Olivia: conducta animal

(Parte 1 de 4)

Cada vez que veo Discovery Channel o Animal Planet y salen esos programas sobre el comportamiento de las especies —como los rituales de apareamiento de las grullas siberianas o las técnicas de camuflaje del camaleón en Madagascar—, me pregunto si es posible predecir con tal exactitud la conducta del ser humano. Al fin y al cabo, nosotros también somos animales.

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Es cierto que en el reino animal las variables que cambian un comportamiento son mínimas, mientras que los seres humanos, al menos la mayoría de nosotros, no nos guiamos por el instinto. Eso hace muy difícil poder anticipar cómo reaccionaría un individuo aleatorio ante un estímulo particular. De ahí la frase que dice que cada cabeza es un mundo. No obstante, estoy seguro —y digo esto intuitivamente sin evidencia o sustento científico— que en las relaciones sentimentales no es tan difícil saber cómo se desenvolverá una circunstancia.

Creo que llegué a esta conclusión hace unos años, cuando conocí a mi amiga Olivia. En ese entonces yo trabajaba en una pequeña agencia de publicidad que tenía la enorme virtud de hacer extraordinarios reclutamientos. Era como si hicieran un casting para una película, tratando de encontrar actores cuyas personalidades embonaran bien en la pantalla. Un día llegó la encargada de recursos humanos con cinco o seis muchachitos que habían sido contratados para hacer sus prácticas profesionales allí. A cada uno lo asignaron a un área dentro de la compañía, donde demostraron ser grandes talentos. Incluso, en la actualidad, todos ellos han logrado cuanta iniciativa se han propuesto.

En ese grupo estaba Olivia, una joven mujer cargada de personalidad y el poder de volcar la atención de un cuarto lleno sobre ella. A simple vista parecía una niña superficial, pero con sólo cruzar un par de palabras demostraba que era culta e interesante. Tenía una forma muy característica de hablar en la que utilizaba ademanes y gestos. Pronto se ganó el cariño de la oficina y en especial el mío.

Conforme fui conociendo a Olivia, me di cuenta de que era muy parecida a mí en más de un aspecto. Nos gustaban los mismos grupo y películas, además de que ambos éramos fanáticos devotos de nuestros respectivos equipos de futbol. Sin embargo, la similitud más grande entre mi amiga y yo era de índole romántica. Me enteré de su situación amorosa un viernes en el que varios amigos de la oficina nos fuimos a beber después del trabajo.

—Sí, tengo novio —le respondió Olivia a alguien en la mesa —llevo con él seis años.

—Seis años es mucho —dije yo—. Yo duré siete con mi ex.

—¿De verdad? ¿Por qué cortaron? —me preguntó.

—Creo que ambos nos sentíamos atrapados en una relación que era lo suficientemente cómoda como para no salir corriendo —respondí, al tiempo que ella fruncía la mirada.

—¿Hace cuánto cortaron?— dijo con la voz preocupada.

—Unos seis meses —respondí.

—¿Y ya no se quieren ni se hablan?

—Tratamos de ser amigos —le expliqué.

Era el turno de Olivia de profundizar en su historia. Nos contó que solamente veía a su novio los fines de semana, cuando regresaba a la ciudad donde vivían sus papás, a una hora de distancia aproximadamente. Alvarito, como ella le decía a su novio, era un ingeniero civil que trabajaba en una constructora, dedicada al levantamiento de puentes en las carreteras. La vida con él era tranquila. Veían siempre a los mismos amigos e iban a los mismos lugares.

—Amo a Alvarito porque no da problemas —confesó Olivia—. El amor no debe de ser conflictivo.

—¿Y la pasión? —pregunté yo.

—Esa es para los que les gusta sufrir.

Me sentí identificado con Olivia, porque yo había pasado por una situación parecida hace poco. Hay veces que nos asentamos en una relación por el miedo a volver a entrar en el juego del cortejo, de conocer gente y por tanto de ser rechazados. Son esos casos en los que la seguridad pesa más que la emoción, que la tranquilidad justifica la falta de arrebato y de deseo.

—¿Te puedo decir algo? —le pregunté ya entrada la noche y con mucho alcohol dentro de mí.

—¡Claro! —respondió.

—Va a llegar un día en el que te vas a sentir terriblemente ansiosa y te darás cuenta de que puedes tener algo mejor. Te va a dar mucho miedo atreverte a dejar lo que tienes, porque llevas años apostando a que es tu mejor opción, pero confía en mí, vale la pena hacerlo.

—Hablas como si ya lo hubieras visto —dijo reflexiva.

El amor es predecible —respondí.

Cuando se trata de relaciones, los seres humanos somos como los demás animales, seguimos nuestro instinto de preservación, aunque estemos capacitados para elegir algo diferente. Es una pena que no lo hagamos lo suficiente.

(Continuará el próximo martes...)

Twitter: @AnjoNava

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