Sus primeros miedos
Qué difícil es entender a nuestros hijos desde que nacen. Al principio no conocemos sus reacciones ante los temores, quizá, ni siquiera comprendemos bien cuáles son esos temores.
Aunque el miedo en el ser humano es una reacción biológica, una emoción nata, que está directamente relacionada con el mecanismo de supervivencia, podría decirse que también tiene otras razones por las cuales a través de los años sigue subsistiendo. Tanto desde el punto de vista psicólogico como cultural. Es decir, que además de nacer naturalmente con el humano, el miedo se va aprendiendo y adquiriendo a medida que pasa el tiempo y de acuerdo con la historia de cada uno, de distintas maneras.
Por eso, el temor de un bebé no es igual al de un niño o, luego, al de un adolescente o un adulto. En el recién nacido se trata de una emoción mucho más básica y primaria: soy indefenso y no sé en dónde estoy, ni donde se encuentran las personas conocidas (en especial la mamá o el papá). También lloran ante los ruidos fuertes… podríamos decir que todos esos temores están estrechamente relacionados con un instinto de supervivencia, similar al de los animales.
Sin embargo, debido a nuestras grandes diferencias con las bestias, queda en nuestras manos, las de los mayores, ayudar a los chicos para que puedan superarlos. De lo contrario, crecerán aprendiendo y aferrándose a nuevos e interminables temores. Aún aunque se trate de un recién nacido, sus padres le van trasmitiendo mensajes, concientes o inconcientes, que lo harán sentirse en un futuro una persona más segura o más temerosa.
Salir de golpe al mundo
Cuando un pequeño ve la luz por primera vez todo resulta desconocido. Su llanto sólo puede calmarse al oír la voz o el latido del corazón de su madre (que es lo único que puede reconocer porque la ha escuchado durante los 9 meses que estuvo engendrándose). A medida que van pasando los días, los pequeños comienzan a conocer los lugares en los que está, las rutinas cotidianas, las personas que lo rodean (mamá, papá, abuelos, hermanos, niñeras) y así se van acostumbrando a su modo de vida. De todas formas, lo desconocido sigue generando angustia en ellos (al igual que para cualquier mortal). Por eso, repetir las rutinas es muy importante, porque no tienen noción del espacio ni del tiempo. Saben que después del biberón viene el baño y, luego, el descanso en su cuna hasta el día siguiente. Si hay un sonido que irrumpe, esto también puede provocar su llanto. Así es como suele ser más habitual que los primeros hijos actúen de una manera más asustadiza que los siguientes, que ya nacen en un hogar en el que es más difícil mantener la calma y el silencio.
Al octavo mes de vida, el temor a separarse de los padres se acentúa; por eso justamente se la conoce como "la angustia del octavo mes". Es en ese momento cuando se dan cuenta de que son dos personas distintas. Por eso, en ese período los chicos están más irritables y no quieren despegarse de su mamá.
Mas allá de que el miedo no sea una sensación agradable, cuando el temor deja de ser instintivo para convertirse en uno adquirido, lo que está demostrando esta emoción es que el niño se desarrolla y crece correctamente.
No se trata de una problemática fuera de lo común, pero hay que demostrarles a los más chicos que los padres estamos para protegerlos y ayudarlos. Siempre debemos hablarles en un tono calmo y firme, y estar convencidos de lo que les estamos diciendo. Que un niño se asuste no es un problema grave; pero debemos prestar atención si perdura por demasiado tiempo o comienza a afectarle su vida cotidiana. Y por último, es importante recalcar que jamás debemos mofarnos de sus miedos, sino ayudarlos para que los superen.
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