Calor, agua y fuego: Así es como el cambio climático está transformando el sendero de la Cresta del Pacífico
En el desierto cercano a Agua Dulce, al norte de Los Ángeles, los caminantes que recorrían el sendero de la Cresta del Pacífico llegaron a la marca de los 807 kilómetros y encontraron una reserva de agua que olía mal y sabía peor, en cuyo interior flotaba una rata muerta. De todos modos, sacaron sus filtros y rellenaron sus botellas. “Les avisaré si me enfermo”, escribió uno de los caminantes sobre un tablero de mensajes para los que venían detrás.
El mensaje fue solo una señal de cómo el calentamiento global afecta la vida a lo largo del sendero, donde, durante la temporada de calor casi desprovista de lluvias, los depósitos y las reservas de agua son más importantes que nunca, como la última línea de defensa contra la deshidratación. Al menos algunos excursionistas estaban dispuestos a arriesgarse.
Quienes desean recorrer todo este sendero pasan hasta cinco meses caminando desde México hasta Canadá a través de un paisaje que va desde los matorrales del desierto hasta las secuoyas gigantes, los cráteres de basalto y las praderas alpinas. La ruta cambia un poco año con año, lo cual quiere decir que la extensión oficial del sendero, de 4264 kilómetros, solo es un cálculo.
Lo que ya es un hecho es la huella del cambio climático, que se deja sentir a lo largo de toda la ruta en forma de un clima más impredecible, un suelo totalmente seco y, sobre todo, la creciente amenaza de incendios forestales. El fuego es un riesgo que deja otros peligros a su paso: muy poca sombra, interrupciones en los arroyos y las fuentes de agua, árboles “derribados” sobre los que hay que trepar o caminar y un fino hollín negro que se aferra a la garganta de los excursionistas y agrava las ampollas reventadas. Recorrer las cicatrices, esas expansiones ennegrecidas que deja a su paso un incendio forestal, puede incluso tomar días.
Más de 2574 kilómetros del sendero están en California. Durante la última década, se han registrado cada vez más temperaturas altas, sequías e incendios forestales en el estado. El año pasado, el incendio de Dixie, el más grande de la historia de California, arrasó con 136 kilómetros del sendero. Este fue el primer incendio que atravesó la cresta de la sierra Nevada.
A finales de julio, me encontré con el principal grupo de senderistas, conocido como la burbuja, que se dirigía hacia el norte, en una sección de 64 kilómetros del sendero al norte del monte Shasta mientras que ondea al oeste por ásperos picos de granito a lo largo de la frontera de California y Oregón.
“Solía ser una carrera para llegar hasta Washington antes de que nevara; ahora es eso y los incendios”, comentó Melanie Graham, de 32 años, quien comenzó su caminata el 15 de marzo para tener la mejor posibilidad de terminar antes de encontrarse con algún incendio. Cuando pasaba cerca del Parque Nacional Volcánico de Lassen, trató de imaginarse cómo era el paisaje antes del incendio de Dixie. Aquella afilada cumbre volcánica otrora rodeada de bosque que se extendía hasta el horizonte, ahora era una isla verde y gris rodeada de algo que era difícil ver como un bosque. “La cima era simplemente maravillosa, pero todo a su alrededor estaba diezmado”, comentó la senderista.
Un campamento de verano en fila india
Incluso sin la amenaza del cambio climático, cualquier excursión tan larga implica una planeación que tenga en cuenta las estaciones. Viajar de sur a norte, como lo hace casi el 90 por ciento de los excursionistas, significa intentar atravesar 1126 kilómetros de desierto alto antes de que la temperatura supere los 38 grados Celsius, pero sin hacerlo tan rápido como para entrar en la zona alta de la sierra Nevada cuando todavía está cubierta de nieve y luego, más de 1600 kilómetros más adelante, salir ileso de las Cascadas del Norte antes de las primeras tormentas de nieve del otoño.
El sendero fue creado en 1926 por Catherine Montgomery, una educadora y ávida excursionista de Bellingham, Washington, pero pasaron casi 50 años antes de que, en 1973, el sendero de la Cresta del Pacífico se convirtiera en una ruta autorizada y cruzara un mosaico de parques, bosques nacionales e incluso un puñado de terrenos privados. Durante décadas, el senderismo siguió siendo una actividad marginal: según la Asociación del Sendero de la Cresta del Pacífico (PCTA, por su sigla en inglés), no fue sino hasta el año 2000 cuando más de 100 excursionistas completaron la ruta en un año. Eso cambió con la visibilidad que le dio el éxito editorial de las memorias de Cheryl Strayed, “Wild” (Salvaje), que se adaptó en 2014 en una película protagonizada por Reese Witherspoon.
La ruta ha desarrollado su propia subcultura a lo largo de los años, con una atmósfera que oscila entre una peregrinación espiritual y un campamento de verano en fila india, que combina largos tramos de soledad con la camaradería de los compañeros de excursión y los “ángeles de la ruta” que ayudan con consejos y logística. Las “sendamilias”, o familias del sendero, caminan y acampan juntas. Los apodos de los senderistas, como Lemony Snicket (el seudónimo del autor de una serie de eventos desafortunados) —“pasé por una serie de eventos desafortunados en el sendero”, comentó Graham para explicar su apodo—, se convierten en sus nombres de pila durante algunos meses.
Cualquiera que se proponga recorrer 800 kilómetros o más debe contar con un permiso de larga distancia de la PCTA, con fechas de inicio repartidas entre marzo, abril y mayo, para evitar que haya demasiados campistas en un lugar a la vez. De los varios miles de excursionistas que obtienen un permiso, más de dos tercios abandonan el trayecto antes de llegar a Oregón.
En lo que va del año, a pesar de las olas de calor y la escasa cantidad de nieve, no se ha producido ningún gran incendio a lo largo del sendero. A diferencia de los últimos años, en los que los excursionistas se han enfrentado a un sinfín de interrupciones, ya sea en forma de humo e incendios activos que los obligan a abandonar la ruta, o el cierre de senderos por incendios pasados para darles tiempo a los ecosistemas de estabilizarse.
En 2021, la temporada de incendios en California empezó en enero y no cesó durante todo el verano. Antes de mi viaje del mes pasado, hablé con Andrew Carter, de 65 años, que inició el sendero en abril de 2021, días después de jubilarse de una trayectoria en la industria de la mercadotecnia. Los incendios lo obligaron a abandonar el sendero en tres ocasiones, incluido el 31 de agosto, cuando el Servicio Forestal de Estados Unidos tomó la decisión de cerrar los bosques nacionales de toda California por el riesgo de incendios (ya había habido alrededor de 6800 incendios en 1,7 millones de acres). Cuando los bosques volvieron a abrirse dos semanas después, Carter caminó entre el humo, sintiendo envidia de los compañeros de excursión que tuvieron la precaución de usar cubrebocas N95. Acabó por rendirse del todo el 24 de septiembre. “Tardé tres o cuatro semanas en dejar de toser”, recordó.
En busca de sombra
Mi primera mañana, acampé cerca de la porción superior del lago Ruffey y me levanté a las 5:30 a. m., pero me resultó imposible ganarles a los senderistas experimentados. A esta altura del trayecto, la mayoría ya había caminado más de tres meses, durante 12 horas para abarcar hasta 56 kilómetros al día.
Atravesar la Alta Sierra en junio suele significar avanzar despacio por la nieve profunda, con crampones en las botas y un piolet en la mano. Este año, muchos excursionistas no necesitaron nada de eso y avanzaron con rapidez por los tramos más difíciles del sendero; había muy poca nieve.
Yo me adentraba en la franja conocida como el desierto ruso, un remoto tramo de escarpados picos de granito conocido por sus lagos glaciares y 18 especies de coníferas. A finales de julio, parecía que casi todas las plantas capaces de florecer lo estaban haciendo y el sendero estaba repleto de manchones amarillos, naranjas y morados. Allí conocí a Joseph Gregory, de 31 años (apodado “Oráculo” por su talento para dar nombres a los senderos), quien acababa de terminar una larga escalada a través de la cicatriz del incendio Whites de 2014, un bosque ahora convertido en una extensión de troncos grises y arbustos manzanita.
En condiciones normales, dijo, las copas de los árboles darían suficiente sombra para disminuir la temperatura unos 11 grados Celsius. “Los bosques volverán, pero se necesitarán 100 años para recuperar esa sombra”, advirtió.
Investigaciones recientes sugieren que el calor y la aridez asociados con el calentamiento global son las principales razones del aumento de incendios más grandes y fuertes en todo el oeste del país. El fuego forma parte del ciclo vital de innumerables especies de plantas, animales e insectos. Los pueblos indígenas llevan mucho tiempo utilizando el fuego como herramienta para moldear el paisaje, limpiar las matas y arbustos que crecen bajo los árboles y fomentar el crecimiento de nuevos pastos. Pero es casi seguro que los incendios históricos hayan quemado una superficie más grande con mayor regularidad que incluso los últimos años de incendios realmente malos, su comportamiento de base puede haber sido diferente.
Algunas partes del oeste están más secas de lo que han estado en un milenio. En condiciones de calor, sequía y viento, los incendios arden a temperaturas que pueden esterilizar el suelo y acabar con todo el bosque. Luego, la lluvia en las laderas inestables provoca deslaves; la sequía persistente hace que se pierda la sucesión de plantas y hongos que suelen aparecer después de un incendio y ayudan a la recuperación del bosque. A esto, hay que añadir los efectos de un siglo de supresión de incendios por parte del Servicio Forestal de Estados Unidos; los chispazos del cableado eléctrico, las herramientas eléctricas, los automóviles e incluso los incendios provocados; y la proliferación de escarabajos de la corteza, una especie endémica que se alimenta de los árboles afectados por la sequía y el fuego. Esta combinación genera cambios importantes en el mosaico de bosques, matorrales y pastizales que cubren las montañas del oeste.
Caminar por un paisaje quemado
La noche anterior, había escalado para encontrar un lugar donde acampar al lado del lago Bingham, ubicado en el fondo de una empinada cuenca de granito a 2154 metros de altura. Pilas de rocas de granito blanco se elevan desde el borde del lago para formar un gigantesco colador, que filtra la nieve derretida a través de los canales llenos de grandes tritones negros de piel rugosa y truchas que emergen de las profundidades en busca de insectos. Al atardecer, las rocas y el lago se tiñeron de un dorado intenso mientras dos águilas pescadoras jugaban en el aire.
En las zonas quemadas, hay una uniformidad que es difícil de ignorar: los pinos muertos se aferran a agujas color café o los troncos negros se levantan cerca de los agujeros en el suelo donde se quemaron las raíces. Al paso de los años, los insectos y las flores regresan, crecen árboles jóvenes y algunos de los altísimos árboles que sobreviven a un incendio recuperan su brillo con nuevas y claras cicatrices. Sin embargo, es indudable que el paisaje que nos espera en el oeste es diferente al que nos hemos acostumbrado. La pregunta es cuán diferente será.
En la segunda mitad de mi caminata fui zigzagueando por crestas y valles estrechos a lo largo de la cicatriz que dejó el complejo de incendios forestales del año 2021. Pasé por troncos de árboles quemados de cuyas raíces emanaba una savia color rojo sangre y observé ciervos que buscaban comida en la frontera entre aquel mundo ocre tocado por el fuego y el verde que había escapado de sus garras.
Al lado de un arroyuelo donde los matorrales y las flores silvestres amarillas eran los únicos signos de vida nueva, Norman Graham, de 61 años, quien no tiene ningún parentesco con Melanie Graham, se sentó en una roca a filtrar agua y puso palabras a la melancolía que sienten tantos excursionistas, en un mundo cambiante que se les escapa de las manos. “No esperaba ver tantos incendios en los Alpes de la Trinidad”, dijo, señalando los grupos de troncos negros que nos rodeaban. “He querido hacer esto desde siempre”, agregó.
Este era su segundo intento de recorrer el sendero, después de los incendios del año pasado. Esta vez, a 80 kilómetros de terminar, las cenizas del incendio de McKinney cayeron del cielo y las autoridades locales emitieron una orden de evacuación obligatoria.
© 2022 The New York Times Company