La verdad oculta de la lactancia: ¿amamantamos por encima de nuestras posibilidades?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) describe la lactancia materna como la forma ideal de aportar a los niños pequeños los nutrientes que necesitan para un crecimiento saludable. Es el medio más eficaz de garantizar su salud y supervivencia. La recomendación del organismo internacional es que se proporcione de forma exclusiva durante los primeros seis meses de vida del menor. Posteriormente, debe alternarse con alimentos hasta que cumpla los dos años. Sobra decir que, en esta cadena de alimentación, la más intrínsecamente primigenia que existe, el papel de las madres es esencial. Y es importante subrayar este hecho, porque la leche ni se produce ni se suministra sola.
Que la lactancia es básica para el desarrollo de los niños es incuestionable. Ningún experto que se precie se atrevería a negar la evidencia. “La leche materna es muy especial. Es la mejor fuente de hidratación, con todos los electrolitos que el niño requiere. Tiene calcio, proteínas, grasas muy importantes que son las únicas que el bebé recién nacido acepta, requiere y no le hacen daño. Tiene además anticuerpos que son los que van a prevenir que el niño, que no tiene capacidad de producirlos, sufra infecciones. La leche materna es el alimento completo y en las proporciones absolutamente requeridas por el recién nacido para su proceso de adaptación al mundo. Pero no es algo eterno, es para su proceso de adaptación”, explicaba hace unos años Mary Luz Mejía Gómez, asesora en salud sexual y reproductiva del Fondo de Poblaciones de las Naciones Unidas (UNFPA) en Colombia.
Es ahí, en esa última frase que compartía Mejía Gómez, donde radica el debate. Si bien nutrir al bebé con leche materna, especialmente en sus primeros meses de vida, se asocia con innumerables beneficios, no todos los expertos coinciden con el ideario propuesto por la OMS en lo referente a cuánto se debe prolongar su ingesta exclusiva y posterior, combinada con alimentos.
LEER MÁS:
La macrogranja de úteros artificiales que imagina un mundo sin embarazadas
El tabú de la menstruación: quieren prohibir que se hable de ello en las escuelas
‘Sharenting’: el aterrador peligro de compartir fotografías de tus hijos en redes
De acuerdo con la experta de la UNFPA, la introducción de alimentos (lo que se conoce como fase de ablactación) debería materializarse a partir de los cuatro meses del nacimiento, no desde los seis, como aboga la OMS. Qué decir de extenderla más allá del primer año de vida. No solo porque la calidad de la leche se reduce, sino por el impacto que prolongar la lactancia tiene en el bienestar de la madre. “Tras el periodo de ablactación, el recién nacido debe comer únicamente la comida de su medio ambiente para terminar de adaptarse, porque la leche materna ya no es el mejor nutriente ni tiene la misma calidad. Pasado ese tiempo, el calcio y el resto de nutrientes que la conforman empezarán a extraerse del cuerpo de la madre. Y esto repercutirá en la salud de la mujer a largo plazo”, advertía Mejía Gómez.
Estados desarrollados vs. estados en vías
Para la asesora de Naciones Unidos, la lógica detrás de mantener la lactancia hasta los dos años, complementada con la ingesta de alimentos a partir de los seis meses, tiene su origen en criterios puramente políticos y humanitarios. “Cuando el estado no puede garantizar la comida ni el agua a su población, entonces, se fomenta que las mamás amamanten a sus hijos cuanto más tiempo mejor. Pero debería ser en condiciones óptimas. Es decir, que para que sobrevivan los niños no haya que acabar con la salud de las madres ni agregarles una carga más”, añadía.
En los países desarrollados, donde morir de hambre no es un problema de salud pública, se ha asumido el mandato de la lactancia extendida, pero bajo otros supuestos. Uno de los que más resuenan es que fomenta el vínculo emocional entre madre e hijo. Ahí donde la emancipación de la mujer y su incursión en el mundo laboral es un hecho, la decisión de hasta cuándo se amamanta a los niños recae en la situación laboral y familiar de la madre, más que en la falta de opciones para alimentar a su hijo. Sin embargo, tampoco está exenta de barreras y polémica. El año pasado, la Academia de Pediatría de Estados Unidos (APP) publicó su nueva guía de lactancia en la que extendía el periodo recomendado para dar el pecho de un año hasta los dos o más. Era la primera vez en una década que el organismo emitía una recomendación en esta dirección.
Casualmente, el cambio de ideario de la APP coincidió con la crisis en el acceso a leche de fórmula para bebés que se suscitó en el país norteamericano en el verano de 2022. En algunos estados, la falta de suministro se situó cerca del 90%. Esta situación puso en jaque a muchas mujeres que dependen de la fórmula para satisfacer las necesidades básicas de sus hijos, tanto fisiológicas, como en términos de estabilidad económica. La ausencia de políticas públicas, como licencias de maternidad pagadas, flexibilización de horarios o garantizar las pausas durante el trabajo para que puedan extraerse la leche, hace imposible que muchas madres puedan ni tan solo plantearse prolongar la lactancia de sus hijos.
Una de las voces más críticas con esta nueva política pública de la APP vino desde el prestigioso ‘The News York Times’. “La nueva guía le dice a los pediatras que desalienten el acceso a fórmula gratuita durante los primeros días de vida del bebe. Pero esto no está basado en evidencia: la evidencia respecto a los beneficios de la alimentación complementaria a una edad temprana es variada. Menos de un cuarto de la población tiene acceso a una licencia pagada por maternidad/paternidad. A las madres se les está predisponiendo para que fallen en este objetivo de amamantar durante dos años”, sentenciaba Jessica Grose, columnista del diario.
Tanto si las madres quieren amamantar o no a sus hijos y extenderlo en el tiempo y cuánto es una decisión que solo les compete a ellas con base en sus circunstancias. Eso sin obviar los importantísimos beneficios que asocia la lactancia para el desarrollo de los niños, pero tampoco sin desconocer la falta de consenso que existe entre los expertos sobre las recomendaciones que emiten los entes públicos locales e internacionales.