¿Eres cómplice de la discriminación?
“Tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata”, dice el viejo refrán. Para quienes no lo conozcan, el dicho se aplica para las situaciones en las que una persona, por “seguir instrucciones” o por no contravenir a la persona que detenta el poder, se convierte en cómplice de una agresión o de la exclusión.
Para bien o para mal, todos hemos estado en una situación así y sabemos lo que se siente. Y en el fondo, aunque sepamos que no tenemos una responsabilidad directa, su impacto negativo también nos afecta.
Un estudio, publicado en la revista Psychological Science y realizado por la Universidad de Rochester, mostró que cuando las personas ceden ante la presión de exlcuir a otros, también sufren consecuencias a nivel emocional y social. “Somos animales sociales”, explica una de las investigadoras, “sólo herimos a otros en defensa propia o cuando nos sentimos amenazados”, de ahí que cuando se agrede a otro, aunque sea de manera indirecta, surjan sentimientos de vergüenza que se transforman en pérdida de autonomía y ruptura de vínculos con la comunidad.
Para comprender cómo funciona esta forma de rechazo, los investigadores utilizaron el juego Cyberball, diseñado para estudiar el ostracismo (aislamiento social). La dinámica es muy simple: hay tres jugadores y se tienen que lanzar la pelota unos a otros. En el experimento, al jugador 1 se le hizo creer que los otros dos jugadores eran personas reales, conectadas en algún lugar remoto. Pero los jugadores 2 y 3 eran, en realidad, parte de un programa.
Los jugadores virtuales (2 y 3) estaban diseñados bajo dos criterios: jugar limpio (compartir equitativamente los turnos para lanzar la pelota), o jugar sucio (exlcuir a un jugador después de haber compartido el turno dos veces).
En el estudio participaron 152 jugadores reales. En la primera partida, se programó al jugador 2 para exlcuir al jugador 3, y se le pidió al jugador 1 que hiciera lo mismo. En la segunda partida, los dos jugadores virtuales fueron programados para exlcuir al jugador 1, que después de dos jugadas se quedó paralizado mirando cómo los otros dos se divertían sin él.
Antes y después de cada juego, los participantes completaron un cuestionario donde reportaban su estado de ánimo y sus emociones, así como otros reactivos que daban cuenta del sentido de autonomía, competencia y capacidad de relacionamiento.
Los resultados mostraron lo que ya sabemos: aquel que es excluido, aún cuando no sepa la identidad de quienes lo rechazan, genera resentimiento, odio y apatía. “Las cicatrices no son visibles, pero el ostracismo activa los mismos patornes del dolor físico”, explica el Dr. Ryan, líder de la investigación.
Lo más sorprendente fue que al seguir instrucciones para ignorar al jugador 3, el participante 1 reportó el mismo nivel de decepción y resentimiento, aunque las razones fuesen distintas.
Este estudio sugiere que el costo psicológico de rechazar a otros está ligado a la responsabilidad que implica obstaculizar la autonomía o romper los vínculos de otros. Este estudio reafirma la teoría de la autodeterminación, que señala que las personas, sin importar su cultura o su origen, comparten cualidades básicas como la búsqueda de autonomía, el aumento en las capacidades, la necesidad de relacionarse con otros y forjar vínculos que permitan alcanzar bienestar emocional y psicológico.
En otra parte del experimento, los jugadores solo tenían que seguir instrucciones, pero no se les pedía que aislaran al otro jugador. Cuando se les pidió que fueran equitativos, se sintieron menos libres, pero no experimentaron ninguna de las emociones que reportaron aquellos a los que se les pidió ser excluyentes.
El estudio contraviene la vieja teoría psicológica que afirma que cuando alguien recibe instrucciones de una autoridad para dañar a un tercero, lo hace voluntariamente y sin consecuencias. Tan es así que hubo un grupo de paticipantes que se negó a exlcuir al tercer jugador.
Desafortunadamente, nuestros sistemas de justicia, educación y disciplinamiento funcionan bajo esa dinámica. Unos ordenan, otros siguen instrucciones. Esto tiene consecuencias que se traducen en estigmas sociales asumidos irreflexivamente; por no quedar mal ante la “autoridad” o la moral imperante, hay quienes ejercen –en su vida diaria y a través de pequeñas acciones o comentarios– actos de discriminación y exclusión.
¿Has estado en una situación así? ¿Has tenido que seguir instrucciones que dañan a otros? ¿Cuál fue tu sensación?
Twitter: @luzaenlinea
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