“Mujer de la calle”: la polémica sobre el acoso callejero
Aproximadamente hace un mes, en varios diarios de circulación internacional se comenzó a hablar sobre el documental de Sofie Peeters, Femme de la rue (Mujer de la calle), un cortometraje que muestra la situación de acoso callejero que sufren las mujeres en Bruselas. Estudiante de cine y cansada de la situación, Sofie tomó la cámara y comenzó a grabar su camino habitual por las calles de la ciudad. Resulta impresionante la cantidad de comentarios que recibe en el trayecto de una sola cuadra. Alguna vez, sólo por curiosidad, Sofie contó once comentarios en un lapso de quince minutos. Más impresionante aún es la violencia con la que van cargados. No importa si va con un vestido o con unos jeans y una blusa suelta, porque de todas formas recibe comentarios que van desde "bebé", "rica", "mami", hasta "perra", "zorra", "¿cuánto cuesta pasar la noche contigo?" o "puta, deberías estar agradecida porque te hacemos sentir mujer".
Sofie no es la excepción. El documental muestra que la mayoría de las mujeres en Bruselas se siente igualmente acosada y agredida. Incluso narran ante la cámara lo que han tenido que hacer para para pasar desapercibidas: cambiar sus faldas por pantalones —aun en verano cuando hace un calor de 35ºC—, ponerse audífonos para no escuchar, ponerse un anillo de casadas aunque no lo estén, cambiar de ruta para evitar la zona con más concentración masculina. Y la más eficaz: caminar al lado de un hombre.
Desafortunadamente ha sido muy difícil conseguir el documental completo en la red. Pero aquí hay un fragmento que se publicó en el sitio de The Guardian, al menos sirve para darse una idea.
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La polémica
El documental levantó todo tipo de escozor. En diversos foros y blogs, emergió —como un muerto viviente— la postura machista que, a la par de los agresores, repite: "por qué se ofenden, si es un piropo". ¿Piropo? ¿Acaso el cuerpo de la mujer es un objeto sin afectos, un pedazo de carne que se pasea por la calle para recibir la "aprobación" del observador?
Mujer de la calle llegó hasta la Asamblea Nacional de Bélgica, donde días antes la misma ministra de vivienda había recibido un silbido por llevar puesto un vestido de verano. Las presiones de grupos feministas y de derechos humanos hicieron que el Ayuntamiento de Brusleas aprobara la aplicación de sanciones a quienes insulten a otras personas en el espacio público. De acuerdo con el diario Le Sori, las multas van de 75 a 250 euros "según la gravedad del improperio".
Si bien la resolución ha sido recibida favorablemente, el diario abc.es recogió el pronunciamiento de la coordinadora de estudios de la Mujer de la Universidad de Bruselas, Claudine Lienard, quien ha criticado la medida considerándola "insuficiente"; al ser "únicamente represiva", no hace frente a los estereotipos sexistas a través de la educación y la prevención. Por otra parte, Lienard señaló la necesidad de impartir cursos de formación para los agentes ante los que denuncian las mujeres, porque "cuando una mujer es violada y va a la comisaría, aún se puede encontrar con que el policía le diga que no debería haber ido con una falda tan corta".
Uno de los puntos más delicados del problema es que la mayoría de los agresores que presenta el documental son hombres migrantes del norte de África. Esto ha generado reacciones radicales: por un lado, se acusa a Sofie Peeters de racista; por otro, se toma el cortometraje como muestra de "los peligros de la cultura musulmana". Ambas posturas no me parecen del todo justas, pero son importantes en la medida en que hacen visible la enorme complejidad del problema.
Lo cierto es que las preguntas que guían el documental de Sofie son genuninas y pertinentes: ¿Por qué los hombres me hablan de esa forma? ¿Es tan malo o es solo una forma de coqueteo? ¿Es una forma de racismo; acaso estos hombres sienten que las mujeres blancas u occidentales somos putas? ¿Estoy haciendo algo mal?
Muchas mujeres nos hemos hecho esas mismas preguntas. Al menos en mi experiencia (nací y crecí en la Ciudad de México), la agresión verbal y física es una amenaza constante. El machismo es tan grave que ante la incapacidad de generar programas de conscientización en cualquier ámbito, el gobierno ha preferido dividir los vagones en el transporte público. Por un lado mujeres y niños; por otro, hombres o mujeres acompañadas por hombres. Y no tiene que ver con la forma en que una anda vestida, tampoco con la fisionomía o la actitud al caminar. La agresión se presenta sin distinción de edad, circunstancia o apariencia. Hay hombres que incluso traspasan el espacio personal, no sólo se acercan para murmurar frases degradantes, también nos tocan con violencia. Esta forma de intimidación nos vulnera y nos asusta, resulta difícil confrontarlos porque, al menos en México, una se arriesga a ser golpeada. Casi siempre hay algún testigo. O muchos. Y lo más indignante es que cuando se trata de observadores hombres, prefieren quedarse callados, convirtiéndose en cómplices. Nuestro miedo, sumado a la pasividad de los demás y a la complicidad del sistema, los hace sentir poderosos.
Me pregunto con qué derecho lo hacen, ¿por qué no podemos andar en la calle solas y en paz?, ¿por qué nuestro cuerpo es el blanco de las frustraciones sexuales masculinas?, ¿por qué no pueden guardarse la lascivia y masturbarse en casa, donde no le hacen daño a nadie?
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Del piropo a la violencia verbal
En todo este debate, me he encontrado con comentarios que defienden la expresión "veráncula" del piropo, argumentando que su tono lúdico y su "colorido" enriquecen al lenguaje. Pero no nos confundamos, entre el piropo y el acoso hay una línea muy delgada, una frontera que depende de factores culturales y sensibilidades particulares. Generalmente, el piropo es un juego de palabras ingenioso, una frase de admiración sin lascivia, envuelta en un papel de regalo, es graciosa y generosa, no hiere; es un cumplido que se hace de frente, mirando a los ojos, a una distancia respetuosa y con un lenguaje corporal que denota humildad y simpatía; implica un acercamiento, nunca la violación del espacio personal.
Señoras y señores, seamos serios. Del total de comentarios que una recibe en la calle, menos del 1% son piropos, así que ¡no insistan en desviar la atención! No estamos locas, sabemos distinguir perfectamente entre un piropo y una agresión. Tampoco necesitamos de su metralleta verbal, no nos calienta, no nos hace sentir bellas ni valiosas. Lo que sí necesitamos, y con urgencia, es apoyo. Necesitamos que los testigos dejen de pensar "eso no es mi problema", porque sí lo es. En la medida en que uno es cómplice, se vuelve parte del problema.
Si usted nació de una mujer, si tiene hermana, novia o hijas, ayúdenos; allá afuera nada nos hace distintas ante la mirada de un agresor. Hay muchas formas de hacerlo. Si puede empezar en su casa, mejor. Si usted trabaja en una escuela, genere consciencia en sus alumnos. Si forma parte de una empresa, dedique unas horas para hablar del problema, invite a expertos, genere diálogo, implemente políticas de equidad y respeto. Y si ve que ocurre en la calle, por favor, no guarde silencio.
Twitter: @luzaenlinea
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