios de la cárcel encuentras a muchísimos chicos que hacen cuclillas con 230 kilos.

¿Puedes ponerte en forma con la alimentación de la prisión?

Es muy difícil ponerte en forma con la comida de la prisión ya que, básicamente, es una bolsa de carne con salsa que ellos calientan en una caldera con mantequilla y la vuelcan en tu bandeja. Es asqueroso. Y no te alimentas lo suficiente. Tuve la suerte de que tenía dinero para pedir comida e ir a la cafetería. Me gustaba comprar arroz, que era la mejor opción para comer carbohidratos, al menos mejor que el pan o la pasta. Así que comía pequeñas porciones de arroz, pollo y latas de atún, salmón y caballa.

Por supuesto, esa alimentación contribuyó a que perdieras peso.

Definitivamente. Después de comer regresaba a mi celda y me ponía a entrenar. Comencé haciendo fondos con mi cama. Entonces pasé a hacer saltos de tijeras y luego me surgieron diferentes ideas para entrenar en el poco espacio que tenía. En la celda hacía ejercicios con mi peso corporal. Me gustaba hacer dos o tres centenares de repeticiones con la funda de mi almohada, simplemente la estiraba hacia arriba por encima de los hombros. Solía doblar mi colchón y dos sábanas, los enrollaba como si fuera una mochila y empezaba a hacer flexiones apoyándome en la cama.

¿Qué otros ejercicios practicaste?

Empecé a correr en el patio. La gente se burlaba de mí porque era gordo, hasta me llamaban Forrest Gump. Nadie hacía ese tipo de cosas en el patio. Pero luego los demás empezaron a seguirme y formamos un club de corredores. Y aprendí cosas de los otros prisioneros, como el método del juego de cartas. Tirábamos un juego de cartas completo y hacíamos un total de 1.200 flexiones. Si salía un cinco de diamantes, por ejemplo, tenías que hacer cinco flexiones diamante. En mi celda hacía el paso del cangrejo desde la ventana hasta la puerta de la celda y le añadía ejercicios en cada lado.

¿Qué es exactamente ConBody?

En ConBody impartimos clases de 30 minutos en las que enseñamos los ejercicios de peso corporal que estructuré en prisión y hacemos ejercicio cardiovascular. Organizamos las clases de forma que todos tengan una especie de “compañero de prisión”. Cada uno tiene su pareja y trabajan en equipo. Sin embargo, el valor más importante de trabajar con un compañero es esa camaradería que se va construyendo, es muy probable que ese tipo de amistad no se encuentre en otro ambiente.

Tomaste clases de psicología en la universidad de la prisión. ¿Influyó eso en ConBody?

Lo hizo. Siempre intento confundir a las personas y usar trucos mentales para conseguir que hagan más de lo que ellos creen que pueden hacer. Por ejemplo, cuando hacemos un recuento de cuatro saltos de tijeras, solo te abres en el uno y el tres, pero ellos hacen el doble sin saberlo. Tu mente es mucho más fuerte de lo que piensas. Muchas veces no contamos en voz alta y un entrenador mide el tiempo en silencio. Ellos siguen haciendo ejercicios y se pasan del tiempo. Mucha gente hace más de lo que cree que puede hacer porque no está preocupada por un número. Cuando tienes un número en mente es muy probable que te detengas cuando hayas llegado a esa meta.

Men’s Fitness
Por Leander Schaerlaeckens