Madres sobreprotectoras, padres que desprotegen
Son tan pequeños e indefensos. Tenerlos en nuestras manos después de esa larga espera de 9 meses es como un milagro. Es ese momento que soñamos unas mil veces, por eso todavía no nos podemos hacer a la idea de que ahora ya no somos uno solo, sino dos. O, aunque sea, 1 y ½. ¿Como podrían entenderlo los papás? Es cierto que necesitamos de ellos para fabricarlos, pero luego esa mágica sensación de que vayan terminando de formarse sólo la percibimos nosotras, en nuestro cuerpo. ¿Cómo no los vamos a sobreproteger?
Yo digo blanco y tú dices negro…
¡Cuántos cambios a partir de este momento! Ya no somos dos en la familia, hay otra persona que demanda mucha atención y se ponen en juego unas cuantas variables: nos sentimos cansados, no entendemos del todo la situación, estamos aprendiendo constantemente a conectarnos con el nuevo integrante, hay celos en juego (sí, aunque seamos adultos) y, lo más importante: de una vez por todas nos conocemos en el nuevo rol, el de padres. Y así muchas veces comienzan también las discusiones. No digo que siempre ocurra, pero es muy normal que cuando hay dos personas también existan dos opiniones bien distintas. Para el papá nosotras los abrigamos demasiado, los podríamos dejar llorando al menos un ratito, un moquito no es para preocuparse tanto, no sabemos aplicar los límites, si se despierta de noche hay que seguir durmiendo hasta que aprenda…
Por ejemplo, cuando yo tenía alrededor de 3 años mi padre me dejó en la oficina de correo postal. Por suerte, la cosa no fue grave, volvió enseguida a buscar ese paquete que se había olvidado de entregar en el kinder, o sea, yo. Pero por algo ocultó el secreto hasta que fui mayor y un día lo deschavé delante de mi madre (juro que fue sin malas intenciones, por lo menos concientes). Por supuesto que, aunque habían pasado más de 20 años, ella lo miró con la cara desfigurada y lo amenazó de muerte.
Para nosotras, las mamás, ellos son demasiado toscos cuando juegan, no les prestan la atención que necesitan al llegar del trabajo, no saben vestirlos acorde con el clima, no les tienen paciencia, a la primera de llanto nos lo entregan para que lo solucionemos con la leche y son tan insensibles que no quieren que los acostemos en nuestra cama.
Y no quiero asustar con todo lo que nos queda por vivir a las madres y los padres… enseñarles a nadar, a andar en bicicleta, ¡ponerles límites!, que se nos vayan de casa… De cualquier manera, tenemos el consuelo de que iremos aprendiendo cada vez más unos de otros y las cosas se irán acomodando paulatinamente.
Pero hay que hacerse a la idea de que, seguro, muchos de estos tics nos quedarán para siempre. No pasa nada si es sólo como tic, porque si el modelo sobreprotector se profundiza puede traer algunos problemas para el niño. No soltarles la rienda significa sosegar su capacidad de generar sus propias ideas, no dejarlos crecer, crear personalidades inseguras.
No es un tema menor. Quizás por eso, esta sabia naturaleza nos hizo diferentes a las madres y a los padres. Seguramente, para lograr un equilibrio. Nosotras los tomamos fuerte de la mano para cuidarlos y ellos son los encargados de enseñarles a soltarla. Después de todo… Algo debemos reconocerles a los hombres, ¿no es cierto?
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