Juntos pero no revueltos
Antes de mudarme con mi novia hace unos meses, yo ya había vivido con otras dos mujeres, aunque ninguna de ellas fue mi pareja sentimental. Por azares del destino, los primeros años después de independizarme de mis padres, compartí departamento con dos compañeras consecutivas, situación que me sirvió para desmitificar una creencia que probablemente habita en las cabezas de muchos de los hombres solteros allá afuera. No, no es difícil vivir con una mujer.
Desde que la conozco, mi amiga Alejandra se ha enfrentado a una situación parecida. Llevaba tiempo hablando con su novio, Carlos, sobre la posibilidad de mudarse juntos, sin que esto se concretara. Ella rentaba un departamento por sí sola desde hace un par de años y él, siendo menor que ella, aún vivía en casa de sus papás. Cada vez que el tema salía a colación, Carlos respondía con una infinidad de excusas, de las cuales unas eran más convincentes que otras. Alejandra hizo lo correcto, habló con él de forma definitiva y aclaró su postura. Le dijo que para ella era importante convivir con él de una manera más íntima y cotidiana. Sin necesidad de utilizar un ultimátum, también le advirtió que era la última vez que hablaría del tema y que el día que él se decidiera, ella lo estaría esperando.
Lo que le pasa a Carlos es algo que probablemente nos ha pasado en alguna ocasión a todos los hombres del planeta: nos aterroriza el compromiso. Creemos que el vivir con nuestra novia significa perder —aún más— la libertad. Que todas nuestras acciones serán vigiladas y juzgadas, y ya no podremos hacer esas cosas que tanto disfrutamos cuando estamos solos, como salir con nuestros amigos o ver el futbol sin mayores distracciones. Después, ese miedo se manifiesta en pretextos, evadimos el tema y damos largas. Al fin y al cabo, no es que no queramos vivir en pareja, solo que nos angustia la idea de hacerlo.
Creo que es indispensable, antes de dar un paso de semejante magnitud, detenerse y evaluar el instante por el que está pasando la relación, como si se tratara de un ente de carne y hueso y quisiéramos predecir su comportamiento. Vivir con alguien no tendría que ser un problema más. Si uno se la pasa peleando diario con la pareja y no encuentra un punto en común con ella, difícilmente lo hará al compartir un mismo techo. El mudarse, por el contrario, habría de representar un mismo ideal, un compromiso de contar con un aliado en casa y no un enemigo más con el cual desquitarse cuando la rutina, el estrés del trabajo y el sin fin de vicisitudes que nos rodean hacen de las suyas.
Hablar todos los días, definir reglas y responsabilidades, cumplirlas, respetar la privacidad del otro y aclarar las disputas al momento son algunas de las cosas que recomiendan los expertos para mantener la armonía del hogar ante cualquier situación y, la verdad, todas ellas son algo lógicas y de sentido común. No obstante, a lo largo del tiempo, he encontrado un elemento adicional que tiene que ver con lo físico y no lo moral. Si de algo me sirvió vivir con dos compañeras de piso, antes de mudarme con mi novia, fue el descubrir la importancia del espacio vital.
Las dimensiones de la vivienda deben de ser adecuadas para acomodar, por lo menos, a dos personas, es decir, que exista el espacio suficiente para que ambos puedan tener un lugar en dónde alojarse, cuando no quieren estar con el otro. No tiene que haber algo malo en la relación para querer refugiarse de ella, sino que hay momentos en los que uno simplemente quiere estar consigo mismo. Esto no quiere decir que para vivir con alguien hay que tener un palacio con 20 habitaciones, solamente un lugar con, al menos, dos estancias; mientras uno lee en la recámara, el otro puede ver la tele en la sala. Además, siempre es increíble encontrarse —literalmente— a la pareja, después de un rato de no verla.
De esta forma, no solo es indispensable estar listo emocionalmente para vivir con alguien, la otra persona también debe estarlo y, por si fuera poco, las finanzas tienen que ser lo suficientemente sólidas para poder pagar un lugar en el que no se sientan hacinados.
Ah, y por si se preguntaban qué pasó con Alejandra y Carlos, él finalmente cedió y se mudaron juntos hace unos cuantos días.
Twitter: @AnjoNava
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