El Agujerito, la emblemática disquería que le grababa casetes a Vilas y Borg y recibió la visita de Bill Evans y un jefe de la SIDE
Los cristales del local con el nombre indeleble son el vestigio del tiempo aquel. “Un pedazo de la historia”, dirán los melómanos. “El Agujerito” se lee en los vidrios superiores, pero dentro del negocio solo habitan los objetos de un anticuario que utiliza el espacio como depósito. El silencio se contrapone a aquellos sonidos que emanaban las bandejas de discos. Acá sonaba lo que no se conseguía en otro lado, “lo que llegaba de afuera”.
“La gente se paraba en la puerta a escuchar música” , recuerdan los hermanos Epstein, los fundadores de esta disquería que fue mucho más que una tienda de vinilos. Convocados por LA NACION, Gabriel y Rolando “Roly” Epstein se disponen a recordar. Pensar en voz alta y contar sobre ese submundo que crearon sin darse cuenta de la trascendencia de la gesta. Junto con ellos, Dany Nijensohn, el DJ -se decía disc jockey- que se terminó convirtiendo en socio y responsable de la perdurabilidad del negocio.
“Por acá caminó Jorge Luis Borges, estaba ubicado el Instituto Di Tella y se instaló El Agujerito, por eso muchos piensan que es un lugar que no debe morir”, reflexiona “Roly” Epstein, el menos nostálgico de los hermanos y el más esperanzado en una posibilidad de resurrección de ese corredor de locales y farolas de época.
En cambio, Gabriel Epstein se deja llevar por la añoranza, como quien aún no asume el punto final de ese lugar que los cobijó desde 1969 , cuando inauguraron la disquería. O acaso es quien más conciencia del presente tiene. “Estar acá se transforma en una pesadilla, me gustaba como era antes; esto es un cadáver, son los restos de algo que tenía mucha vitalidad, energía y creatividad ; esto es lo que fue, se parece a un cementerio”, sostiene.
En los últimos días, la mítica disquería desempolvó la memoria de muchos a partir del estreno de El Agujerito, el documental escrito y dirigido por Ana Hayzus y Leandro Eljall Qüesta, que se puede ver en el Gaumont, el espacio imprescindible del cine nacional. La película, lejos de estar imbuida en un aire con olor a naftalina, se la percibe llena de vida, surcada -como las líneas de un disco que reclama su púa- por el espíritu celebratorio.
Dany Nijensohn llegó a El Agujerito recomendado por Frida, una tía que era una suerte de tutora. “Ella me recomendó ante Susana Epstein, la otra socia del negocio”. Rápidamente, el DJ tomó cuerpo y comenzó a tomar los pedidos de los clientes, pero también se nutrió artísticamente: “Aprendí mucho sobre jazz, un género del que no sabía nada, pero también agregué mis conocimientos de música. Todo era muy divertido, era como una familia , jamás sentí que tenía patrones”.
“Nadie sentía que venía a trabajar”, reafirma “Roly”, mientras que su hermano Gabriel sostiene que “Dany sigue siendo un enorme DJ y fue el más coherente de todos, jamás cambió su actividad”. Podría afirmarse, sin miedo a cometer un error, que la presencia de Nijensohn fue fundamental para que El Agujerito se sostuviera tantas décadas de pie.
Ingresar hoy a la emblemática Galería del Este es enfrentarse a un pasado que busca reinventarse entre el acto de resistencia de los que mantienen sus locales abiertos, pero la experiencia también implica sumergirse en la arqueología de aquello que fue, que formó parte de un mundo paralelo al mundo definido por artistas de la vanguardia, rebeldías de juventud y un mundo atravesando un tiempo de reformulaciones: hipismo, aparición de la píldora anticonceptiva, revolución sexual y luchas por los derechos individuales .
“Formamos parte de un movimiento para el que no estábamos preparados, sin predestinados ; nos fuimos incluyendo en un mundo de cultura y contracultura”, sostiene Gabriel Epstein, con filosa justeza y agrega: “Mi vida, mis amigos, mis amores y desamores estaban acá; en esta galería me conecté con los artistas”.
Orígenes
El Agujerito tuvo un factótum clave, Julio Epstein, el padre de “Roly” y Gabriel, quien fuera el artífice del Club Internacional del Disco -espacio que editó decenas de materiales- y quien también se desempeñó como director de las radios Nacional y Municipal. Además, con buen ojo, fue el primero en editar a un disruptivo del tengo llamado Astor Piazzolla.
Cuando los hermanos Epstein llegaron a la Galería del Este, eligieron el local 10, frente a lo que sería el café Barbudos, en cuya glorieta se reunía lo más granado de la vanguardia artística de entonces. La señora Baliña, dueña del edificio diseñado por Clorindo Testa, les dio dos años de gracia en el pago del alquiler, un gran impulso para poder despegar el negocio emprendido en ese local de tan solo 20 metros cuadrados y un entrepiso. Todo estaba por explotar en esa denominada “manzana loca”, terruño de los más diversos artistas.
“La señora Baliña, que quería de cada rubro a los mejores representantes, fue quien habló con nuestro padre para que abriera una disquería”, recuerda Rolando. Los hermanos rondaban los veinte años y ninguna experiencia comercial. El músico Jorge Schussheim, amigo de Julio Epstein, fue el responsable del nombre con el que cobraría fama la disquería.
“El día que inauguramos vino la policía para clausurarnos . Se armó tal tole tole que terminó ayudándonos mucho”, se ríe “Roly” ante aquello traumático que se convirtió en un impulso. Corría septiembre de 1969 y Argentina padecía el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía.
“La primera denuncia la hizo gente que pertenecía a una parroquia y argumentó que estábamos haciendo algo soez”, detalla Gabriel. Lo “soez” era levantar las persianas de un espacio que le ofrecería a Buenos Aires un catálogo no frecuente y que se convertiría en un sitio de notable vida social.
-¿Llegaron a cerrarles el local el día de la inauguración?
Gabriel Epstein: -Creo que no, pero se congregó mucha gente, porque habíamos propuesto un juego.
-¿Un juego?
R.E.: -Era una especie de “búsqueda del tesoro” y el que ganaba se llevaba un Winco que tenía nuestro viejo y que esperaba la resolución del juego tomando café en el Florida Garden.
El equipo de música se lo ganó Diego Neiman, hermano de Sofía Neiman, quien fuera una reconocida relacionista pública.
En tiempos de dictadura, los Epstein debían rendirse ante el pedido de “dinero prestado” de algunos uniformados de civil. “A veces, nos escondían bolsas con marihuana y, al rato, venía la policía para inspeccionar el local, todo muy sospechoso”, recuerdan y agregan que “también entraban y nos pedían documentos a todos”.
Los hermanos Epstein y Nijensohn supieron lo que es pasar varias horas en la comisaría de la zona. “Te llevaban para averiguar antecedentes, pero sin ningún tipo de motivo”. Con todo, el mundo gay encontraba en este lugar un lugar seguro , un refugio, en tiempos de libertades acotadas.
Los melómanos se agrupaban en El Agujerito no solo para comprar discos, sino para intercambiar pareceres, sociabilizar.
“La música era muy seleccionada”, afirma Nijensohn. “Básicamente, ofrecíamos rock and roll y todas sus variantes y jazz”, dice con orgullo “Roly”. “También llegaban clientes muy eruditos que nos ponían a prueba”, reconoce Gabriel y, desempolvando anecdotario recuerda que “una tarde llegamos al local y estaba sentado Bill Evans”. Algo así como recibir en la gran disquería del jazz en Buenos Aires a uno de los próceres del género. “En su segunda visita al país, se lo llevaron a Ensenada como telonero de un desfile de modelos, algo insólito”, reflexiona “Roly”, aún sorprendido por tal suceso protagonizado por el gran pianista.
-¿Vendían tango o folklore?
G.E.: -No, no ofrecíamos los géneros que no nos gustaban.
R.E.: -Traíamos de afuera lo que acá no se conseguía. Al principio lo mandábamos a pedir y luego empezamos a viajar.
G.E.: -Atraídos por lo que exhibíamos, comenzaron a llegar músicos entonces desconocidos. Para nosotros, los Moura vendían ropa en la Galería Jardín, no eran los integrantes de Virus; tampoco sabíamos qué hacía ese pibe con bigote de dos colores que solía venir seguido.
Así como Charly García, también un joven Gustavo Santaolalla y un tal León Gieco, recién llegado de Santa Fe solían explorar ese territorio de descubrimientos y contracultura. Además, desfilaban por El Agujerito melómanos que no llegarían a formar parte de la industria de la música.
“Tata Yofre era seguidor de los Rolling Stones. Una tarde se llevó más de 50 discos ”. Rolando Epstein reconoce que “no estaba en nuestros planes tener a un capo de la SIDE como cliente”.
Guillermo Vilas, ya consagrado en el mundo del tenis, solía alojarse en un hotel cercano, razón por la cual solía frecuentar la disquería y pedía que le grabaran casetes para llevarse a sus giras tenísticas. Hoy se diría que el astro -que popularizó su especialidad deportiva- armaba su propia playlist, cuando tal término no estaba instalado. Si ya eso generaba sorpresa, no fue menor el impacto cuando los Epstein se enteraron que algunas de esas cintas iban a parar a las manos del tenista sueco Björn Borg .
El parlante encendido del local congregaba a decenas de personas. “Los pendej… que no tenían un mango se paraban en la puerta a escuchar música, pero no compraban nada”, dice Gabriel; mientras que su hermano Rolando explica que “nos pedían pasar a determinadas bandas, pero nosotros poníamos lo que queríamos”. Renata Schussheim, Marta Minujin, Rómulo Macció y Federico Klemm eran otros de los habitués, dada la cercanía con el Instituto Di Tella, donde germinó una gran generación de artistas plásticos.
-¿Podría revivir la vigencia y la propuesta intelectual, bohemia y disruptiva que se daba en El Agujerito?
G.E.: -No sé si se pueden repetir los personajes de ese tiempo.
R.E.: -Por acá desfilaban Tanguito y Facundo Cabral, Jorge Luis Borges junto a Adolfo Bioy Casares.
G.E.: -Los movimientos también son irrepetibles.
“Roly” formó parte del proyecto durante una década, su hermano Gabriel se quedó diez años más. Y fue Dany Nijensohn, quien aún sigue siendo una referencia activa dentro del mundo DJ, quien llegó en 1978 y sostuvo la parada hasta el cierre ocurrido en 2020. “Llegué para la época del Mundial de Fútbol y tuvimos que poner televisores en el local para que la gente pudiese ver los partidos”. Los tres tienen “setenta y pico”, pero hay algo de esa impronta juvenil que aún sobrevive en ellos. La pócima de la música.
“Tuvimos éxito comercial y prestigio”, argumenta “Roly” y su hermano Gabriel agrega un dato no menor: “Había muchas señoritas dando vueltas”. Seguramente, chicas que desafiaban al sistema con largos vestidos hippies o insurrectas minifaldas recientemente creadas por la británica Mary Quant. Algunas otras, con mejor poder adquisitivo, lucirían los modelos de Madame Frou-Frou, que tenía su atelier en la galería.
Los Epstein atesoran dos sueños. Al menos dos que confiesan abiertamente: “Queremos llevarnos los cristales con la inscripción El Agujerito y enmarcarlos, y tenemos pendiente escribir un libro”. Los hermanos y Nijensohn no dudan en reconocer que “comprar en El Agujerito daba sensación de pertenencia”. Y el recuerdo, aún empodera.