La rutina mata al amor

Primer acto. Todo es sorpresa, son dos desconocidos empujados por un deseo doble: por un lado, la atracción sexual, y por otro, la conquista que encubre el miedo a perder a esa persona entrañable. Hay un poco de vértigo, inseguridad, miedo a salir corriendo, a arruinarlo todo. No se puede lidiar mucho tiempo con esa ansiedad, así que damos el salto: la pareja se afianza y construye una cotidianidad compartida.

La rutina puede convertirse en una zona de confort  - iStockphoto
La rutina puede convertirse en una zona de confort - iStockphoto

Segundo acto. La pasión cede para dar lugar a la adaptación. La cotidianidad toma la forma de una estructura que nos da certezas; las acciones del día a día se repiten como una base sobre la cual podemos improvisar sin correr riesgos. Atesoramos las rutinas construidas en pareja porque nos dan la sensación de que algo está bajo control. Ese algo, ¿es el tiempo o es el amor? No podemos detenerlo o acelerarlo, pero podemos organizarlo en función de una vida compartida. La rutina, además, nos ayuda a ahorrar recursos. Ese "excedente" de tiempo es ese espacio donde la pasión sobrevive.

Tercer acto. La rutina nos resulta tan práctica que la repetimos día tras día… hasta que caemos irremediablemente en la monotonía. Algo dentro de nosotros pide variedad, cambio de ritmo. Pero estamos tan cómodos en la rutina y nos ha costado tanto trabajo hacer que funcione, que no queremos movernos de ahí. Crisis. Aburrimiento. Dudas. Tentaciones de ir a buscar "afuera" lo que no tenemos en casa.

¿Cómo se llamó la obra? "La rutina mató al amor". Es un lugar común y como tal, es un punto de partida para reflexionar sobre la realidad. En estricto sentido, no es que la rutina mate al amor, lo que hay detrás de esa idea es una negativa: no quiero cambiar, no puedo, me resisto. Es normal que ocurra porque en las rutinas hay seguridad, pero cuando nos aferramos a ellas también dejamos de crear nuevas experiencias, nos volvemos rígidos e indiferentes ante nuevos estímulos. Como los materiales ante los obstáculos, lo que se pone a prueba en momentos de crisis es la resistencia. Si no hay cambio, hay deformación o ruptura. Así, el mundo se vuelve una casa de espejos: donde antes había seguridad, vemos aburrimiento; donde antes había ganas de ser espontáneo o de improvisar, encontramos apatía; donde antes había estímulos, ahora encontramos obstáculos y problemas.

¿Por qué nos aferramos a la rutina?

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Les propongo un ejercicio: traten de recordar cuántas veces al día la publicidad nos lanza mensajes como "Vive el confort", "Disfrútalo desde la comodidad de tu hogar", "El mundo a tu alcance con un solo clic". La publicidad no es la única responsable, si acaso es un altavoz, un mensajero que atrapa las ideas que están en el aire y las convierte en moneda de cambio. Lo que el mensajero insiste en decirnos es que, supuestamente, la "felicidad" está fincada en el confort. Yo sospecho de esa idea. El confort está bien para descansar y reponer energías, pero resulta letal cuando se trata de las relaciones porque éstas son como el agua: si se quedan quietas, se pudren. Particularmente, las relaciones amorosas necesitan renovarse. Sin embargo, toda renovación implica afrontar una crisis, hacer un esfuerzo y salir de la zona de confort.

Pero a nadie le resulta cómodo que su pareja lo confronte cuando es necesario un cambio. Pedir que alguien modifique una actitud nociva es invitarlo a salir de su zona de confort, pues cambiar patrones de conducta requiere hacer un trabajo de conciencia. Es completamente humano que queramos seguir en ese sitio donde nos sentimos cómodos, pero hay que reconocer cuando vale la pena hacerlo.

¿Por dónde empezar?

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El amor nada tiene que ver con el confort: es imperfecto, cambiante, está lleno de misterios, estímulos y obstáculos. Pero esa es su virtud, hacernos salir de nosotros mismos para crecer y aprender.

Diálogo y comprensión. Hay tiempos y momentos en los que ni siquiera el amor de otra persona puede movernos de esa zona de confort, tal vez porque estamos atravesando por una crisis, un proceso de duelo o de reconstrucción interior. Es normal que en ese momento nos aferremos a las rutinas con más fuerza, porque son un poste que nos estabiliza. Es importante asumirlo y hacérselo saber a nuestra pareja. Si hay disposición para salir de ese bache, ella o él lo entenderán y tomarán sus decisiones en función del amor que se tengan. Lo que no se vale es responsabilizar al otro de nuestro aburrimiento cuando en realidad lo que queremos es abandonar el barco.

Cambio de perspectiva. Hay quienes funcionan bien con cambios drásticos, otros prefieren los cambios paulatinos. Lo importante es que haya disposición y ganas de renovar los vínculos. El cambiar de escenario, de ruta, de círculo de amigos o de paisaje, nos da otra perspectiva como individuos y como pareja.

Deseo en movimiento. Aprender a cambiar juntos parece ser el mayor reto de las parejas, y eso se refleja también lo en el ámbito sexual. La rutina mata al deseo cuando uno se queda en las formas, en lo externo, en la coreografía. Está bien experimentar nuevas sensaciones con el Kamasutra, pero la sorpresa más profunda reside en redescubrir al otro espiritualmente. A veces basta con ver las fotos de los primeros viajes juntos para revalorar el camino recorrido y volver a sentir juntos.

Problemas por estímulos. La próxima vez que tu pareja te plantee un reto o un problema, antes de sentir que las cosas van mal, míralo como un estímulo para encontrar soluciones.

¿Crees que la rutina mata al amor?

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