48 horas en Jerez de la Frontera

PRIMER DÍA

Amanece en esta ciudad gaditana y lo que nos pide el cuerpo es estirar un poco las piernas. Al fin y al cabo, la ciudad gaditana se presta, por sus ricas bondades patrimoniales, a recorrerla a pie: así las iremos descubriendo poquito a poco, como nos gusta. Y qué mejor lugar para arrancar la ruta que la céntrica plaza del Arenal, utilizada en el pasado como espacio para librar duelos y batallas. Rodeada de cafeterías y bares con tentadoras terrazas en las que tomar un –por qué no– chocolate con churros, desde ella dirigimos los pasos hacia el gran templo cristiano de la ciudad: la catedral de Jerez.

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Subimos las escaleras que nos llevan hasta su interior, al tiempo que conocemos los detalles de su origen. Levantada sobre la antigua mezquita mayor, fue Alfonso X quien mandó construirla como colegiata. De hecho, la categoría de catedral no le llegaría hasta la década de los 90 del pasado siglo y de la mano del mismísimo Juan Pablo II. Dentro contemplamos uno de los mayores tesoros del templo, La Virgen Niña de Zurbarán, mientras que de la fachada nos conquista la combinación de elementos neoclásicos, góticos y barrocos.

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Siguiendo las huellas del pasado jerezano alcanzamos la vecina Alcazaba, uno de los mejores ejemplos de arquitectura almohade de la península y el monumento más antiguo de Jerez. De hecho, fueron los musulmanes, allá por el siglo VIII, sus fundadores. Ellos construyeron también tanto las 79 torres defensivas que rodearon la ciudad, como la muralla que la protegía –de la que se conservan algunas partes– y las cuatro puertas de acceso. En el interior, visitamos los jardines andalusíes, el alminar, los baños árabes y la mezquita.

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Y llega la hora de parar un poquito, que las cosas hay que tomarlas con calma. ¿Qué tal hacerlo con un vino? Nos encontramos en la capital del Sherry y eso hay que celebrarlo. A tan solo unos metros, las Bodegas González Byass (gonzalezbyass.com), fundadas en 1835, son la parada ideal.

Una visita guiada de unas dos horas nos permite conocer los detalles sobre el proceso de producción de los vinos con D.O. Jerez-Xérèz-Sherry, además de la historia de las bodegas. Nos encontramos en el hogar del mítico Tío Pepe, cuyos vinos se exportan a más de 115 países en todo el mundo. Admiramos los imponentes salones repletos de vetustas botas, nombre que reciben en el sur las barricas. Muchas de ellas están firmadas a tiza por todo tipo de personalidades. En su interior toman cuerpo y forma algunos de los caldos más valorados. La Sala La Constancia o Los Apóstoles nos hablan de anécdotas que quedarán para siempre en el recuerdo. Para acabar, accedemos a la novedosa sala de catas, donde probamos sus exquisitos vinos, ya sea con un fino, un amontillado o un oloroso, no se nos ocurre mejor manera de poner fin a la visita.

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Llega la hora de comer y decidimos hacerlo a la jerezana: picoteando productos de la tierra en sus tradicionales tabancos, antiguos despachos de vino con origen en el siglo XVII en los que alternar, beber y disfrutar entre amigos. Arrancamos en un clásico, El Pasaje (tabancoelpasaje.com), que cada día ofrece dos espectáculos flamencos de los que se sienten bien profundo y dejan huella. Junto a la copita de fino, unos ricos chicharrones especiales y una tortilla de pimientos para acompañar.

Algo más alejado, en el Tabanco San Pablo, las paredes nos hablan de aquellos años en los que el tío-abuelo de Jesús, el actual propietario, ganó seis mil pesetas en la lotería y montó el negocio que hoy continúa rindiendo honores a los tesoros jerezanos. Posada sobre la primitiva barra, la «morenita», una mezcla de oloroso y moscatel, marida estupendamente con una tradicional berza jerezana. La ruta gastronómica la acabamos en Las Banderillas, sobre cuya barra, dicen, dio sus primeros pasos la insigne Lola Flores. Precisamente hacia el barrio que la vio nacer nos dirigimos.

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Caminando por las calles empedradas de San Miguel tomamos consciencia de que sí, algo tiene Jerez, que atrapa. Quizás sea ese aura que han ido dejando atrás los grandes como la propia Lola, ante cuya estatua rendimos los honores oportunos. Algo más allá está la escultura de la Paquera de Jerez, también responsable de llevar el nombre de su ciudad a lo más alto. No nos falta una visita a la iglesia de San Miguel, con origen en el siglo XV, antes de acercarnos a otro de los barrios con más solera: el de Santiago. Casitas bajas que recuerdan más a un pueblo que a una ciudad, pequeños negocios de toda la vida y fachadas encaladas nos inspiran , omo lo hicieron con otros de sus hijos predilectos: José Mercé o El Capullo de Jerez.

La noche la acabamos dándonos un merecido homenaje en uno de los dos estrellas Michelin de los que puede alardear Jerez: Mantúa (restaurantemantua.com), cuyos fogones funcionan al mando de Israel Ramos, un jerezano que apuesta por la cocina de producto y los vinos del Marco de Jerez, muy presentes en sus creaciones. Dos menús degustación, Arcilla y Caliza, concentran la esencia de la cocina de la tierra en innovadores propuestas repletas de sabor a sur. Después, será hora de irse a dormir.

DÍA 2

Amanecemos en el hotel Casa Palacio María Luisa (casapalaciomarialuisa.com), el único cinco estrellas gran lujo de Jerez. Fascinados por la belleza que desprende este alojamiento, ubicado en una histórica casa palaciega de inicios del siglo XIX que albergó el antiguo Casino Jerezano, exploramos parte de sus dos mil metros cuadrados para comprobar cómo la combinación entre la esencia clásica de sus estancias y los elementos decorativos más vanguardistas casan de manera excepcional. Tras el completo desayuno, ponemos rumbo a la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre (realescuela.org), todo un símbolo de la ciudad.

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Nos recibe el Recreo de las Cadenas, un hermoso jardín repleto de exóticas plantas gobernado por el palacio del siglo XIX diseñado por Charles Garnier, también arquitecto de la Ópera de París. Junto a él, un inmenso edificio alberga el picadero, donde cada día siguen sus estrictos entrenamientos jinetes y caballos, y donde tiene lugar, cada jueves, el espectáculo Cómo bailan los caballos andaluces. En él comprobamos la maña de los equinos y de sus domadores, que desfilan y danzan al ritmo de la música española de manera magistral. El vestuario, original del siglo XVIII, es una maravilla, como también lo es continuar la visita por el impecable guadarnés, las cuadras, la guarnicionería o los dos museos con los que cuenta la escuela: el del Enganche y el del Arte Ecuestre.

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Paseamos por las céntricas calle Ancha, Porvera o La Merced, y alcanzamos la Alameda de Cristina, donde se encuentran los Claustros de Santo Domingo. Esta maravilla gótica fue fundada por los dominicos tras la conquista de Jerez en el mismo lugar donde antes hubo un emplazamiento militar árabe. En la visita, nos detenemos en sus dos grandes joyas: el retablo mayor de estilo barroco, y la Capilla de Nuestra Señora de la Consolación.

Para almorzar, paramos en La Carboná (lacarbona.com), donde el conocido como chef del Sherry, Javier Muñoz, nos deleita con sus dotes gastronómicas con platos en los que los vinos del Marco de Jerez tienen un enorme protagonismo. Tentados una vez más por el mundo del Sherry, visitamos Díez Mérito (diezmerito.com), otra de las bodegas con más historia de Jerez.

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Entre hermosos patios y antiguas botas apiladas en las que los ricos caldos siguen el sistema de crianza de soleras y criaderas, continuamos aprendiendo un poco más sobre el noble arte del vino. Una última cata, acompañada de una explicación sobre los preceptos que debe cumplir para alcanzar la excelencia, será nuestra particular despedida de la ciudad. Eso sí, con el mejor sabor de boca.

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OTRAS IDEAS PARA DESCANSAR

La oferta de alojamiento en Jerez de la Frontera es variada e incluye opciones para todos los bolsillos. Uno de los hoteles más novedosos es el Hotel Bodega Tío Pepe (tiopepe.com), un hotel boutique ubicado en el interior de las propias bodegas e inspirado en su tradición vinícola milenaria. Es, no en vano, el primer Sherry Hotel del mundo. Ocupa un edificio recuperado compuesto por cuatro casas en las que antiguamente vivieron los propios trabajadores de la bodega. Un toque más rural tiene Casa Viña de Alcántara (vinadealcantara.es), ubicado entre cultivos de viñedos a las afueras de la ciudad. Con un delicado jardín con piscina y una magnífica decoración, recoge la tradición cosmopolita de esta ciudad andaluza.

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